Un amigo mío,
excelente médico y excelente poeta, me envía unos versos en broma, resumiendo
muy a su modo la situación en el ayuntamiento de Madrid, tras las pasadas
elecciones. Lo que me da pie para divagar sobre una expresión que tuvo cierta
popularidad hace ya tiempo. Los versos son estos:
Con aires de comadrona
nos va a gobernar Carmena,
ayudada por Carmona.
¡Qué país, Miquelarena!
El último verso
es poco más que un ripio, pero que se ampara en algo real, un dicho de historia
no tan reciente y que muchos no conocerán. La expresión fue acuñada por el
periodista Pedro Mourlane, nacido en Irún, que la hizo célebre en su
tiempo. Mourlane cursó estudios de Medicina y Letras en la
Universidad de Valladolid y acabó finalmente como periodista, crítico literario
y ensayista. Fue uno de los que intervinieron en la composición de la letra del
himno falangista Cara al sol.
¿Y quién era
este Miquelarena? Pues otro escritor y periodista vasco, educado en Francia e
Inglaterra, muy culto, conocedor de idiomas como Mourlane, y perteneciente
también al círculo literario de Falange Española. Jacinto Miquelarena nació en
Bilbao en 1891 y durante la guerra civil dirigió Radio Nacional de España desde
Salamanca. Fue amigo de Miguel Mihura y Jardiel Poncela y colaborador de
revistas de humor, como La Codorniz y
otras. Hizo una traducción del poema de título If, de Rudyard Kipling, que, cuando yo estudiaba mi carrera, se
encontraba en muchos cuartos estudiantiles de los Colegios Mayores de Madrid.
Umbral dijo de Miquelerena que fue uno de los grandes prosistas de su época.
Murió en París,
en donde estaba como corresponsal del periódico ABC. Allí fue diagnosticado de
cáncer. Esto, junto a algunas críticas de la dirección de su propio periódico
sobre su actividad profesional, por dedicarse más a lo literario que a la
información —sobre esto diré algo más otro día—, le llevó al suicidio en 1962.
Se arrojó al metro en una estación próxima a su domicilio.
Me conmueve
recordar a personas así, conocidas, más o menos famosas en sus tiempos y hoy
prácticamente olvidadas. Sus vidas me hablan de la futilidad de todo, de la
banalidad de muchas luchas. Lo que me queda de este mirar atrás es la tristeza
de su muerte, la intuición del tenebroso mundo en el que se instalaron al final
de su vivir. Y, quiero resaltar esto, a estas alturas, en el momento que
escribo, constato que me importa muy poco —nada— que militaran en un partido u
otro. Me queda sólo la compasión porque llegó un día en que conocieron o hasta
buscaron la Muerte. La historia de todos, el fin de todos. Y me interrumpo
aquí, que prometí entradas amables en este verano.
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