Palabras
clave (key words): leyenda, sirenas, rescate de la reina, justicia.
La joven reina, sigue la leyenda, no merecía la muerte porque
era “bella, buena y obediente”. En el fondo del mar fue acogida por una
multitud de hermosas sirenas, que cantaban dulcemente, de un modo jamás oído. La
condujeron a sus ricos alojamientos y allí pudo ver a muchos hombres y mujeres,
a los que el canto fascinante y traidor de las sirenas había atraído y vencido
para siempre durante siglos.
Mientras tanto, el cortejo llegó al palacio real,
rebosante de damas y caballeros. El rey ofreció el brazo a la desposada y al
mirarla quedó como fulminado. ¡Qué fea es la reina, pensó, y a mí me pareció la
más bella del mundo! También los presentes estaban maravillados y se miraban en
silencio. Sólo la madre de la reina rebosaba de gozo. El rey le preguntó la
razón de aquel cambio súbito y ella respondió, con el desparpajo propio de estos casos: Maestà, passò
la luna, e le tolse la fortuna; passò il sole, e le tolse lo splendore. Dejo el italiano y traduzco: Majestad, pasó la luna y le
quitó la fortuna; pasó el sol y le quitó el esplendor.
Se suspendieron las fiestas, el rey se refugió en sus
habitaciones y estuvo tres días y tres noches sin ver a nadie, sin tomar
alimento, desahogando en llanto el dolor de su amarga desilusión. Pasado un
tiempo, quiso tomar un poco de aire fresco y salió al campo, solo, sin
acompañamiento. Sin darse cuenta llegó hasta el mar y lanzó un hondo suspiro.
Le pareció entonces oír una voz melancólica que venía de lo profundo de las aguas: Oh, tú, que vienes a esta playa, ve al
rey y cuéntale mi historia. ¿Quién eres tú, gritó el monarca, y qué quieres del
rey? Entonces la voz, que era la de la obediente e infortunada reina, le contó
la historia de su viaje y de sus desgracias.
El rey estaba fuera de sí ante tanta maldad. ¿Qué debo
hacer para sacarte del mar y conducirte a la corte?, preguntó. Es inútil
cualquier remedio, pero preguntaré a la Madre de las Sirenas. Vuelve mañana a
este mismo lugar y te diré su respuesta, contestó la voz. El rey volvió al día
siguiente y la misma voz le dijo: La Madre de las Sirenas me ha dicho el
remedio, pero es muy arduo y complicado. Además, pienso yo que el rey ya se
habrá consolado de mi ausencia y me creerá muerta.
No, no, exclamó el rey. Lo conozco y sé que es el más
infeliz de los hombres desde tu desaparición. Dime el medio para salvarte. Pues
bien, para que vuelva a tierra es preciso echar al mar una gran carga de vino,
de queso y de pan, para saciar a las sirenas y sus prisioneros que no han
comido desde hace mucho tiempo y sobrepasan en número a todos los habitantes de
la tierra. Así lo cumplieron todos los súbditos del reino y así pudo regresar
la reina a tierra, en los amantes brazos del rey, que la tuvo escondida hasta
la noche. Se anunció que habría una gran fiesta en palacio.
En la fiesta, llena de cortesanos, la reina auténtica
estaba disfrazada con ropas de forastera. El rey se inclinó ante la falsa reina y dijo a todos:
Señoras y señores, os he reunido para que cada uno de vosotros cuente una
historia, de amor o tristeza, que aporte alguna distracción a mi desolado ánimo.
Cada uno de los invitados contó su historia, provocando las lágrimas o sonrisas
del auditorio. Hasta que llegó el turno de la bella desconocida, la forastera, que
contó su historia, la verdadera, la ocurrida durante el viaje del cortejo real.
Todos se horrorizaron por aquella crueldad incalificable.
Cuando terminó, el rey preguntó a sus nobles: ¿Qué pena
merecen los que traicionaron a esta pobre mujer? Todos propugnaron que juzgara
la reina. La falsa reina, pálida como la muerte, se vio obligada a decir:
Merecerían la muerte. Sea tal, decretó el rey. Entraron entonces hombres armados,
que quitaron todas sus joyas a la falsa reina y la sacaron fuera, con su madre.
El rey presentó a sus cortesanos la reina verdadera. Tenía los ojos del color
del mar y los cabellos del color del sol.
Es una leyenda sencilla, poco conocida y levemente
disparatada, que fue traducida al inglés y francés. La presento ahora en español. La reina era un encanto, aunque quizá un poco sorda.
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