Leo
con poco entusiasmo los periódicos y con gran cautela y desconfianza los
cuadernos llamados culturales de los mismos. Cuando me fijo un poco más
atentamente, puedo encontrar cosas levemente desconcertantes. Esta vez, aprendo
una nueva palabra que quizá circula hace ya tiempo por los medios de
comunicación y el lenguaje común, pero que para mí es nueva: letrasado.
Un periodista, o una periodista —no recuerdo ahora, en lo sucesivo usaré el
masculino—, afirma que en los institutos este término se ha hecho tristemente
popular para designar a los estudiantes de Letras y es la continuación de una
vieja invectiva: “el que vale, vale, y el que no ‘pa’ letras”.
El
autor siembra profusamente la página con datos de erudición, cuyo principal
objetivo, entiendo, es demostrar al lector que no está leyendo cosas de un
cualquiera. Todos de actualidad, provenientes de muy diversos campos:
literatura, historia, música, fotografía, comics, ensayo, etc., que conducen a
una pregunta retórica, de retorcida sintaxis: ¿Cuánto hacen estas artes y estos
oficios por que comprendamos mejor a nuestros semejantes, los que nos
precedieron y los coetáneos? La respuesta se intuye encomiástica y de ahí nace una acerba crítica al hecho de que la asignatura de Literatura Universal se
haya anticipado un curso en el calendario escolar, con grave daño para el
conocimiento y aprendizaje de los discentes, ya que esta materia se daba antes en
el curso en que, según los expertos, los alumnos están más preparados, más
maduros, para apreciar en profundidad las novelas que dan una perspectiva
amplia del mundo.
No
negaré en modo alguno lo que suponen, como adelanta el autor, “la belleza y el
arte para el no adocenamiento de la sociedad”. Avanza el autor —ya un poco más
arriesgadamente, en mi entender— en este encadenamiento lógico, y cuenta que “los
estudiantes de Humanidades son los más preparados para discernir dónde está la
verdad y dónde el camelo”. Carga luego contra el Ministerio de Educación, “decidido
desde hace años a borrar del mapa a los futuros pensadores y creadores”, por lo
que “debiéramos nosotros rebelarnos, defender convencidos las materias que tan
estrechamente ligadas están a nuestra libertad de pensamiento”.
Cuesta
trabajo creer que el adelanto de un año en una signatura pueda ocasionar los
graves trastornos denunciados y también que el Ministerio de Educación persiga
tan sañudamente a los pensadores y creadores. Desprende el artículo un aromilla
de highbrow self-complacency,
encubridor quizá de algún complejillo mal resuelto. Es reveladora la asunción colectiva
de la facultad de pensar y crear, que se desprende de esa algo cacofónica primera
persona del plural: “debiéramos nosotros rebelarnos…”.
Frente
a este canto a las Humanidades, que yo podría secundar perfectamente, como diré
más tarde, traeré aquí una cita de Sir Francis Bacon (1561-1626): Pure mathematics do remedy and cure many defects in the wit and faculties
intellectual; for if the wit be too dull, they sharpen it; if too wandering,
they fix it; if too inherent in the sense, they abstract it (Las
matemáticas remedian y curan muchos defectos de la inteligencia y facultades
intelectuales; porque si el ingenio es demasiado romo, lo afilan; si demasiado
movedizo, lo fijan; si demasiado pegado a los sentidos, lo hacen abstracto). Palabras
que ensalzan las virtudes intrínsecas y poderosas del “pensar científico”, al
que dedicaré unas próximas entradas, aunque retrase las de mi viaje a Las
Hurdes y Granada. Nada es urgente en este blog y hace mucho tiempo que no
fatigo a los lectores con mis queridos números. La devoción de un periodista
por las Letras, me ha llevado a escribir algo sobre las Ciencias; en particular
sobre la Matemática, esa bella desconocida.
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