30 de mayo de 2014

De artes que no comprendo


Ayer tuve un día un poco raro. Si yo fuera norteamericano, diría que I felt blue; si fuera francés, que j’avais le cafard… Como soy español, diré en castizo que tuve un día un poco chungo y nos entendemos todos. Estaba invitado a un acto, en el ámbito de la investigación médica, en el que se otorgaban unos premios. Antes, siempre conocía a muchos de los asistentes. Ayer estaba todo lleno de gente más joven que yo y sólo había algunos de mis antiguos compañeros. Muchos de ellos viven todavía, que no soy tan viejo, pero no asistieron. El principal inconveniente de llegar a cierta edad es que, de distintos modos, se nos van yendo los amigos que compartieron un mundo que se perdió.

En un teatro de Madrid se estrenaba un musical, Mierda de artista, inspirado en la vida y obra de Piero Manzoni (1933-1963), un artista italiano representante del arte conceptual, que enfatiza el papel del artista como productor inevitable de arte. Todo viene de una ocurrencia de otro artista alemán, Kurt Schwitters, pintor, escultor, poeta, diseñador, que dijo un buen día: “Todo lo que escupe el artista, es arte”.

Estos talentos tan múltiples —bastantes de los que pulularon en torno al Dadaísmo eran así— siempre me han hecho desconfiar. Como el francés Yves Klein, pintor de cuadros monocromos y autor de The Monotone Symphony, en la que una sola nota suena durante veinte minutos y se sigue de otros veinte minutos de silencio. Estas excentricidades, y los happenings y performances consiguientes, me aburren y sobre ellos ironizo bastante en mi novela Las increíbles vidas de Roberto Milfuegos.

Manzoni siguió la consigna de Schwitters al pie de la letra, convencido de que cualquier emanación de un artista —su aliento, sus huellas, su firma en el cuerpo de otra persona y sus excrementos— eran arte. Su obra, Aliento de artista, eran globos inflados por él. Imprimía sus huellas dactilares sobre huevos cocidos y los consideraba obras de arte, aunque permitía que el público que se los comiera. En el 1961 llenó noventa latas con sus excrementos, treinta gramos en cada una, y las etiquetó en diversos idiomas: Mierda de artista. Contenido neto: 30 gramos. Conservada al natural. Producida y envasada en mayo de 1961. Un poco raro, un poco tonto todo, ¿no?

Vendió las latas a precio, literalmente, de oro (por lo que costaban treinta gramos de oro) y están en el Georges Pompidou, la Tate Modern, el MOMA de Nueva York. Todas están numeradas y firmadas. En el año 2007 se subastó un ejemplar en 124.000 €. Hasta el Museu d’Art Contemporani de Barcelona tiene una. Piero Manzoni murió en Milán de un infarto en el 1963, antes de cumplir los treinta años.

Una buena parte del arte moderno tiene orígenes, fundamentos y ejecuciones muy discutibles, pero de esto es imposible charlar aquí. Acabo de oír que en una comunidad autónoma, creo que en La Rioja, se prepara una peculiar exposición de arte y lo único que se exige en la convocatoria es que las obras “sean ridículas o extravagantes”. Uno empieza a pensar que el daño está ya hecho y la recuperación es quizá imposible.

Más manifestaciones que acaban con inusitada violencia. La situación en Ucrania empieza a parecer una guerra civil, lo que no hace recapacitar a los que se enfrentan con problemas más o menos similares, en quienes persiste un ingenuo optimismo, que quizá no resulte al final justificado. Las masas son fáciles de engañar y difíciles de convencer y controlar.

Lo grave es que, seguramente, no fue un día excepcional, aunque a mí me cogiera un poco en horas bajas y me haya llevado a escribir esta entrada tan poco agradable. Trataré de enmendarlo en las sucesivas.

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