4 de octubre de 2015

De mis perplejidades en literatura (I)


SOBRE LA NOVELA CTB, DE &5

Lector, esta entrada es la primera de seis, algo crípticas. Constituyen la reseña que hice, para mi uso personal, de una novela de gran éxito, de un escritor español hodierno. Como hice en mis Apuntes sobre literatura, no doy el nombre del autor sino una cifra (&5, la misma de mi libro), ni el de la novela. Y me gustaría que no fueran reconocidos, aunque sé que esto no está garantizado. Me perturba escribir mal de cualquier obra; parto de la asunción de que todas son fruto del amor, del ensueño, de la dedicación. Pero también pienso que uno tiene derecho a entender el porqué de las cosas, los criterios que definen lo bueno y lo malo, lo bello y lo feo, el éxito y el fracaso. Mi deseo de comprender el mundo ha sido más fuerte y pujante que mi prudencia.

Si alguien me convence de mis errores, me desdiré inmediata y públicamente hasta de la última letra del escrito. Y daré las gracias a mi convencedor y lo premiaré con algo tangible o contable. Y si alguien quiere saber la obra y autor a los que me refiero —y lo hace sin ánimo de perjudicar gratuitamente a nadie—, le daré los nombres, de manera privada. Presento este escrito tal como fue redactado, hace exactamente dos años, en octubre del año 2013. Sólo sustituyo, en estas páginas, la cifra &5 del autor, por las letras AA (autor anónimo), que resulta más sencilla.

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Palabras clave (key words): Marcel Reich-Ranicki, Goethe, Diderot.

La literatura es la libertad. Empiezo así porque esta frase podría ser —no sé todavía cómo se irán desarrollando las ideas que pretendo exponer— como un ritornelo, que aparezca de vez en cuando en mi exposición. No me refiero a lo que el hombre, en su conquista histórica de ese bien irrenunciable que es la libertad, debe a la literatura, sino al puro hecho del escribir. Cuando escribimos, hablo de la ficción, estamos en un reino en donde todo es posible: todas las ideas, las imaginaciones, las metáforas, las imágenes, los estilos, el uso de las palabras, la creación misma de las palabras… El escritor puede escribir como quiera, como Dios le dé a entender. A cambio de esto, también puede ser juzgado por cualquier lector, que será igualmente libre de expresar su acuerdo o desacuerdo con lo escrito, desde cualquier ángulo que escoja.

Ya había leído algo de AA y no me había gustado. También encontré, en uno de esos blogs de ahora, juicios sobre su obra tan negativos y destemplados que no quise, que no pude, ni considerar. He de decir, sin embargo, que algunos que le defendían en aquel foro eran igualmente de una ferocidad y vulgaridad infinitas. En fin, una diatriba absolutamente fuera de mi horizonte intelectual y personal, que la hacía inexistente para mí. Ninguna de mis reflexiones presentes puede parecerse a aquello; no es que haya decidido plantearlas hoy así, es que no sabría comportarme de otro modo. La furia dialéctica está fuera de mi mundo, en el que sólo me permito moderadas ironías, que pienso que no molestarán demasiado, dirigidas a gentes muy mimadas, halagadas y favorecidas, nada menesterosas, que se pueden defender bien, si quieren. Lo único que busco, a mi manera, es la verdad y su partera, la razón. 

Con motivo de la muerte reciente [en 2013] en Frankfurt del crítico Marcel Reich-Ranicki, un verdadero ‘Literatur-Papst’ (Papa de la literatura), se recordó en la prensa española el papel que había tenido en la fama de AA como escritor, en Alemania; sobre todo gracias a una sesión de su famoso programa ‘Das literarische Quartett’ (Cuarteto literario), en la cadena de televisión ZDF de aquel país. En un periódico leo que, en la semana siguiente a la emisión, se vendieron ochenta mil ejemplares de su novela CTB (traducida al alemán), de la que hasta entonces se vendía sólo una media de un ejemplar al día. No garantizaría la exactitud de estos datos de prensa, pero esta Blitzpromotion en Alemania, sí es conocida en los ambientes literarios.

Frente a un fenómeno tan extraordinario, sentí el lógico deseo de leer la novela y eso es lo que he hecho. Se comprenderá que esperaba una obra absolutamente impar, inigualable, alejada con mucho de lo ordinario, resueltamente preternatural. Más aún, quizá inspirada directamente por alguno de esos dioses caprichosos que se ponen muy raramente en contacto con los mortales. ¿No es razonable esperar  algo así cuando fue capaz de suscitar un éxito tan importante e instantáneo?

No resultó así, desgraciadamente. Desgraciadamente, porque me preparaba para un exquisito banquete de belleza y sensibilidad y no hubo lugar. Recordaba lo que escribió Goethe, y había leído yo en la contraportada de un muy querido libro, en francés: Lu de 6h à 11h et demie, et d’une traite, Jacques le fataliste, de Diderot; me suis délecté comme le Baal de Babylone à un festin aussi énorme; ai remercié Dieu que je sois capable d’engloutir une telle portion d’un seul coup (leída de seis a once y media, de un tirón, Jacques la Fataliste, de Diderot; me he deleitado como el Baal de Babilonia con un festín tan enorme; he dado gracias a Dios por ser capaz de deglutir tal porción de una sola vez).

Desgraciadamente también, porque, de siempre y ahora más que nunca, amo la racionalidad en la vida, en las relaciones, en el mundo, buscando siempre un nexo explicable y lógico entre las causas y sus efectos, y he quedado defraudado. Al fin y al cabo soy de ciencias, aunque me haya descarriado un poco al final en la literatura. Esto fue porque he tenido algo de tiempo; todo lo que he hecho en mi vida es porque he podido reservarme para mí algún tiempo.

Tomé algunas notas al leer y las recojo sin ningún propósito académico, lo que no quiere decir que no trate de seguir un cierto orden o método. Empezaré con las concernientes a la prosa, al estilo, tras reiterar que, en mi sentir, el escritor puede escribir como quiera.  Recojo alguna de las cosas que no me gustan en la novela.

En cuanto al estilo, y antes de referirme a los casos concretos, diré que la literatura puede ser, con todo derecho, el arte de la vaguedad, de la inexactitud, de la nebulosidad, de la indefinición. En la ciencia, el lenguaje ha de ser preciso, minucioso, ajustado, porque así lo requiere la materia. Nada de eso ocurre en la literatura, en donde la prosa puede ser distorsionada, vaga, repetitiva, caprichosa, incoherente, etc. Yo creo que ciertos autores escriben así, con toda deliberación, precisamente para recordar, para hacer ver al lector, que se está en el terreno de la literatura. Pero todo eso no se puede hacer impunemente; el favorable efecto que pueda tener un estilo así, puede ser más que contrarrestado por la fealdad, la inoportunidad o la cacofonía del mismo.

 Manejo la edición de bolsillo, de junio de 2013, de Random House Mondadori, y cito sólo lo necesario para remitir a las expresiones correspondientes en el texto. No doy aquí los números de página, para no hacer más pesados estos comentarios. Quedan marcados en mi libro los párrafos que llamaron mi atención en cualquier sentido.

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