Amigo lector,
cuando veas en alguna de mis entradas la etiqueta de ‘atando cabos’, piensa que
se tratará, casi siempre, de continuar algo que escribí y donde, como es
fácilmente deducible, dejé algún cabo suelto. Me pasa en esta ocasión con una
biografía de alguien de mi ciudad, de la que hablé hace poco. Tengo el tenaz
propósito de no mencionar nombres de gente amiga, porque este blog recoge mis sencillas
ideas personales y no pretendo involucrar a nadie más. Pero a veces el azar se
torna oportuno y sabio y obliga a reconsiderar las intenciones.
Leí la biografía
de Juan Pasquau, El humanista ubetense Juan
Pasquau Guerrero y su época, de Adela Tarifa, despaciosamente y con fruición.
De ninguna manera haré una crítica literaria, pero sí querría señalar la riqueza
y buen ensamblaje de los datos en la misma y el apasionamiento, no infrecuente
en los biógrafos, de la autora con el personaje. Pero aquí todo estaba cantado,
porque Juan Pasquau (1918-1978) era, sobre todo, un hombre —por encima de su prosa pulida,
que recordaba la de Azorín, y de su saber
profundo y clásico—, “en el buen sentido de la palabra, bueno”. Como
confiesa serlo Antonio Machado, otro de los ídolos del biografiado, en su poema
Retrato.
Luego, como
insinué, un cierto azar, unas simples coincidencias, han influido en este deseo
mío de retomar el discurso. Leo en la mencionada biografía una nota de Pasquau:
“Siento verdadera necesidad de escribir. Lo hago siempre a máquina y
directamente. Luego, si hay algún error, corrijo a pluma; pero no hago borrador
nunca. Me resulta penosísimo copiar o volver a escribir lo ya escrito. Creo que
soy espontáneo en mis apreciaciones literarias y nunca –o casi nunca– pienso
demasiado lo que ‘voy a decir’. Me pongo ante la máquina y, mejor o peor, van
saliendo las cosas”.
Y me ha sido
forzoso comparar con lo que escribí yo en mis Apuntes sobre Literatura, en donde cuento, con toda candidez, algo
bastante parecido y casi señalo el momento en que quizá uno se hace escritor: “Hablando otra vez de mi
peripecia personal, alguna confesión más. El día que empieza uno a escribir
directamente en el ordenador, aunque luego corrija lo que haga falta, y las
veces que haga falta, ese día cambian muchas cosas para un escritor. O al menos
las cambiaron para mí. Porque simplifica tanto las cosas —comparando con aquel
escribir a mano sobre las cuartillas y pasarlas luego a máquina—, que entiendo
que uno se pueda animar a tareas de más envergadura con tales facilidades. Lo
que, en principio, tampoco tiene que representar forzosamente una gran ventaja
para la humanidad y puede representar hasta un inquietante peligro”.
Leo también que, en el
año 1954, Juan Pasquau y su mujer, Rosa, se encontraron inesperadamente con Azorín
en el centro de Madrid. Pasquau, que admiraba mucho al gran escritor, se
dirigió al maestro y lo saludó con el fervor que se puede suponer. Pasquau
recordó siempre con agrado este encuentro y lo contó en un artículo del diario Jaén,
en el que escribía: “Los grandes hombres son, ante todo hombres asequibles,
abordables. Yo mismo abordé a Azorín en la Carrera de San Jerónimo...”. Yo me
he referido también en algún momento, por escrito, a “mi inquebrantable idea de
que las personas verdaderamente inteligentes y valiosas son sencillas y
abordables, ex necessitate rei”. Los
adjetivos son casi idénticos y el mensaje es el mismo. Yo creo sinceramente en
él y estoy seguro de que Pasquau también. Estas coincidencias se dan entre gentes que comparten vivencias parecidas. Ya conté una vez que Heráclito afirmó que “los que están despiertos habitan el mismo mundo; en cambio los que duermen, habitan cada uno en el suyo”.
En la biografía
de Adela Tarifa, llama también mi atención lo que cuenta de la penuria de Valle.
Copio literalmente: “una noticia en la prensa de ese año (1932) cuenta
que el presidente del Ateneo Madrileño, Ramón María del Valle-Inclán, pide a
las autoridades que le ayuden para alimentar a sus hijos y le busquen a él un
lugar donde vivir, porque está enfermo y sin recursos”. Sobre esto, sobre el
personaje de Valle, uno de mis autores predilectos —siempre digo que los
críticos se pueden meter con quienes quieran, excepto con mis dos queridísimos mancos—,
tengo yo algo escrito, pero es mucho más largo y lo trataré en una entrada
venidera.
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