3 de marzo de 2015

Sobre los idiomas, sus dificultades, su olvido (II)


Palabras clave (key words): Asín y Palacios, letras árabes, deseos imposibles de viejos.

Lo de mis estudios de árabe parece increíble y tengo que contarlo un poco mejor. No pude jamás asistir a las clases en la facultad, porque trabajaba ya en mi hospital, y no sé cómo se desarrollaban. No sé si se leía algo en árabe, si los alumnos se iniciaban en la conversación, etc. En el examen, se trataba sólo de traducir uno de los textos que integran la última parte del libro Crestomatía de árabe literal, del insigne arabista Miguel Asín y Palacios. La obra consta también de una primera parte de gramática y de un reducido diccionario en el que figuran todas las palabras que aparecen en los textos finales, lo que facilita la traducción de los mismos.

La dificultad de los exámenes era, pues, razonable. Y luego estaba aquella joven, licenciada o doctora en árabe, cuyas clases particulares me recomendaron los expertos, para aprobar la asignatura, dedicándole uno o dos meses. No pertenecía al claustro, pero la conocían en toda la facultad. No escribiría aquí su nombre y tampoco lo recuerdo. En clase, por la tarde, en su casa, éramos unos seis o siete alumnos, todos con el mismo propósito: pasar el examen de una lengua no fácil, de la que ignorábamos todo.

Al principio ni sabíamos los nombres de las letras. La segunda letra del abecedario árabe, Ba ͗, cuando va aislada o al final de palabra se escribe y no era infrecuente referirse a ella como ‘la barquita con el punto debajo’. Lector, para hacer este alarde de conocimientos he tenido que valerme del libro de Asín, que conservo, porque todo esto lo tengo olvidado con desmesura, como ya afirmé. Bueno, pues con algún empeño nuestro y la rara y portentosa habilidad de aquella buena mujer, bastantes de los discípulos congregados en sus clases lográbamos pasar el examen; hasta con nota. Refiero estos detalles para hacer verosímil mi relato; espero haberlo conseguido.

Con esta base tan inestable no es de extrañar que haya olvidado mi árabe. Aun así, me sorprende la magnitud del desastre, el derrumbe tan total de aquel pobre armazón que pude construir en algún tiempo. En ninguna otra área del conocimiento me ha sucedido algo parecido. De hecho, hasta existe la vaga creencia popular de que ciertas cosas no se olvidan nunca, o se conservan en buena parte, o son fáciles de recordar de nuevo. Quizá las hay, como montar en bicicleta, patinar… No el árabe, no el mío.

Escribiendo esta entrada he querido revivir aquella historia, aquel trozo de mi vida. Esto es algo que ocurre frecuentemente cuando se tienen ya unos años: el deseo, a veces repentino e imperioso, de reconstruir un determinado escenario del pasado. Daría cualquier cosa por saber el nombre de la joven arabista, dotada por el buen Dios para hacer que sus alumnos aprobaran árabe, quizá con la ayuda directa en el examen del mismo Dios que le dio a ella el don. Y he querido saber de mi amigo, mi profesor de árabe, para tratar quizá de verle y contarle que se equivocó conmigo cuando me aprobó, que debiera haber previsto que cincuenta años más tarde yo no sabría una palabra de árabe, que lo engañé sin querer —no, no, queriendo— y, en fin, para charlar un rato.

 He mirado, claro, en Internet. Y como ya me ha ocurrido algunas veces en trances parecidos, me aguardaba el desastre, la noticia pésima, la tristeza. Joaquín Vallvé Bermejo, de quien no sabía nada desde los tiempos del Colegio Mayor, no podrá ya nunca reunirse conmigo. No es la primera vez, ya digo, y siempre me deja el mismo amargor. Porque veo que me descuidé mucho, que debería haber gestionado antes el reencuentro. Que la vida había pasado ya y demasiadas cosas no tenían remedio. Me gustaría decir algo de él póstumamente y lo haré en otra entrada, si no os parece mal.

(continuará)

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