Ya expresé mis dudas sobre la pertinencia de
haber intentado un corto paseo por el inabarcable mundo de la Matemática en las
cinco últimas entradas de mi blog. Por fortuna, hay muchos libros que pueden
cumplir mucho mejor esta misión divulgadora, que no citaré aquí. Para mi
propósito, buceé brevemente en A History
of Mathematics, del profesor norteamericano Carl B. Boyer, y en otro libro
interminable (2000 páginas), traducido al español: Historia Universal de las Cifras, del libanés Georges Ifrah, nacido
en Marraquech en 1947, incluido en la American
Scientist List de “100 libros que dieron forma a un Siglo de la Ciencia”,
el siglo XX.
Lo hecho, hecho está. Hemos llegado así a la
entrada número 400 de mi blog, que la querría muy especial. Con ella, vuelvo a
temas más fáciles de entender y los que me motivaron fundamentalmente para ir
construyendo este blog: temas de literatura, de la buena literatura. Esa buena
literatura que casi se está perdiendo en estos tiempos modernos, aunque
obviamente no puede morir. Primero, por los miles de obras, creadas a lo largo
de los siglos, que perdurarán eternamente, porque sus autores supieron llegar
con ellas al núcleo más vivo e íntimo de los seres humanos. Y segundo, porque,
si se aleja uno de los superventas y de los premios literarios, sigue
apareciendo en autores de hoy, los que conciben la literatura como lo que es: una
de las Bellas Artes.
Empieza el verano y es tiempo de relajarse,
de descansar, para todo el mundo; para mí también, claro. No es el momento para
sesudos estudios de estilos o escuelas literarias. En esta entrada, sólo quiero
hacer una declaración personal, bastante concreta, aunque también me ampare en
lo escrito por un escritor moderno español. Mostraré luego una cata de otros
dos escritores, españoles también, del siglo XX.
Mi declaración, tajante por esta vez: No entiendo, no puedo entender, que se lea
sólo para distraerse, para llegar a conocer la resolución de una intriga.
Para eso están los noticiarios, los programas de TV, las porteras de las casas
de vecinos... Para mí, la lectura que no lleve al lector a la fantasía, a la
ensoñación, al encandilamiento por las palabras, que no logre conmoverle, maravillarle,
que no le haga vibrar y conmoverse por su belleza, su ritmo, su musicalidad,
que no remita a otros escritores, a datos eruditos y culturales, que no demande
alguna visita al diccionario, etc., no tiene sentido, no es propiamente
literatura. Tomo, y mezclo, frases de Francisco Umbral, de su obra La noche que llegué al Café Gijón (1977):
“No
soporto la torpeza literaria en el creador, los adjetivos tópicos, por no
tratar de buscar otros. Un mal estilo traduce una sensación de desgana. […] Me
molesta la ‘prótesis argumental’, ese determinismo que hay en ella. Al arte le
ha estorbado siempre su necesidad argumental (en todas las artes). […] Hay
escritores que identifican la escritura con la trascendencia. Basta con perder
la gravedad para ser escritor”. Sobre el cuento escribió: “En el cuento la
primera ley es que pase lo menos posible”. Y sobre los críticos: “Nadie ha
estudiado en serio a nadie. Y si lo hace, como no se lee, lo que sigue
funcionando son los tópicos de periódico”.
Los dos escritores españoles de los que
ofreceré una muestra de su estilo, son dos gallegos: Álvaro Cunqueiro y Ramón
María del Valle-Inclán, dos de mis predilectos en lengua española (los dos escribieron
también en vernácula). Con estos autores no importa lo que digan, no hace falta
que cuenten una historia o desarrollen una trama, una intriga. Por cierto, lo
hacen y lo hacen muy bien. Lo que quiero decir es que, aunque no contaran nada,
sólo oír mentalmente sus palabras es una delicia. Y lo es justamente porque
saben escribir, conocen ese secreto que no todos descubren, al que muy pocos
escritores llegan. Para no hacer esta entrada interminable, me limitaré a
copiar unos pasajes de ambos, escogidos sólo porque los releí recientemente. No
son, de ninguna manera, los más excelsos; no he querido buscar, seleccionar. Intercalaré
alguna conveniente explicación en cursivas.
De Cunqueiro, de su Vida y fugas de Fanto Fantini, la penúltima novela que escribió,
de1972: Tenía ya Fanto trece años, y
dominaba a Donatus (Aelius Donatus, gramático
latino del siglo IV) y Euclides, sabía encaperuzar el azor, todo de armas y
caballo, ‘ordo lunatus’ (maniobra de
combate naval) y marcha flanqueando en lo que toca a campaña, y voces
venecianas y griegas. Iba para alto, la cabellera sin perder de su oro, los
ojos celestes con el mérito de unas largas pestañas oscuras, y siempre la
sonrisa en la boca. El cuello largo y la cintura estrecha confirmaban su
esbeltez, y por el ejercicio de armas, se le alargaban los antebrazos y se le
redondeaban las piernas, en las que lucía el fino tobillo heredado de donna Becca. La palabra gentileza valía
para decir la estampa del aprendiz de capitán, que el signor Capovilla no dudaba de que lo sería y famoso. Fanto tenía la
voz alegre y la mirada amiga, y un buen corazón.
También habla Cunqueiro del caballo de Fanto,
de Lionfante, que pronunció un famoso discurso ante el Senado veneciano,
defendiendo a su dueño, amante que había sido de Cósima Bruzzi, la bellísima
mujer de Sir Franco Loredano: Que donna
Cósima quedó prendada del rubio Fanto, de la clara sonrisa que amanecía en su
rostro, soleado de los días de mar, solamente con verlo, es indudable. En
entrevistas sucesivas, y ya en secreto, ¿cómo no le contaría Fanto a donna
Cósima su vida militar, las batallas, prisiones, fugas y naufragios? Mi capitán
le contaba a donna Cósima los azares de su vida, las aventuras por mar y
tierra, de cómo por menos aún que el espesor de un cabello había escapado de la
terrible prisión o de la muerte... Y ella lloraba.
Lionfante afirmó ante los senadores que él había
asistido a varios encuentros de donna Cósima con Fanto en la terraza de
Poniente, y que estaba de vigilancia, lo que le era fatigoso, porque tenía que
estar con las dos patas delanteras (recuérdese
que se trata de un caballo) apoyadas en el vano entre las dos almenas de
esquina, para poder ver si llegaba alguien por el camino de ronda, y aunque 1a
honestidad y el respeto que debía a su amo, el capitán Fanto, le impedía echar de
vez en cuando una ojeada a cómo iban los amores, que entre historia e historia
había grandes silencios solamente rotos por los suspiros de donna Cósima, que
eran como imitaciones de pájaros, podía jurar que jamás hubo entre donna Cósima
y Fanto la menor discusión, ni pensares diferentes, y que todo era una música
de abrazos, besos, promesas y largas despedidas, y que un día que se escuchó
una alarma en el portillo de los Panes, su amo saltó sobre él y salieron al
trote, como de vigilancia, dejando a donna Cósima desnuda en la terraza. Cuenta
Lionfante que no pudo evitar el verla, y recordaba ahora que era como si la
luna nueva se hubiera acostado en la hierba, en el rincón donde nacen los
lirios.
Y dos pasajes de una obra de Valle, Viva mi dueño (1926): ¡Altramuces! ¡Abanicos! ¡Naranjas! ¡El programa de la
corrida! ¡La lista grande! ¡Nardos y claveles! Se vierte sobre las aceras el
vocerío de cafetines y tabernas. Zumbona manolería asalta la imperial de los
ómnibus. Disputas y zaragatas (tumultos).
Las coimas de rumbo se lucen en calesa, florido el rodete y el pañuelo del
talle. La Corte muestra su vana magnificencia en landós y carretelas. Clarines.
Escolta de Guardias. Morriones y plumeros. Grupas (ancas de una caballería) en corveta (andar el caballo con los brazos al aire). Caballerizos de espadín y
tricornio a la portezuela de las carrozas reales. La Reina Nuestra Señora,
lozanea entre azules y guipures (tipo de
encaje). A su izquierda se acoquina la pulcra insignificancia del Rey
Consorte. Las Reales Personas no disimulan el desacuerdo del tálamo. La Señora
saluda apomponada, florea la mano, tiene una afable sonrisa para su Pueblo. El
Augusto Consorte se inclina, con urbana mesura, en un término casi olvidado del
gran atalaje. Charoles y metales. Cuatro yeguas andaluzas. Encumbrados
palafreneros: pelucas blancas y medias encarnadas. Otra sección de Guardias.
Renovados clarines baten la marcha del Príncipe de Asturias. El Augusto Niño,
con uniforme de sargento, encanta al populacho con la monería de su saludo
militar. Sonríe, entre bigotes y perillas marciales. […] Los Serenísimos
Señores Duques de Montpensier recibían en sus habitaciones el homenaje del
bando unionista que conspiraba sin recato contra la Majestad de Isabel II.
Generales, tribunos y poetas decoraban aquella intriga, con grandes gestos de
virtudes romanas. La Unión Liberal se disfrazaba de matrona. Casco, rodela,
lanzón, una sábana por manto, jugaba la tragedia, después de haber representado
en las tablas políticas el intermedio de baile entre los Muñuelos Progresistas
y los Escapularios Moderados. El Capitán General de los Ejércitos, Duque y
Grande, que con su bengala imponía el ritmo de quiebros y mudanzas, había
estirado el descomunal zancajo en tierra francesa. El héroe de Luchana se fue
del mundo para no ver aquellos amenes. Héroe de cortas luces, pero tresillista
de mucha cautela, resplandece en los fastos isabelinos, aplicando a la ciencia
política los ardides con que se llevaba las puestas en la tertulia de su Doña
Manuela. La Unión Liberal, huérfana y sin compás, croaba la fábula de las ranas
pidiendo Rey (fábula de Esopo). La lucida
comparsa de vates laureados, elocuentes tribunos y farrucos fajines, rendía
acatamiento de testas coronadas a los Serenísimos Infantes. El Duque conversaba
en un ángulo con el General Córdova. La Duquesa, asistida de damas y galanes,
ocupaba el estrado. Las fichas del dominó en los mármoles, los descartes de
malilla, las canciones a coro, pregonaban la cerrazón y el aburrimiento de la
tarde.
Termina aquí esta peculiar entrada de mi blog, la número 400. Es la más larga de todas, es la que tiene mayor proporción de texto citado. Si yo lograra con ella que algún lector leyera a los autores que menciono, la consideraría exitosa. Y es la última, hasta después del verano por lo menos. Queridos lectores, que tengáis un verano feliz, que vos plaisirs soient sans mélange, votre beauté durable, et votre bonheur sans fin (que vuestros placeres sean puros, vuestra belleza duradera y vuestra felicidad sin fin). Son palabras de la dedicatoria del Zadig de Voltaire a la sultana Sheraa, que hago mías. Añado dos capturas de pantalla, con mis últimas entradas y procedencia de mis lectores.
Termina aquí esta peculiar entrada de mi blog, la número 400. Es la más larga de todas, es la que tiene mayor proporción de texto citado. Si yo lograra con ella que algún lector leyera a los autores que menciono, la consideraría exitosa. Y es la última, hasta después del verano por lo menos. Queridos lectores, que tengáis un verano feliz, que vos plaisirs soient sans mélange, votre beauté durable, et votre bonheur sans fin (que vuestros placeres sean puros, vuestra belleza duradera y vuestra felicidad sin fin). Son palabras de la dedicatoria del Zadig de Voltaire a la sultana Sheraa, que hago mías. Añado dos capturas de pantalla, con mis últimas entradas y procedencia de mis lectores.
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