25 de diciembre de 2016

Amores con final infeliz


En la reciente representación de mi obra de teatro Don Juan de Bergerac, al final tuve que agradecer al público su benevolencia. Como entre los asistentes había dos amigas mías —mi admirada cantautora Chili Valverde, que ha puesto música a más de treinta textos de Juan Ramón Jiménez y Carmen Hernández-Pinzón, sobrina del poeta y conocida estudiosa de su obra— quise incluir unas palabras sobre nuestro Premio Nobel. También sucede que la cuarta entrada más leída de mi blog, la del tres de marzo de 2014, trata de Margarita Gil Roësset, la escultora madrileña que con veinticuatro años se suicidó por amor a Juan Ramón.
Para llegar hasta este hecho luctuoso, empecé diciendo: “Han visto ustedes una obra de amor con final feliz; no siempre es así”, y cité lo que cuenta un personaje de la misma, doña Rosa, en una de las escenas: El amor no siempre nos hace felices, también nos puede hacer muy desgraciados. Siempre hay alguien que espera en vano. Siempre hay alguien que quiere a quien no le quiere. Y sufre, sufre tanto como con la más atroz de las desgracias. Como ejemplo de amor con final trágico, me referí después a la tristísima carta que Margarita dejó a Zenobia, la mujer del poeta, conservando la peculiar puntuación del original: Zenobita… vas a perdonarme… ¡Me he enamorado de Juan Ramón! Y aunque querer… y enamorarte es algo que te ocurre porque sí, sin tener tú la culpa […] le he dicho … que le quiero… y le he pedido que se case conmigo…¡estaré loca!... pero como él… te quiere… ¡te quiere!... pues me ha dicho.., que no… que nunca… perdóname… porque si me hubiera dicho que sí… ay… a pesar de que la idea de amistad es para mí sagrada…y tú eres mi amiga… y de verdad te quiero mucho… […] habría pasado por todo […] Creo mucho mejor matarme ya… que sin él no puedo… y con él no puedo.
Alguien ha llamado a Margarita la Camille Claudel española, aunque casi la única similitud entre ambas es que las dos fueron escultoras. Camille, hermana del poeta Paul Claudel, vivió un romance largo y apasionado con el escultor Augusto Rodin, que vivía con  Rose Beuret, una modistilla analfabeta, a la que conoció con veinticuatro años, con la que nunca apareció en sociedad y con la que se casó poco antes de morir, cuando ella tenía más de setenta años. Camille, bella, delicada y llena de talento, entró en el taller de Rodin con diecinueve años y enseguida surgió el amor o lo que sea. Parece ser que Rodin, de cuarenta y tres años, la poseyó por primera vez sobre el mismo suelo del taller, al pie de su hermosa obra Fugit amor (aunque en este caso, el amor más que huir llegó). Cómo se pueden conocer estos detalles íntimos, estas incomodidades, me pregunto siempre; es el estilo típico de los malos biógrafos y periodistas.
Cuando ya Camille era una escultora reconocida, amó simultáneamente a Claude Debussy, también casado, en una relación con poco porvenir. La desgracia sí la hermanó con la española. Camille empezó a tener crisis nerviosas que terminaron en una esquizofrenia. Al inaugurar una exposición, podía acabar destruyendo con un martillo sus propias obras hasta reducirlas a esquirlas, como hizo también Margarita con gran parte de sus esculturas antes de morir. Camille estuvo recluida en sanatorios psiquiátricos los treinta últimos años de su vida, sin que la visitara nadie de su familia, que atribuyó sus trastornos mentales a su vida desenfrenada, relación causal difícil de demostrar. Quizá los hubiera tenido aunque hubiera profesado como monja Bernarda.
Tanto si se logra el ansiado amor como si no, al final uno ha de estar de acuerdo con lo que escribió Stendhal: El amor es una maravillosa flor, pero es necesario tener el valor de ir a buscarla al borde de un horrible precipicio. Quizá por eso mucha gente prefiere encontrar el amor en los relatos y novelas, en la literatura, en la ficción, que es menos peligroso. Antoine Hamilton, un escritor poco conocido hoy, que nació en 1645 en Escocia y emigró con su familia a Francia, huyendo de la dictadura de Cromwell, escribió sobre la literatura francesa de la época: Todos vuestros escritos en verso o en prosa son relatos de amor; casi todos vuestros poemas, elegías, églogas, idilios, canciones, epístolas, comedias, tragedias, óperas son relatos de amor. Tenéis los relatos de amor como única alimentación y no os cansáis de ellos jamás. Era verdad entonces y quizá siempre.

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