14 de junio de 2016

La taimada y traviesa apóphasis (I)


Lector, prometo explicar lo de la apóphasis al final. Ahora digo que en la portada de mi blog se lee, tras la definición de ‘sobretarde’ (lo último de la tarde, antes de anochecer, DRAE), una sincera y rotunda declaración: Creado para tratar temas que vayan surgiendo de mis lecturas o meditaciones, sin preocuparme demasiado por la actualidad. Esta ha sido mi intención y la norma en casi todas las entradas del mismo. Entre los temas de actualidad, ningunos menos atractivos, para mí, que los de índole política. Aclaro, sin embargo, que pocos oficios me parecen tan nobles como el de político, cuando quien lo ejerce lo hace por auténtica vocación de servicio, renunciando quizá a puestos mejor remunerados y sin los inconvenientes de un cargo público. No me refiero a los que se arriman para medrar o por pura ambición de poder.
Ha empezado ya la campaña electoral del 26-J. En realidad, llevamos años de campaña ininterrumpida, si se entiende como tal la descalificación tenaz del adversario o el insulto directo a los responsables de los distintos partidos. No comentaré aspectos concretos de esa lucha sin cuartel. Simplemente, por mi edad, tiendo a comparar la situación actual con la del pasado relativamente reciente, que me tocó vivir: transición de la dictadura a la democracia, con los artífices de entonces.
Lo que escriba estará inevitablemente influido por mi edad y mis sentimientos y no siempre se ajustará a una lógica estricta. Igual que prefiero el cine y la música de antes, también creo que los nuevos políticos, los más jóvenes para entendernos, son inferiores a los antiguos. Critican la corrupción de algunos de estos, con toda razón, y presumen de incorruptibilidad. Estoy dispuesto a aceptar esa presunción; se les supone, como en el ejército el valor al soldado. Pero alardear de ella, sin haber tenido ocasión de corromperse, es otra cosa. Sobre todo cuando hay indicios de que algunos de los nuevos podrían ser muy buenos en el extendido arte del trinque y el tejemaneje.
Odio esa nueva política que se fragua cada vez más en la televisión, ventana tantas veces abierta a rincones sórdidos y estúpidos del mundo. Su influencia la confiesa en un periódico de hoy mismo, uno de los más beneficiados por esta perversión. Aparecen políticos en los más diversos programas, en los que se suele ofrecer una imagen bonancible y hasta tierna de los mismos. Se les ve sencillos, sonrientes y amables. Debería haber un límite, un equilibrio para estos cameos. Una política valenciana, desde que obtuvo un puesto de cierta relevancia, muestra una imperturbable sonrisa, de oreja a oreja; está encantada. Uno se pregunta qué puede haber en la dura y cainita vida política que la haga tan feliz. Me gustaría que en las próximas elecciones esta buena mujer siguiera, en lo que sea, para que no se malogre su inextinguible sonrisa.
La formación cultural de los nuevos políticos deja a veces bastante que desear. En los mítines, llenos de simpatizantes más o menos desocupados, prestos a aplaudir cualquier simpleza que diga el orador, con algunos colocados detrás de él para afianzar con gestos guiñolescos las banalidades que exponga, cualquier palurdo puede llegar a la conclusión errónea de que está llamado a jugar un papel histórico en el país. Este adjetivo, histórico, se prodiga mucho ahora: hay reuniones, programas, acuerdos, así calificados, aunque sólo sean eslóganes vacuos y ocurrencias de amiguetes.
Una famosa alcaldesa dejó sin terminar una carrera sencilla: En casa no había dinero y pronto tuve que buscarme la vida, revela afligida. Oír esto, cuando he conocido casos en mis tiempos de universidad en los que se simultaneaba el trabajo y una carrera tan exigente como Medicina, me produce una leve hilaridad. Son mensajes falaces diseñados para suscitar la compasión y el arrobo entre gente no conocedora. La alcaldesa hizo bien en colgar estudios que no conducen a nada. ¿Para qué estudiar, para qué empeñarse en nada que exija esfuerzo? Sin ellos, ha llegado a donde ha llegado.
Una digresión, quizá obligada; luego seguiré con mi plan de ruta.  Ayer atendí por algún tiempo al anunciadísimo ‘debate a cuatro’ de TV, en donde volví a oír las viejas consignas y algunas botaratadas. No fue demasiado bronco, aunque en ocasiones se interrumpían los candidatos y hablaban a la vez. Daban datos muy contradictorios, sin que se esforzarse nadie en estudiar cuáles eran los correctos; cada uno soltaba los suyos y en paz. El lenguaje, decía Ortega, es por esencia diálogo y se espera, añado yo, que de él surja, si no un acuerdo, sí un esclarecimiento. El formato de este tipo de encuentros hace imposible la discusión sosegada de cualquier asunto. En El libro de Job, 28-12, se formulan las preguntas: ¿Mas en dónde se halla la sabiduría? ¿Y cuál es el lugar en que reside la inteligencia? No, ciertamente, en un plató de TV.
La mayoría de los ataques dialécticos se centraron en Rajoy. Eso ya, a los que de niños vimos en las películas del Oeste cómo el pistolero bueno, cuando varios atacaban a un hombre solo, ayudaba siempre al solitario, podría predisponer a su favor. Por otra parte, Rajoy representa la continuidad y habrá gente que piense, como escribió el francés Charles Brook Dupont-White, socialista y crítico radical del sistema capitalista, en el prólogo de La Liberté, que tradujo de Stuart Mill, que “la continuité est un droit de l’homme: elle est un hommage à tout ce qui le distingue de le bête”. Por supuesto, no se definieron los pactos postelectorales. Un candidato estuvo, como siempre, agresivo y querulante. Algún inteligente asesor le habrá aconsejado que se muestre así.
Al día siguiente, tampoco hubo sorpresas. Preguntados cargos de los diferentes partidos, todos proclamaron vencedor a su candidato; como ocurre en las elecciones, que todos las ganan. Uno de los organizadores, después de su análisis, aventuró que no creía que el debate fuera a influir significativamente en el voto final. Eso ya lo sabíamos algunos. La agobiante promoción del espectáculo, el señuelo de que un tercio del electorado decidiría su voto gracias a él, las fanfarrias del mismo, todo forma parte de ese mundo irreal y ficticio, que la televisión consigue instalar en bastantes cerebros.
(continuará, y hablaré de la apóphasis)

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