Un portavoz de cierto grupo del Congreso habla con el
desparpajo y aplomo de un Dios
omnisciente. ¿No hay nadie que estudie sus vídeos y se lo haga ver? Otro joven
líder hace la seráfica (afectar
virtud y modestia, DRAE) sin tregua. Con aspecto de apóstol de algún rito
extremadamente salvífico, parece próximo a levitar, a ascender limpiamente a
los Cielos. Se pasó a la política, renunciando a su carrera académica en la que
había llegado a ser, a sus 38 años, profesor titular interino. En Estados
Unidos se sugiere esta pregunta para juzgar a un candidato: ¿le compraría usted
un coche usado? A este, no le compraría yo ni un sonajero. No me lo imagino
junto a gobernantes de países civilizados. Cambia de ideario según los vientos
y las encuestas, y es marxista, versión Groucho: si a alguien no le gustan sus
principios, ofrece enseguida otros.
Hay un candidato cuya pasión por ser Presidente de
Gobierno, sin importarle los votos que consiga, se ha convertido en tal obsesión,
que pudiera rozar lo patológico. Esta anomalía de la personalidad, la negativa
a declararse vencido, se puede dar en deportistas. Se conoce el caso de un
equipo de fútbol, de una hermosa ciudad levantina, que jamás perdía la moral y se popularizó una
frase que lo reconocía así. Y se cuenta que el jugador más pugnaz de ese
equipo, no recuerdo ahora el nombre, lanzaba los córner y corría hacia la
portería para rematarlos él mismo. Este político es así y parece haber seducido
a otro joven líder, que se ha tornado imprevisible y voluble. No estoy en
contra de las ambiciones o los sueños de nadie, pero fijaciones tan extremas
pueden conducir a sus víctimas a pactar con el diablo, lo que nunca es bueno.
Incluso ahora, que los diablos son todos unos pobretes, unas antiguallas, que
ni pinchan ni cortan.
Hablo ya —confieso que escogí el misterioso título para
incitar a la lectura— de la apóphasis o apófasis. Es una figura retórica, en la
que se pretende no hablar de algo que, sin embargo, se insinúa claramente. Un
ejemplo jocoso, de un orador despechado: No
voy a hablar hoy de la voracidad sexual de nuestra compañera de curso Julieta,
que se cepilló a media Universidad Complutense y a mí me hizo ascos la muy
imbécil, que se la tengo jurada desde entonces… No, hablaré de su reciente
incorporación a un prestigioso bufete de abogados. Como en esta campaña electoral se pretende abogar sólo
por los aspectos positivos de la contienda, estoy seguro de que más de uno no
podrá aguantarse y se refugiará, sin saberlo, en la apófasis, para herir en lo
que pueda.
Los eslóganes más vulgares se celebran como frutos de genio.
El soniquete “progresista-reformista” se repitió, como panacea mágica y
omnipotente, en la pasada campaña. Los nuevos políticos entienden que están
desvelando los secretos del mundo y que por fin han encontrado la clave oculta
de la felicidad y la utopía. Se critica al Partido Popular, plagado de
corrupción. No los voy a disculpar, pero en La
corrupción, sus momentos clave, 1986-1996, de Ricardo de la Cierva —se me
dirá que es franquista, ya lo sé— se cita al cardenal Tarancón, nada desafecto
al socialismo, refiriéndose a su época de gobierno: “Jamás en España, en ningún
tiempo anterior, se ha visto una corrupción comparable”. Esto ya no lo recuerda
nadie. La corrupción, la de todos, ha sido por desgracia un acompañante asiduo
en la moderna democracia española.
Se atribuye a J. K. Galbraith la sentencia de que “la
política es el arte de elegir entre lo desagradable y lo desastroso”. Me parece
oportuno recordar ahora la frasecilla, la dijera quien la dijera. Para un
observador imparcial, no deja de sorprender el cerco inmisericorde al Partido
Popular, el deseo de borrar todo lo que hizo. Es un juego en el que todos van
contra él. Me pregunto: durante su mandato, ¿no resultó nada bien, alguna
pequeña cosa? Aparte de sus pecados, lo acerbo de la censura, ¿es porque la
urdimbre sociológica del país se escora a la izquierda? No lo creo. Más me
parece el perverso deseo de tumbar entre todos al primero y repartirse el
botín.
En casos que exigen determinación y coraje, muchas
mayorías, enervadas, van casi siempre en contra de las medidas que demanden
esfuerzo y sacrificio y son las minorías las que tienen razón. También estoy
convencido de que la capacidad crítica desaparece cuando los hombres se reúnen
en masa. Estas son elucubraciones genéricas mías y no se refieren a ningún caso
concreto. Aunque pienso que, hic et nunc,
muchos anteponen sus intereses personales o de partido a los de España y sus
ciudadanos.
Frente a la insulsa e inevitable palabrería de las
campañas, una cita del prólogo del Teatro
crítico universal, de Feijoo: La grandeza del discurso está en penetrar y persuadir las
verdades; la habilidad más baja del ingenio es enredar a otros con sofisterías. En esta labor ínfima
y mediocre del pensar, han surgido nuevos, jóvenes, maestros. Vivimos tiempos
duros y difíciles, que podrían agravarse. La estructura de un país puede
resquebrajarse y hundirse en muy corto plazo; hay muchos ejemplos.
Ya conté que vi parte del famoso y esperado debate a
cuatro y que oí exactamente lo que esperaba oír. Sólo resaltaré otra vez la
exagerada agresividad de uno de los contendientes. No querría un presidente
así. Hago constar de nuevo que no busco temas políticos para mi blog. He escrito
estas dos entradas obligado, ex
necessitate rei. Estoy muy preocupado por el presente de mi país y decidí
exponer mis ideas o, si se quiere, mis sentimientos y temores personales, que
sé que mucha gente comparte. No debatiré sobre ellos y espero no reincidir en esta
temática en mucho tiempo.
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