Hablé de Pla y
tengo que seguir un poco. En la entrada anterior mostré cómo abominaba de la
prosa rebuscada, aunque él mismo escribía así a menudo. Los seres humanos
tenemos estas contradicciones, a veces sin malicia. De Balzac dijo que era
pesado, aburridísimo; que no había manera de encontrar en su obra un “adjetivo
preciso, exacto, un adjetivo que responda a la verdad”. Sobre el paisaje del
Empordà, Pla escribe que “no es nunca linfático, ni fláccido, ni delicuescente”.
Maestro, ¿son estos, por ventura, los adjetivos pertinentes? Pudiera ser que
no.
El pesimismo,
el descreimiento algo teatral del ampurdanés son legendarios. No es de extrañar, por
la edad a la que escribió El cuaderno
gris (sobre los veinte años). A esa edad hay un pico en la prevalencia de
esos sentimientos, al descubrirse de manera definitiva que el feliz mundo de la
niñez ha desaparecido para siempre. Pla opone tajantemente la ficción a la
realidad. “Los libros nos dicen que existe el amor, la gloria, la bondad, la
grandeza. La vida nos dice que no hay nada”. Y un poco más adelante insiste: lo
que dicen los libros sirve para disimular, para camuflar la vida mediocre y
acomodaticia. No hay nada de lo que dicen los libros.
No discutiré
esto ahora. Lo que afirmo es que, si la realidad es tan desdichada, razón de
más para que exista la literatura, un reino en el que triunfen los valores y
virtudes tan ampliamente derrotados en el mundo real. Todos los que pergeñamos
páginas de ficción, nos hemos preguntado alguna vez si tenía sentido, si era
lícito hacerlo, entre los terribles y acuciantes problemas de la existencia. Y
nos hemos contestado que sí, que sobre todo en un tal mundo. Es verdad que también
hay una malsana necesidad de hablar, de escribir. Pla ironiza, pero quizá no
exagera: “los hombres quieren que les escuchen; es lo que les gusta más. Les
gusta más que el dinero, que las mujeres y que comer y beber bien”. En algún
momento he estado en posición de poder influir en que se escuchase a algunos y
fui asediado por los postulantes más de lo razonable.
Una última
cita, que me preocupa en el momento actual. Pla tiene mala opinión de los
políticos —en esto no es nada original— y critica al poeta D’Annunzio, convertido
en la gran vedette de la política internacional,
que grita como un poseso: la fiamma è
bella…, la fiamma è bella. “Esos
gritos, un día u otro se pagarán”. Se refiere Pla, aunque no lo menciona, al
final de una tragedia del poeta italiano, La
figlia di Iorio, en la que la protagonista, Mila, hija del mago Iorio, va a
morir en la hoguera por haber mentido, atribuyéndose, para salvar a su amado, la
muerte del padre de este. Mila pronuncia esas palabras al inmolarse. Ese
ambiente heroico y exaltado en el que se mueve D’Annunzio, tuvo más tarde terribles
consecuencias en la historia. Me asustan, como a Pla, esas llamadas a lo que en
el hombre puede devenir irracional e incontrolable; las apelaciones a las
masas, las cadenas, las manifestaciones…
No me engañes con la Realidad -rogaba Unamuno. ¡Qué sería de nosotros sin la ficción y sin la idealidad! Los cuentos nos constituyen.
ResponderEliminarComo Ortega, también yo pienso que la masa es la gran desalmada.
Excelente Post.
Amigo José, gracias por tus comentarios siempre documentados y oportunos. Ya me pregunté en un libro mío si escribir ficción era disculpable y me amparé entonces en Álvaro Cunqueiro, que pensaba que “en la aspereza de la vida cotidiana, soñar es necesario”. Respecto a las masas, creo que el análisis de Ortega es más aplicable ahora que hace cien años y que nunca.
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