Ayer tuve un
día un poco raro. Si yo fuera norteamericano, diría que I felt blue; si fuera francés, que j’avais le cafard… Como soy español, diré en castizo que tuve un
día un poco chungo y nos entendemos todos. Estaba invitado a un acto, en el ámbito
de la investigación médica, en el que se otorgaban unos premios. Antes, siempre
conocía a muchos de los asistentes. Ayer estaba todo lleno de gente más joven
que yo y sólo había algunos de mis antiguos compañeros. Muchos de ellos viven todavía,
que no soy tan viejo, pero no asistieron. El principal inconveniente de llegar
a cierta edad es que, de distintos modos, se nos van yendo los amigos que
compartieron un mundo que se perdió.
En un teatro de
Madrid se estrenaba un musical, Mierda de
artista, inspirado en la vida y obra de Piero Manzoni (1933-1963), un
artista italiano representante del arte conceptual, que enfatiza el papel del
artista como productor inevitable de arte. Todo viene de una ocurrencia de otro
artista alemán, Kurt Schwitters, pintor, escultor, poeta, diseñador, que dijo
un buen día: “Todo lo que escupe el artista, es arte”.
Estos talentos
tan múltiples —bastantes de los que pulularon en torno al Dadaísmo eran así— siempre
me han hecho desconfiar. Como el francés Yves Klein, pintor de cuadros
monocromos y autor de The Monotone Symphony,
en la que una sola nota suena durante veinte minutos y se sigue de otros veinte
minutos de silencio. Estas excentricidades, y los happenings y performances
consiguientes, me aburren y sobre ellos ironizo bastante en mi novela Las increíbles vidas de Roberto Milfuegos.
Manzoni siguió
la consigna de Schwitters al pie de la letra, convencido de que cualquier
emanación de un artista —su aliento, sus huellas, su firma en el cuerpo de otra
persona y sus excrementos— eran arte. Su obra, Aliento de artista, eran globos inflados por él. Imprimía sus
huellas dactilares sobre huevos cocidos y los consideraba obras de arte, aunque
permitía que el público que se los comiera. En el 1961 llenó noventa latas con
sus excrementos, treinta gramos en cada una, y las etiquetó en diversos
idiomas: Mierda de artista. Contenido neto: 30 gramos. Conservada al
natural. Producida y envasada en mayo de 1961. Un poco raro, un poco tonto
todo, ¿no?
Vendió las
latas a precio, literalmente, de oro (por lo que costaban treinta gramos de
oro) y están en el Georges Pompidou, la Tate Modern, el MOMA de Nueva York.
Todas están numeradas y firmadas. En el año 2007 se subastó un ejemplar en
124.000 €. Hasta el Museu d’Art Contemporani de Barcelona tiene una. Piero
Manzoni murió en Milán de un infarto en el 1963, antes de cumplir los treinta
años.
Una buena parte
del arte moderno tiene orígenes, fundamentos y ejecuciones muy discutibles,
pero de esto es imposible charlar aquí. Acabo de oír que en una comunidad
autónoma, creo que en La Rioja, se prepara una peculiar exposición de arte y lo
único que se exige en la convocatoria es que las obras “sean ridículas o
extravagantes”. Uno empieza a pensar que el daño está ya hecho y la
recuperación es quizá imposible.
Más manifestaciones
que acaban con inusitada violencia. La situación en Ucrania empieza a parecer
una guerra civil, lo que no hace recapacitar a los que se enfrentan con
problemas más o menos similares, en quienes persiste un ingenuo optimismo, que
quizá no resulte al final justificado. Las masas son fáciles de engañar y
difíciles de convencer y controlar.
Lo grave es
que, seguramente, no fue un día excepcional, aunque a mí me cogiera un poco en
horas bajas y me haya llevado a escribir esta entrada tan poco agradable.
Trataré de enmendarlo en las sucesivas.
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