Acabo de
conocer en una tertulia de la tele a AB, catalán. Me llamó tan poderosamente
la atención que enseguida me metí en Internet a indagar. Antes de contar lo que
vi en la red, diré algo sobre lo que predicó en el programa.
Allí distinguió
muy sutilmente entre vivos y muertos y expresó su convicción de que las
constituciones y las leyes, escritas y refrendadas por ciudadanos ya extintos y
finiquitados, no debieran aplicarse a las generaciones de vivientes. Son los
vivos los que tienen que decidir, vino a decir, lo que no deja de ser
razonable. Si se quiere cambiar la camiseta del Barça, por ejemplo, no va uno a
elucubrar sobre las preferencias de los contemporáneos de Gaudí. Es mucho más
fácil y práctico preguntar a los que pasean ahora mismo por las Ramblas. Bien
visto, estoy de acuerdo. Por no hablar de la constitución norteamericana de
1788, esa antigualla. ¿Qué tiene que ver con la realidad y aspiraciones de los
ciudadanos actuales de Estados Unidos? Nada. Lo que pasa es que allí no conocen
a AB y son como salvajes, dicho sea sin ánimo de ofender.
Se le olvidó
recordar que lo de estar vivo no es una condición permanente. Quiero decir que,
¡ay!, los que estamos vivos hoy podemos no estarlo en cien o doscientos años, o
incluso antes. Lo cual no invalida la brillante idea de que el derecho a
decidir pertenece a los vivos, no se me malinterprete. A lo único que obliga es
a preguntar a los vivos de vez en cuando, que tampoco cuesta tanto trabajo. Una
generación de catalanes puede querer ser independiente, pero la siguiente puede
querer unirse a Escocia o a Rusia o a Murcia, ¿por qué no? Y así sucesivamente.
¿Qué habría de malo en eso? Bien organizado, podría ser hasta divertido.
En la tertulia alguien
dijo, por llevar la contraria y fastidiar, que ante una posible consulta en
Cataluña, todos los españoles habrían de votar. Pero este AB se las sabe
todas y apuntó, apocalíptico, que eso sería un mal negocio, porque podría darse
el caso de que los ciudadanos vascos votaran masivamente a favor de la
independencia catalana con lo que —al buen entendedor pocas palabras bastan— el
problema se multiplicaría. O que lo hicieran los vecinos de mi pueblo, añado
yo, buenas gentes, pero algo impredecibles. En cambio, votando sólo los
catalanes, los vascos y otras comunidades a lo mejor ni se dan cuenta, los coge
distraídos. En fin, lógica de altura sólo equiparable a la de aquel cojo que se iba rezagando y gritaba a quienes
huían de un toro escapado: No corráis que es peor.
Los médicos, y
perdón por la digresión, en el proceso diagnóstico saltan pronto, en cuanto
tienen algunos datos fiables, a una hipótesis provisional, que tratan de contrastar más
adelante. El cerebro humano funciona así, utiliza siempre los atajos. No se
comporta como los sistemas de inteligencia artificial, que funcionan con algoritmos
heurísticos muy diferentes. Digo esto porque, por deformación profesional, con lo
que oí a AB, sin más, ya tuve yo una idea de su personalidad y
capacidades. De todas maneras, fui a Internet.
Nuestro hombre
es escritor, ensayista, novelista, político y uno de los autores más premiados
y con más éxito de la literatura catalana. Los títulos de las obras, los
premios, etc., todo está bien salpimentado de catalanismo, a lo que no tengo
nada que objetar. No he leído nada de él; con sus aires y los razonamientos de
su prédica, tengo bastante. Me asomé a la democracia en mi juventud, en Nueva
York. Era alcalde John Lindsey, gobernador Nelson Rockefeller y senador Bob
Kennedy. Por no hablar del elegante senador de Illinois, Everett Dirksen,
llamado cariñosamente the Wizard of Ooze
por su oratoria, amante apasionado de las caléndulas, con el que trataba de
mejorar yo mi inglés. Nada que ver con algunos de los políticos catalanes actuales (no
hablaré de otros aquí). No me explico cómo estos son elegidos; no lo serían en
muchas otras partes del mundo.
Hay momentos,
en la historia de los pueblos, en que los vivos pierden el norte y andan perdidos.
El separatismo catalán, incubado en clases medias y altas, ha cambiado. Si la
finca se independiza, la van a disfrutar los antiguos guardeses. ¿Y por qué no?
Los políticos americanos, eso sí, tan interesados en la psicología y
peculiaridades de los pueblos pequeños, entenderán perfectamente, las quejas de
un país tan victimizado. Conmovidos por manifestaciones oportunas, como la producida durante el
pasado maratón de Nueva York, exigirán a España la inmediata liberación de los
oprimidos.
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