Palabras clave (key words): etimología,
rebeca, nostalgia, Johannes Hofer, Resusci Anne.
La etimología es la ciencia que trata del “origen de las
palabras, razón de su existencia, de su significación y de su forma” (DRAE,
primera acepción). Con una tal definición, es obvio que también estudia
términos modernos, que han sido creados por personas o instituciones
(neologismos) y palabras que nacen de una moda, una obra literaria, una
película, etc. La indagación tiene así, en ocasiones, un recorrido corto y no
precisa remontarse a tiempos muy antiguos. La palabra española ‘rebeca’, que
designa una chaquetilla femenina de lana, deriva del nombre de la protagonista
de una película con ese título (Rebecca,
en inglés) de 1940, del director Alfred Hitchcock, inspirada en una novela de
la escritora inglesa Daphne du Maurier, que tuvo once nominaciones y consiguió dos Oscar: mejor
película y mejor fotografía.
Hablaré sólo de dos términos: Nostalgia, un neologismo, aunque serán pocos los que lo sospechen,
y Resusci Anne, nombre de un equipo
de reanimación para formación de socorristas, que tiene una historia curiosa.
Nostalgia tiene étimos griegos, νόστος (nóstos, vuelta a casa) y ἄλγος (álgos,
dolor), pero fue creada por un todavía estudiante de Medicina de Alsacia, Johannes
Hofer (1669-1752), en un trabajo médico de 1688. La consideró una enfermedad
tratable, que puede ser tan intensa que produzca síntomas psicosomáticos. Se da
en personas alejadas de su país de origen: estudiantes de Berna viviendo en
otros cantones, sirvientes suizos en Alemania y, sobre todo, soldados suizos mercenarios,
que militaban en Francia o Italia. Se reconocieron casos en otros países y
recibió el nombre de ‘mal du pays’ en Francia, ‘mal de corazón’ en España,
‘Heimweh’ en Alemania… Se
trataba, en la época, de un diagnóstico estrictamente médico, no emocional.
La nostalgia era un “estado de tristeza, originado por el
deseo de retornar a la patria, al país de uno” y fue más tarde el objeto de una
tesis que Hofer publicaría en Basilea, en 1745. Los pacientes se desconectan
del ambiente en que viven, llegan a confundir el presente y el pasado y pueden
sufrir alucinaciones. Otros médicos trataron de encontrar las raíces
fisiológicas que explicaran el cuadro. Solían prescribir remedios como purgas,
opio, sanguijuelas, etc., aunque afirmaban que lo mejor era volver a la patria.
En 1733 un oficial del ejército ruso encontró otro tratamiento: enterró vivo a
un soldado que padecía la enfermedad y logró inmediatamente que su regimiento fuera el más sano del ejército, inmune a cualquier enfermedad posible. Siguió la
consigna clave de la disciplina militar: que la tropa tema más a sus propios oficiales
que al enemigo.
Como me sucede tantas veces, casi no queda
tiempo para hablar de Resusci Anne. Resumiré la historia, tomada del doctor
Fernando A. Navarro, al que ya cité en este blog. A finales del XIX se encontró
en París, en el Sena, el cadáver de una adolescente sin signo alguno de
violencia. Se pensó en un suicidio y sus restos mortales permanecieron algún
tiempo en la morgue, mientras se buscaba obtener información sobre la víctima.
Era una bella joven en la que perduró tras
la muerte una dulce y enigmática sonrisa y a la que nadie reconoció ni reclamó.
El suceso tuvo una amplia repercusión en la ciudad, con colas de gente tratando
de identificarla. Un modelador hizo una máscara de su rostro, de la que se
hicieron copias y un grabado, l’inconnue
de la Seine, que se llegó a vender y adornó buhardillas de pintores y
bohemios en la ciudad. Se equiparó a la Gioconda y poetas como Rilke, Nabokov y
Louis Aragon se refirieron a ella, convirtiéndola en una especie de icono
romántico.
Mucho tiempo después, hacia 1958, una empresa
de aparatos médicos fabricó el primer equipo para prácticas de reanimación y
decidieron que el maniquí tuviera la apariencia de un ahogado real. Utilizaron
como modelo a la joven francesa, a la que bautizaron como Anne. El muñeco de
ese equipo, de Resusci Anne, ha sido desde entonces el más besado de la
historia en el aprendizaje de las maniobras de reanimación. Claro que —opino
yo, lector, modestamente— es mucho mejor ser besado en vivo y a lo vivo, que
después de muerto y en efigie. No sé si me explico.
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