Mucho más tarde, el benedictino Padre Feijoo, en su Teatro crítico universal, tomo cuarto,
discurso décimo, se refiere a la Fábula
de las Batuecas, relacionándola con la idea de la ‘pérdida de España’: godos
invadiendo a los romanos, árabes a los godos, etc., con la consecuencia del
olvido de la verdadera religión y la vuelta a los ídolos y espíritus malignos.
El tema del demonio es constante en toda exposición del mito de las Batuecas. Y
confiesa el buen padre que él mismo dio asenso a la historia, hasta que un
amigo le avisó de que el retiro y descubrimiento de las Batuecas era una mera
fábula “para cuyo desengaño me citó la Crónica de la reforma de los Descalzos
de nuestra Señora del Carmen”. Reconoce el Padre Feijoo que “notable es la
autoridad que logran, y en todos tiempos lograron, no sólo en el vulgo, mas aún
en mucha gente de letras, las tradiciones populares”. Como excusa y ejemplo
cita a Olao Magno, eclesiástico e historiador sueco, autor de la Historia de Gentibus Septentrionalibus,
que relata “que habiéndose desgajado por un
monte altísimo la poca nieve que en la cumbre había movido con sus uñas un
pajarillo, se fue engrosando tanto la pella con la nieve que iba arrollando en
el camino, que hecha al fin otro monte de nieve, arruinó una población situada
al pie de la montaña. Este suceso es símil tan ajustado al asunto que vamos
tratando, que omitimos la aplicación por ser tan clara”. Dice después que las Batuecas
fueron descubiertas en los tiempos de Felipe II.
Feijoo ya no cree, pues, en la fábula y transcribe
palabras de la Crónica de la Reforma del
Carmen, como se hallan en el tomo tercero, impreso en Madrid, año de 1683, libro 10, cap. 13, en el que se
refiere la fundación de un convento en ese valle por los Carmelitas descalzos,
como explicaremos después, se hace una exacta y amena descripción de todo el
sitio y se desmonta la extendida leyenda: “La extrañeza y retiro de estos montes, de estas rigurosas
breñas, habían derramado en los pueblos circunvecinos opinión, que allí
habitaban demonios. […] En los pueblos más distantes corría fama que en tiempos
pasados había sido aquel sitio habitación de salvajes y gente no conocida en
muchos siglos, oída ni vista de nadie, de lengua y usos diferentes de los
nuestros; que veneraban al demonio; que andaban desnudos; que pensaban ser
solos en el mundo, porque nunca habían salido de aquellos claustros”.
Esta relación, prosigue la cita Feijoo, sólo
tiene de verdad la fama que en La Alberca y otros pueblos cercanos había, de
que los pastores veían y oían algunas figuras y voces de demonios. También
tiene de verdad, que después de que la Religión allí entró, y se dijeron misas,
cesó todo. “Lo demás de la historia dicha, es relación de griegos, sin día, ni
cónsul: y ficciones poéticas para hacer comedias, como se han hecho y creído en
Salamanca, Madrid, y otras ciudades, de aquellos que sin examen reciben lo que
oyen”. Hallándose ya en aquel yermo, refiere el historiador carmelitano, los
religiosos preguntaron a muchas personas de la Serranía, de las más antiguas y
de mayor razón, el fundamento de esta fama. Y refiere el Padre Francisco de Santa
María: Unos se reían de nosotros, con ser ellos serranos, de que hubiésemos
creído semejante fábula: otros se quejaban de los de La Alberca, diciendo que,
por hacerles mal, la habían inventado, dándoles opinión de hombres bárbaros y
silvestres; y unos y otros juraban que era novela, y que ni a padres, ni a
abuelos la habían oído, ni jamás en sus pueblos hubo tal noticia.
Hasta aquí el historiador Carmelitano, explica Feijoo, de
cuya narración se colige con toda certeza que cuanto se ha dicho del retiro,
barbarie, y descubrimiento de los Batuecos todo es patraña y quimera. Y para
abundar en esta idea, cita la obra de Tomás González de Manuel, que ya
mencionamos nosotros, cuyos argumentos no vamos a repetir para no hacer
interminable este escrito. Y elucubra sobre el poder de convicción de las
leyendas y tradiciones: “A vista de tantas tan patentes
pruebas de ser falso lo que se dice de los habitadores de las Batuecas, ¿quién
no admirará, que esta fábula se haya apoderado de toda España? ¿Qué digo yo
España? También a las demás naciones se ha extendido; y apenas hay geógrafo extranjero
de los modernos, que no dé el hecho por firme. Así se halla relatado en el Atlas Magnus o Atlas Maior, del cartógrafo holandés Juan Blaeu, de 1650; en el Diccionario Universal Geográfico e Histórico,
de Tomás Cornelio; en el Grand Dictionnaire historique del francés Luis Moreri,
y otros muchos, que hablan de un valle muy fértil que llaman Valle de
Batuecas. ¿Qué cosa tan absurda, como colocar muchos pueblos en un valle
tan estrecho, que según las noticias seguras que hoy tenemos, apenas da espacio
para una muy pequeña población? ¡Oh qué desengaño para tantos crédulos
contumaces, que están siempre obstinados a favor de tradiciones populares y
opiniones comunes!
Esta sería la
primera leyenda respecto a la comarca, combatida ya por autores de fundamento.
Otras dos versiones surgen después, forjando visiones de las Batuecas muy
distintas a la descrita, y hablaremos de ellas en las próximas entradas.
(continuará)
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