Amigo lector,
aquí estoy otra vez, que nunca dije que mi abandono del blog hubiera de ser
definitivo y total. Y querría hoy empezar un tema algo complicado y que no
puede ser breve, ex necessitate rei: la
mezcla de realidad y fantasía en la literatura, que tantas veces intriga a los
lectores. Además, al final quiero insertar un video propio, aventura
absolutamente inédita en estas lides mías y de la que espero salir airoso. En
fin, empezaré y sea lo que Dios, o el demonio, quiera.
Pretendo
explicar la génesis de un relato corto mío, de índole fantástica, Viaje a Baviera, de mi libro El misterio de los editores; mostrar los
sucesos reales que me sugirieron la trama del relato. En estas historias, la
mayoría de las veces todo nace del magín del escritor, pero también hay algún
caso en que la realidad es misteriosa y desconcertante y te brinda la urdimbre
del cuento. Pensé en resumir este y veo que es imposible. Lo copio, pues,
íntegro, dividido en tres partes, y luego comentaré cómo nació. Mi propósito de
abreviar las entradas no será fácil de cumplir en muchos casos; lo que sí haré
es hacerlas menos frecuentes. En esas estamos.
*** VIAJE A BAVIERA (relato) ***
¡Oh, gentes de Al-Ándalus,
... el paraíso sólo está en vuestra
tierra!
Abu Ishaq Ibn Ibrahim Ibn Abu Al-Fath Ibn Khafajah (1058-1139)
Mi tío ha
muerto recientemente y ahora sé que nunca llegué a conocerlo bien. Él vivía en
su bella ciudad, en la provincia de Jaén, viajaba a Madrid sólo ocasionalmente
y era yo el que venía a veces aquí, a su casa, en donde estoy ahora. De joven,
me intimidaba un poco, aunque siempre fue cariñoso y afable conmigo. Lo veía
lejano y sabio, viviendo solo en este caserón enorme, sin familiares cercanos,
eternamente sumido en lecturas e indagaciones a las que le llevaba su trabajo
de bibliotecario y su condición de cronista. Hablaba de cosas amenas, pero
desconocidas de casi todos y a menudo ligeramente misteriosas o indescifrables.
Los últimos
tiempos estaba como perdido. Su muerte, relativamente inesperada, a pesar de
sus setenta y nueve años, me entristeció mucho. Vine una vez más a esta ciudad
para el entierro y unas semanas después he tenido que hacerme cargo de la casa,
porque me la dejó a mí, uno de sus tres herederos, con todas sus pertenencias.
He decidido pasar aquí unos días, sumergirme en los muchos papeles y fotos que
ha dejado y revisar un poco su nutrida biblioteca.
He vuelto a
leer el relato Viaje a Baviera, que apareció en la revista literaria
local Bétula, de la que era habitual
colaborador, hace ahora unos trece años. Lo transcribo entero, para que se
entiendan mis sospechas e incertidumbres respecto a todo lo que contó en el
artículo. Hago notar que es de mayo de 1998
Queridos lectores, este mes escribo sobre
Baviera. Quizá también sobre algún otro lugar desconocido y oculto —un salón
con el color azul cobalto fucilando en las paredes y una luz singular y
distinta—, situado en alguna otra dimensión de la realidad. Intentaré
explicarme.
Llevaba tiempo sin ir a esa tierra
alemana, especialmente querida; seguramente, por tener algún conocimiento de su
lengua, gracias a mi madre, que se empeñó en que la aprendiera de pequeño, con
doña Hildegard, que me daba también clases de piano. Aunque viajé por motivos
profesionales, he gozado otra vez de aquellos hermosos paisajes y de la alegría
de sus gentes. Eso de que los alemanes no hacen mucho ruido cuando se reúnen es
una de las numerosas ideas falsas que los diversos pueblos tienen unos de
otros. Aquí, eso sí, hablamos todos a la vez y allí lo hacen algo más
ordenadamente, casi siempre de uno en uno. Luego, las risotadas, las
muestras de aprobación o desaprobación, las bromas y las canciones son igual
de ruidosas o más que en España.
(continuará)
(continuará)
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