Ya afirmé que
el problema de quien decide escribir con cierta periodicidad, no es la penuria
de temas, sino su excesivo número. Muchos de ellos no se prestan a ser tratados
en un escrito de reducido tamaño y quedan siempre flecos sueltos, que demandan
su compleción (sic, está en el DRAE).
Hablé del Servio
Sulpicio Galba, que llegó a ser emperador de Roma durante sólo unos meses. Otro general y político romano del mismo nombre (190 a.C - 135 a. C.), hacia el año 151
a. C., sufrió un serio descalabro a manos de los lusitanos, que mataron a siete
mil romanos (hay que tener siempre cuidado con estas cifras) y decidió
vengarse. Los lusitanos quisieron la paz y se dirigieron a él, como cuenta el
historiador Apiano de Alejandría, basándose en diversas fuentes:
“La pobreza de
vuestros suelos y la indigencia en que vivís, les dijo este Galba, es lo que os
fuerza a hacer estas cosas. Yo daré tierra buena a los amigos necesitados y la
distribuiré para su colonización, dividiéndola en tres lotes. […] Los dividió
en tres grupos, llevando a cada uno de ellos a un determinado llano. […]
Ordenolos que, como amigos que eran, entregasen las armas. […] Después envió
contra ellos soldados armados y mató a todos, aun cuando ellos se lamentaban
ante los dioses e invocaban la fe jurada. De mismo modo mató a los del segundo
grupo y a los del tercero, los cuales ignoraban aún lo ocurrido con los del
primero.
Valerius
Maximus cuenta que el número de los asesinados ascendió a ocho mil, entre los
que estaba la flor de la juventud de aquellas gentes. Sin embargo, Suetonio
hace subir la cifra hasta treinta mil. Los que no murieron fueron vendidos como
esclavos en las Galias. Cuando todo esto fue conocido por los romanos, Catón el
Viejo o el Mayor, famoso por su integridad moral y temible como acusador, logró
que Galba fuera llevado hasta los rostra (tribunas
de oradores en el Foro romano), en donde hubo de escuchar el relato de sus
crímenes, pero por sus amistades y relaciones salió libre de todos los cargos, aunque
sus fechorías quedaron en la memoria de todos. No hay de qué extrañarse. Honoré
de Balzac escribió que las leyes son telas de araña, que son traspasadas por
las moscas grandes y sólo atrapan a las moscas pequeñas.
Este Catón
también pasó a la historia por su célebre frase o coletilla Delenda est Carthago (Cartago ha de ser
destruida), que pronunciaba cada vez que hablaba desde la tribuna y le hizo
famoso en Roma. La frase completa es Ceterum censeo Carthaginem esse
delendam (Por lo demás, opino que
Cartago debe ser destruida). Era proverbial su terror a los médicos,
casi todos griegos en la época, en lo que demostró buen sentido. Fue un hombre
de carácter rudo, de moral estricta y amor a la disciplina. Cuando murió su
esposa Licinia, y siendo él ya de edad muy avanzada, tomó esposa entre sus
esclavas y prefirió buscarse una joven y de gran belleza, Salonia. Bueno, digo
yo, pues no estaría tan mayor; por lo menos la cabeza le regía y sabía escoger.
¡Ah, el amor… o lo que sea, qué estragos causas! No sé exactamente los años que
tenía Catón entonces, pero con ella tuvo un hijo, de nombre Marco Porcio Catón
Saloniano. El primogénito de este Catón padre, habido con su mujer Licinia, Catón
Liciniano, deleznaba este acto de su padre y le retiró la palabra. Tampoco sé
el efecto que esto pudo tener en el viejo, pero me lo puedo imaginar muy bien;
quizá le entró eso que llamamos en castizo la risa floja.
En fin, empecé
mencionando a un Servio Sulpicio Galba, luego hablé de otro (en realidad son tres con el mismo nombre) y terminé haciéndolo de Catón el Mayor. Estas cosas pasan
cuando uno puede escribir sobre lo que quiera. Esa es la gran e impagable
ventaja de los articulistas y de los blogueros.
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