Palabras clave (key words): Platón, Ferran
Adrià, John F. Kennedy, Thomas Jefferson.
Platón, en un pasaje de su Político, refiere un antiguo mito griego: el universo giró en
sentido inverso y los seres mortales cesaron de envejecer y regresaron a la juventud
y la niñez. Hace unos días ocurrió algo parecido. No para todos los mortales,
pero sí para los nueve amigos que estábamos reunidos en casa de uno de
nosotros, compartiendo mesa y mantel. Para nosotros, el cosmos entero se
aquietó y el tiempo volvió atrás más de medio siglo, hasta nuestros años de
estudiantes de Medicina, en Madrid.
Cualquier acontecimiento esplendente y gozoso alberga en
su núcleo la amarga semilla de una tristeza posterior inevitable. De la
apoteosis del sexo deriva la tristitia post
coitum, como designaban los romanos al sentimiento de soledad y vacío que
puede suceder a la plenitud amorosa. Del hecho que cuento, también quedó la
melancolía de su fugacidad, de su imposible continuación, de la evanescencia
final del alegre estado de ánimo en el que el tiempo pareció derrotado. Hay una
tristitia post concilium.
Vuelvo a Ferran Adrià y a esas simplezas de la alianza
entre lo gastronómico e intelectual. En nuestro caso, fueron experiencias nada
relacionadas. Hubo un ambiente culto y delicioso, fruto de las aportaciones de
los reunidos. Porque no fue sólo el sentimiento agradable del reencuentro y la
remembranza, sino que hubo también un rico intercambio de ideas. Para eso, la
gastronomía no ayuda nada y hasta puede estorbar, si se topa uno con algún
cocinero lenguaraz. Entre los nueve, sumábamos casi siete siglos. Y hemos
dejado atrás muchas cosas, quizá no del todo: las vanidades, las intrigas, ya
leves o inexistentes. Estamos todavía en una orilla placentera y dulce de la
vida. Algunos de los asistentes han tenido un más que discreto éxito
profesional y académico, pero todo eso quedó fuera y quedaron sólo las
reflexiones y los afectos.
El 29 de abril de 1962, el año que terminamos la carrera,
hubo una famosa cena en la Casa Blanca, en honor de los Nobel americanos. Se
celebró “in the State Dining Room and the
Blue Room”
y asistieron
cuarenta y nueve Premios Nobel y diversas personalidades de las artes, la
ciencia, rectores de Universidad, etc. El presidente Kennedy los saludó así: I want to tell you how
welcome you are to the White House. I think this is the most extraordinary
collection of talent, of human knowledge, that has ever been gathered together
at the White House, with the possible exception of when Thomas Jefferson dined
alone (Quiero decirles lo
bienvenidos que son ustedes en la Casa Blanca. Creo que es la más
extraordinaria colección de talento, de conocimiento humano, que jamás se ha
reunido en esta Casa Blanca, con la posible excepción de cuando Thomas
Jefferson cenaba aquí, solo).
Me gustó siempre
esta anécdota, su fina ironía y el claro y explícito tributo a la inteligencia
individual. Creo en las virtudes del equipo, pero también en las del genio
aislado. Sin entrar en el lado oscuro y sombrío de Jefferson —no hay ser humano
que no lo tenga—, este presidente fue un hombre excepcional. Kennedy continuó: Someone once said that
Thomas Jefferson was a gentleman of 32 who could calculate an eclipse, survey
an estate, tie an artery, plan an edifice, try a cause, break a horse, and
dance the minuet (Alguien
dijo una vez que Thomas Jefferson fue un caballero de 32 años, que podía
predecir un eclipse, regir una hacienda, ligar una arteria, planear un
edificio, juzgar una causa, domar un caballo y bailar un minueto).
Jefferson fue el principal
redactor de la Declaración de
Independencia de los Estados Unidos y el primer Secretario de Estado de la
joven nación (1789-94). Luego fue segundo Vicepresidente (1797-1801) y tercer
Presidente (1801-09). Compró Louisiana a los franceses, fue un apasionado
defensor de la separación de la Iglesia y el Estado e hizo de la libertad
individual el núcleo central de la revolución americana.
(continuará)
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