Palabras
clave (key words): violencia, tragedias de Shakespeare, El tercer hombre.
Odio la violencia
física en cualquiera de sus múltiples manifestaciones y también la violencia
verbal. Tolero, hasta cierto punto y sólo en determinadas circunstancias, la de
la palabra escrita, sobre todo si es sutil o contundente, bien adobada con
humor o con justificado desdén. Y siempre que se dirija a algún entontecido, que hay bastantes.
Lector, sabes muy
bien que no es lo mismo tonto que entontecido. Frente al tonto puro, que no es
responsable de su falta, sólo cabe la compasión disimulada, para no herir su
susceptibilidad, y la obligación de velar cuidadosamente por él. El entontecido,
el tontivano, es algo muy diferente: es el engreído, el que se cree, por el motivo
que sea, superior a los demás. Sucede, además, que muchas veces su
encumbramiento deriva de logros discutibles o fraudulentos. La sabiduría
popular distingue muy claramente entre esas dos tonteras: el tonto de la cabeza
y el tonto del antifonario.
Viene este exordio
sobre la violencia por lo que conté en mi anterior entrada, al hablar de las
muertes en el Titus Andrónicus, de
William Shakespeare. Es verdad que es quizá la más sangrienta de todas sus
obras. Pero también es verdad que el teatro inglés de la época está plagado de
violencia y sangre y que esto era absolutamente tolerado por el público. Ya
dije que en esa obra había nueve muertes en escena, muertes que ocurrían ante
los ojos del espectador. Pero no es sólo eso: hay otras cinco muertes más, una
mujer violada a la que después le cortan las manos y la lengua, más
amputaciones de miembros, un quemado vivo, un caso de locura (fingida) y otro
de canibalismo, cuando Titus da a comer a Tamora un pastel hecho con la carne
de sus propios hijos. Y crueldades parecidas hay en otras obras del genial
dramaturgo inglés: Hamlet, Macbeth, Julius Caesar, King Lear, Coriolanus,
etc.
En el cine actual
la violencia se halla igual de presente. Cuando veo en TV los anuncios y
argumentos de películas, me sorprende la presencia constante de armas, cada vez
más letales e inverosímiles, y luchas cada vez más absurdas. Si por azar caigo
en uno de estos filmes, al aparecer un arma, desconecto enseguida. Hice la
promesa de no ver ninguna película en la que aparezcan armas. Inmediatamente
comprendí que no podría ver entonces, por ejemplo, una de mis preferidas, El tercer hombre. Y me digo que hay que
contemporizar, si quiero ver esa largo y maravilloso plano secuencia final, en el que la bellísima, interesantísima, Alida
Valli (Anna), una pobre actriz secundaria expuesta a ser expulsada del país,
abandona el cementerio y Joseph Cotten (Holly Martins), un autor de novelas
baratas del Oeste sin un céntimo, se dispone a un último, seguramente
infructuoso, intento de conquistarla. Son sólo dos perdedores perdidos, pero queda la esperanza. Todo eso con la deliciosa
música de Anton Karas y su cítara.
Ya sé que esa violencia
no se da únicamente en la ficción, sino que está afianzada en la realidad de
todas las épocas. Y hasta en un grado difícil de transferir a cualquier
representación, por tratarse de acciones masivas con miles o millones de
víctimas. No me refiero sólo a las bajas en guerra, sino a los innúmeros
genocidios, los asesinatos de comunidades enteras indefensas. El gusto por los
espectáculos sangrientos también tuvo un comienzo temprano en la humanidad. El
ser humano puede convertirse en un animal sediento de sangre, capaz de los
actos más extremos de crueldad. La realidad actual no invita a desligarse de
esa opinión pesimista. Los medios de comunicación ofrecen cada día noticias de
una maldad casi infinita, no fácil de concebir.
También estoy
presto a reconocer que la mayoría de las personas con las que nos encontramos
en nuestras vidas son más bien pacíficas y hasta benevolentes y se siente
horrorizada por estos actos, que somos incapaces de evitar. ¿Cómo es posible
que se produzcan? Siempre he pensado que hay algo radicalmente enfermo en
nuestra propia arquitectura social de siglos, que los hace posibles. ¿Habrá
alguna vez un gobierno universal justo y pacífico?, ¿será posible esa utopía?
Algunos creen que sí y que es la única solución posible.
No hay comentarios:
Publicar un comentario