Abandono
la digresión sobre el Paraíso y prosigo con la conformación de la nueva idea
sobre el valle de las Batuecas, en la que se destierra definitivamente la
concepción demoniaca del lugar y, por el contrario, se cimenta la imagen amable
y paradisiaca del mismo. Vuelvo a citar a Tomás González de Manuel, quien en
el prólogo de su obra ya citada explica
que se pone a escribir la obra para contestar a alguien que le pide
información sobre la región, y se queja: “esta ficción de las Batuecas está de tal suerte
introducida, que ya la tienen por asentada y verdadera, sin haber quien nos
desengañe”. […] “Y así me fue preciso el escribir este corto tratado, para
desengaño de este sujeto y de aquellos que viven en el mismo error”. También se
hace una pregunta retórica, pero pertinente: Desde La Alberca, ¿cómo pudieron
estar tantos siglos sin descubrir ese valle, no habiendo mar ni río, no otro
impedimento que lo estorbase?
Explica
el autor que estas peculiaridades que se cuentan del lugar, junto a la falsedad
de los salvajes y demonios, es anterior a la llegada de los carmelitas al
convento fundado. “Yo traté y comuniqué con personas de toda fe y crédito de
esta tierra, que conocieron lo de las Batuecas antes de fundarse en ellas el
convento dicho y de que los religiosos de él hubiesen venido por esta tierra.”
“No he hallado persona que de tal descubrimiento se acuerde, ni lo haya oído
decir, ni en los libros de bautizados, que los hay bien antiguos, hay noticias
de nadie nuevamente convertido”.
En el
capítulo IV de la obra cuenta: La fertilidad del suelo de este valle es tan
abundante, que algunos han dicho que es remedo del Paraíso Terrenal, y lo
parece por la fragancia de tanta flor de albaca, cinamomos, arrayanes, cedros,
cipreses, naranjos, limones y frutales, aceite y vino, todo lo da el valle,
aunque pan nada… Las aguas en abundancia, muy delicadas y cristalinas, en cuyos
arroyos hay abundancia de truchas y peces. Sólo reconoce la inexistencia de
tierras aptas para el cultivo de trigo u otros cereales.
No es sólo Tomás González: los propios monjes
del Santo Desierto de San José idealizan también el territorio en que viven,
que pasa así, de ser un lugar tenebroso, habitado por hombres salvajes
adoradores del demonio, a constituir un marco idílico en donde el hombre puede
reencontrarse con dios en una refundación del Edén. En un siglo crearon los
carmelitas seis ‘desiertos’ en España, siendo el de Batuecas el tercero, tras
Bolarque y Las Nieves en Málaga; el plan formaba parte del nuevo espíritu de la
Contrarreforma. También se fundaron ‘desiertos’ en Italia, Francia, Austria,
Portugal.
Alonso de la Madre de Dios fue el primer
carmelita que visitó el valle en 1597. Tomás de Jesús, recién elegido Provincial
de Castilla la Vieja, ya había sugerido la creación del yermo batueco y sabiendo
que fray Alonso iba a cortar leña a San Martín de Castañar, próximo al lugar,
le pidió que preguntara, sin descubrir el propósito, si había un sitio apropiado
para la fundación. Luego el propio fray Tomás quiso ver la zona y marchó a La
Alberca. Los lugareños ya hablaban de la leyenda citada, pero no la creían
naturalmente, y se extrañaban de que los monjes preguntaran por hechos
relacionados con la misma.
No se habla ya, pues, de demonios o salvajes y fray José de Santa Teresa en su Historia General de los Padres Carmelitas Descalzos, Madrid, 1693,
describe el encantador paisaje. Leo la cita en inglés, que traduzco, en Sacred space in Early Modern Europe, de Will Coster and
Andrew Spicer, 2005, en el capítulo 10, Jardineros
de Dios, los desiertos carmelitas y la
sacralización del espacio natural en la España de la Contrarreforma: Pequeños
manantiales de varias partes descienden de las montañas buscando el río […]
multitud de árboles del bosque, hermosos barrancos por la variedad de plantas,
todo en un profundo silencio venerando la Suprema Majestad.
Fray Tomás de Jesús (1564-1627) concibió la
idea de comunidades medio cenobíticas y medio eremíticas. El número de
religiosos en cada desierto era de veinticuatro, los eremitas habitaban en rocas,
cuevas y hasta en habitáculos arbóreos. Tenían una dieta mínima, sin carne,
sólo para sostener la vida. No podían abandonar sus celdas sin permiso. Escribió
un tratado de más de 900 páginas, publicado en Amberes, en 1613: De procuranda salute ómnium gentium,
schismaticorum, haereticorum, iudaedorum, sarracenorum, caeterorumquen
infidelium libri XII. (Para procurar la salvación de todas las gentes,
cismáticos, herejes, judíos, sarracenos y otros infieles).
A mediados del siglo XVII la región es objeto
de una potente acción eclesiástica; a partir de 1654 también por parte de los
Jesuitas. Hay textos que descubren su belleza y su afinidad con el Paraíso. La
primitiva leyenda está ya en decadencia; queda sólo como recurso sarcástico, tal
que en el muy posterior artículo de Larra, Carta
a Andrés, escrita desde las Batuecas por El Pobrecito Hablador, que es de
1832.
Para terminar, traeré aquí unas palabras de Sor
Cecilia del Nacimiento Sobrino de
Morillas (1570-1646): Descripción de
nuestro desierto de San José del Monte, en Batuecas: “Dios ha dispuesto un nuevo paraíso poniendo a la luz
una segunda demostración de la admirable sabiduría de su amistad”. El mito de
belleza paradisíaca y exotismo sobrevivió en una tradición secular que hermoseó
la flora y fauna del lugar y motivó incluso una expedición científica para
estudiarla en 1857: Expedición científica
y artística a la Sierra de Francia, relatada en una memoria publicada en
1883 en el Boletín de la Real Academia de la Historia. Esta política de los
desiertos duró algo más de cien años. La
mayoría de ellos se disolvió en los siglos XVIII y XIX.
(continuará)
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