Palabras clave (key words):
Eclesiastés, Horacio, Torquato Tasso, Luis Alberto de Cuenca
En todas las
literaturas se encuentran metáforas o símiles que relacionan las rosas
—su belleza, su caducidad— con el propio devenir de nuestras vidas. Todo
responde al doloroso sentimiento de que el mundo es bello, pero imperfecto, y
la vida fugaz. Algo que desgarró pronto el corazón del hombre y fue proclamado
desde las más antiguas narraciones. De todos esos antiguos relatos tristes y
pesimistas, uno de los más hermosos y profundos es el Eclesiastés. Sin embargo, no se encuentra en él, ni una sola vez,
la palabra rosa, como ejemplo de la
vanidad última de la existencia.
Como reacción
frente a esa pobre realidad, una de las expresiones más conocidas es carpe diem (aprovecha
el día), acuñada por el poeta latino Horacio, en su libro primero de Odas, la número once, exactamente,
dirigida a Leucónoe; la que empieza: No preguntes,
Leucónoe —pues saberlo es sacrilegio— qué final nos han marcado a mí y a ti los
dioses. En ella no aparece tampoco la
palabra rosa, aunque sí se habla de algo remotamente vegetal, un producto
derivado de la uva: el vino.
La leo en la
espléndida traducción de las Odas, de
mi buen amigo el profesor José Luis Moralejo, que pronunció, hace ya algún
tiempo, unas palabras en la presentación de uno de mis libros en Madrid. Es al
final cuando Horacio escribe: Carpe diem, quam
mínimum crédula postero (échale mano al día, sin fiarte para nada del
mañana). En Odas I, 9 ya está prefigurada esta urgencia por sacar todo el
partido posible a la vida. Tampoco hay aquí referencias a las rosas, pero sí,
otra vez, al vino: Y cada día que la
Fortuna te conceda, sea como sea, apúntalo en tu haber y vierte sin tasa de un ánfora sabina vino de cuatro
años.
Sin
embargo, en Odas I, 5, sí se habla de
rosas, en el apropiado contexto de un feliz encuentro amoroso: ¿Qué esbelto mozo, en medio de abundantes
rosas y bañado en límpidas fragancias, te abraza, Pirra?
Otro autor de la
misma tierra italiana, Torquato Tasso (1544-1595), pobre poeta lleno de dudas y
de temores, atenazado por el constante terror de haber caído en la herejía y
que murió atormentado por la locura, insiste en recomendar esta manera de
afrontar la existencia. Y también menciona a la rosa: Mentre che v’apre il ciel puro il giorno, / cogliete, o
giovinette, il vago fiore / de vostri più dolci anni. […] Verrà poi’l verno,
che di bianca neve / sole i poggi vestir, coprir la rosa. Mientras que el cielo os abre puro el día, / coged, oh
jovenzuelas, la flor vaga de vuestros más dulces años. […] Vendrá luego el
invierno que de blanca nieve / suele vestir las cumbres, cubrir la rosa.
Querría terminar esta entrada con los versos de un poeta español
contemporáneo, Luis Alberto de Cuenca, que toma el título de Ausonio: Collige, virgo, rosas. Es uno de los que con más
ardor y vehemencia instan a gozar del instante, a arrancar las rosas, con una
violencia casi excesiva y con una referencia final muy española y trágica a la
Muerte. Dice el poema: Niña, arranca las
rosas, no esperes a mañana. / Córtalas a destajo, desaforadamente, / sin
pararte a pensar si son malas o buenas. / Que no quede ni una. […] Y que la
negra muerte te quite lo bailado. La invitación
—podría escribirse la orden, el ultimátum— es clara, no tiene nada de ambigua.
Obviamente, para
enfatizar la brevedad de la vida y aconsejar el disfrute de los placeres
mientras se pueda, no hace falta citar a las rosas. Pero es verdad que en muchos
casos, los escritores lo han hecho así. He recogido aquí algunos ejemplos,
tratando de mostrar autores de diversas épocas. Quiero terminar esta pequeña
antología con el poeta francés que ya mencioné, Pierre de Ronsard, y con
alguien más, pero será otro día.
(continuará)
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