Palabras clave (key words): defectos estilísticos,
paréntesis en AA, prosa endiablada.
Muy al principio ya se lee: “el paño que tenía a mano o
tenía en la mano”. Efectivamente, no es lo mismo tener algo en la mano que
tenerlo a mano. El contorno semántico de una expresión está contenido en la
otra, eso sí: lo que se tiene en la mano está a mano (y tan a mano), pero no
ocurre al revés. El narrador omnisciente tendría que saber dónde estaba el
dichoso paño, pero quizá quiere dejar en el aire su ubicación precisa, para
añadir algo de vaguedad a su descripción. Es libre de hacerlo —literatura es
libertad, aquí viene lo del ritornelo del que avisé al principio—, pero eso
tiene un precio: algún lector puede pensar que eso es una leve memez. O puede
pensar que hacerlo una vez no lo es, pero hacerlo muchas sí, o hacerlo más de x
veces por metro cuadrado de papel impreso sí. Hay varias posibilidades.
En AA son especialmente infelices los paréntesis, las
matizaciones que escribe entre paréntesis, y trataré de conservar en estas
citas. “(Su propia toalla azul pálido, que era la que tenía tendencia a
coger)”, por ejemplo. A mí me parece una construcción bastante enrevesada,
aparte de innecesaria. Sigo con mis hallazgos, con comillas para señalar lo que
pertenece al texto de la novela: “Silbando, como suelen hacer los chicos al
caminar”. Hace años que no veo a nadie silbando, otros tiempos. “Se limpiaba
las manos con el delantal, o quizá se santiguaba con él”. Esto último tiene su
dificultad y hasta su mérito, pero desgraciadamente el autor no explica la
técnica.
Se describe un comedor en el que hay un plato totalmente
limpio, como si alguien “hubiera comido más rápido y lo hubiera rebañado
además, o bien ni siquiera se hubiera servido la carne”. Quizá hasta se podrían
hallar experimentalmente más posibilidades, ¿a qué viene esa meticulosidad?
“Las manos a la espalda y la espalda contra el aparador”. “Al cabo de unos
minutos de contemplar cómo esa tarta empezaba a perder consistencia”… Hay que
explicar, forzosamente, que la contemplativa es una sirvienta y lo hace
justamente en el mismo momento en que alguien se ha suicidado de un tiro en el
corazón, en el cuarto de baño, en donde se agolpó enseguida toda la familia, lo
que no es la mejor ocasión para contemplar nada durante unos minutos. Hago
constar que se trata de un piso normal, no de un enorme palacio, de vastedad
inhabitable.
Otros momentos de la narración: Una mujer está de pie con
un bolso y empieza a cansarse, “como si cada segundo que transcurría esos
brazos le pesaran más, o acaso era el bolso lo que aumentaba de peso”. Serían
los brazos, la sensación en los brazos, me atrevo a opinar yo, modestamente.
“Mi contemplación lacónica de la mulata”. Lo del laconismo viene, como
cualquiera sabe perfectamente, de que a los jóvenes de Laconia (Lacedemonia) se
les enseñaba durante su educación a hablar poco y preciso. Pero no se les decía
nada sobre la contemplación, que se les permitía tan dilatada como quisieran.
Es más, supongo que se enfangarían en ella hasta de manera más duradera y
profunda de lo habitual, porque ya que no hablaban mucho, seguro que mirarían
más. Algo tendrían que hacer, digo yo. “Sensación de no hacerlo al hacerlo”.
Esto, lector, puede tener su intríngulis y prometo contarlo en cuanto lo
descubra. “El leve chirrido (fue rápido) y el suave golpe al cerrarse de nuevo
(que fue muy lento)”. ¡Ay, esos paréntesis traicioneros! “Debía ser corta de
vista”, por debía de ser.
En otro momento el narrador, el protagonista, oye ruidos
de pasos en la habitación contigua de un hotel y piensa que una mujer anda
descalza, porque “no eran golpes de cascos”. Se trata de una mujer, no de una
caballería, aclaro. En esa habitación discute una pareja, a la que el narrador
no conoce de nada, lo que no impide que escriba: “la exasperación que les era
propia y consuetudinaria”. Pero si los encuentra por primera vez, ¿cómo sabía
las características de su exasperación?, me pregunto. “Nadie se queda desnudo
en medio de una habitación más que unos segundos”. Bueno, pues eso es opinable
y discutible: depende del calor que haga o de lo que uno se proponga hacer en
estado de desnudez. Luego menciona un “gesto frecuente entre los que escuchan,
o en ella cuando lo hace”. Aquí lleva razón el narrador: cuando ella lo hace,
es frecuente. Es más, siempre que lo hace, lo hace; es así de frecuentísimo. Claro
que podría hacerlo sin hacerlo. O no hacerlo haciéndolo. ¿Será esto contagioso?
Uno puede volverse loco.
“Contemplando transcurrir el transcurrido tiempo”, esta
es una frase que le gusta a AA, porque la repite varias veces a lo largo de la
novela y cuya utilidad o sentido no he logrado aún descifrar. También repite la
expresión “el futuro abstracto”, para referirse al futuro, cuando aún no ha
sido, cuando está aún por concretarse; o sea, cuando es propiamente futuro.
“Casi todo el mundo se avergüenza de su juventud”; bueno, esto es opinable. “El
matrimonio es una institución narrativa”; más de lo mismo. “Fumó dos veces
rápidas”; me parece una construcción por lo menos torpe. “Nuestra casa común y
nueva (artificiosamente)”, ¡esos paréntesis! Esto lo repite varias veces en la
obra. “Pasear un poco, mirar de lejos a los toxicómanos y a los delincuentes
futuros”. Esto se refiere a Nueva York y lo repite dos veces en la novela.
Bueno, en Nueva York, y en otros muchos sitios, hay de todo y hay que mirarlo
todo, pienso yo. “Tan falsos (como un inciso)”, aquí confieso que me perdí sin
remedio. “Nunca sé qué querer”; será así, si así lo dice. “Estaba inmóvil,
luego no cojeaba”, verdad incuestionable.
“Mis compatriotas parecen tener las piernas demasiado
rectas y el culo muy alto”, opina AA, a lo que no sabría yo qué añadir u
objetar. También habla de un “pantalón patriótico” (sic), para indicar que es
como los que llevan los españoles en España. “Sin duda era europeo (pero también
podía ser neoyorquino o de Nueva Inglaterra)”, escribe. Bueno, pues la cosa no
era tan indudable entonces. “Me miró mirándome”, esto es más peliagudo de
entender, pero seguro que tiene alguna explicación oblicua (adjetivo de moda
hace poco entre algunos escritores y que ahora ya no se usa tanto. ¡Lástima!).
“Mi edad de entonces fue siendo otra”. Apenas puedo
imaginar una manera más alambicada y torpe de decir que uno fue haciéndose
mayor. “Superperfumería o perfumería inmensa”, se puede leer en otro lugar.
“Olor multitudinario”, se dice porque era mezcla de diversos perfumes que había
ido probando un cliente. “Debió gustarle”, por debió de gustarle. “Sección
viril”, se refiere al departamentos de caballeros de una tienda; no hacen falta
más comentarios. “El envés de sus sendas manos”; podría haber escrito el dorso
de sus manos, sin más. “Una más larga y
otra más corta, una más corta y otra más larga”; ¿es necesario esto?, ¿qué se
persigue con esto? “Agujero y conducto como el de Berta, que había visto y
grabado, y el de Luisa”. Sí, lector, se refiere a lo que estás pensando, si eres
lo normal de malpensado. El de Berta, el
narrador lo sacó en un video, como se contará más tarde; el de Luisa no, o no
lo cuenta.
“Ocho semanas no son mucho tiempo, pero son más de lo que
parecen si se suman a otras ocho de las que a su vez las separan sólo otras
once, o doce”. Esto hay que pensarlo y sublimarlo, como casi todo con esta
endiablada prosa. Entiendo yo que el autor quiere decir quizá que,
subjetivamente, esas ocho semanas, al unirse a otras ocho semanas y teniendo en
cuanta un tiempo intermedio, se viven como de una duración más larga. O sea,
que podría decirse que ‘parecen más de lo que son’. La verdad es que no sé lo
que quiso decir y me temo que AA tampoco. Lo cual puede que sea, soit dit en passant, su literatura, o cierta
literatura. ¡Que Dios nos ampare!
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