Ya dije que este blog, escrito con la innegable vocación
de ser publicado como libro, quedó prácticamente clausurado por su crecimiento
excesivo. Sólo escribiré nuevas entradas en circunstancias muy concretas. A
cambio, podrán tener una extensión, en términos periodísticos, más de artículo
que de columna. En algún caso, como este mismo, lo fraccionaré en dos entradas,
algo diferentes en su carácter, más general y descriptivo el de la primera.
Un reciente suceso, la detención del ex-presidente
catalán Carles Puigdemont, del que hablaré a su tiempo, en el estado de
Schleswig-Holstein, en el extremo Norte de Alemania, junto a la frontera con
Dinamarca, me ha hecho recordar esa parte de tierra alemana —de tierra y mar
debería decir— que me es especialmente querida y que quizá conozco mejor que el
resto del país, por el que profeso, en conjunto y por muchas razones, un
invencible afecto. Gocé muchas veces de sus hermosos paisajes y de la alegría y
urbanidad de sus gentes. Lo de que los alemanes no hacen mucho ruido cuando se
reúnen es una de las ideas falsas que los diversos pueblos tienen unos de
otros. En España, eso sí, hablamos todos a la vez y allí lo hacen más
ordenadamente, casi siempre de uno en uno. Aunque luego las risotadas, las
muestras de aprobación o desaprobación, las bromas y las canciones sean igual
de ruidosas o más que en España.
Ese maridaje de tierra y mar se encarna bien en Schleswig-Holstein,
Land alemán que visité muchas veces, casi
siempre en verano, en días interminables e inolvidables, coincidiendo a menudo,
en la última semana de junio, con la Kieler
Woche, una fiesta anual famosa en todo el mundo, durante la cual miles de
veleros de muy distintos países participan en regatas, pruebas y concursos de
diversa índole en el fiordo de Kiel, la capital del territorio, a unos cien
kilómetros de Hamburgo.
En esta última ciudad, impensable sin su puerto, su río Elba
y su vocación comercial y marinera, se celebra también en verano otro happening, el Kreuzfahrt Festival Hamburg, en
el que al menos siete grandes líneas de crucero llegan a la ciudad en las
mismas fechas. La fiesta tiene lugar en el inmenso puerto, por la noche, entre
decenas de fuegos artificiales y con sabios juegos de luz, dirigidos por
renombrados diseñadores de iluminación (lighting designers, lichtkünstler),
empleando focos y otros artificios lumínicos, que llenan y barren el área total
en que se desarrolla el evento.
El espectáculo es inolvidable. Edificios y barcos
envueltos en luz, con masas desbordantes de gentes emocionadas y alegres dispersas
por todas partes, en los embarcaderos, en las terrazas al aire libre, en las
cubiertas de los innumerables buques de todos los tipos y tamaños, con sus
melancólicas sirenas estremeciendo el aire y como llamando insistentemente a
gozar del momento y de la oportunidad única, incendiando los corazones en la tibia
noche del verano nórdico, tan efímero. Queriendo aprisionar la fugaz belleza del
instante, que no volverá hasta pasados otros dos años o hasta quién sabe cuándo.
Con la necesidad y la urgencia de apresurarse para apurar el buen tiempo, los bellos
atardeceres del estío, eternos en esas latitudes. Unidos todos en la inocente
observancia del Carpe diem latino; siguiendo sin saberlo los ancestrales
y felices ritos dionisiacos, que subyacen en todas las culturas. Intentado
fijar para siempre el ambiente feérico del momento para poder recordarlo
después.
Aconteceres así engendran inevitablemente la nostalgia,
la fatal sensación de que todo termina demasiado pronto, la constatación de que
la felicidad ocupa sólo una parte reducida de nuestras vidas. En una crónica
del evento, de 2014, se habla de seiscientas mil almas de todo el mundo, asomadas
atónitas e incrédulas al Elba, transformado por arte de magia en un enorme, bello
y fugitivo escenario. Festivales análogos hay en otros países. Quizá en los del
norte de Europa, con veranos limitados que huyen veloces, las gentes tienden a
aprovecharlos con mayor vehemencia, con ansias más apremiantes. Es hermoso
verles tan decididos a no dejar escapar la esquiva felicidad.
Son países de tierra y mar, dije. La vida en tierra no se
concibe sin las referencias al mar y muchas canciones locales nos hablan de él.
Una de las más populares, Wo die Nordseewellen, está cantada en plattdeutsch,
en bajo alemán, el que se habla todavía en áreas rurales de la zona. ¿Es muy
diferente del alto alemán? Si se ve escrito, no demasiado, pero hablado, se complica
mucho el asunto. Voy a Wikipedia y tomo un párrafo, que mutilo: “En el término bajo alemán están los grupos bajo fráncico
(en el oeste) y bajo sajón (en el este). El grupo bajo fráncico comprende el
holandés, flamenco occidental, brabantés/flamenco oriental, kleverlandés,
groningués, zelandés, limburgués, afrikáans… El plattdeutsch comprende aquellos
dialectos bajo sajones y bajo fráncicos que son usados dentro de Alemania…”. ¿Puede alguien no experto tener siquiera una idea del
tema? Wikipedia sirve, al menos, para que los tontos atrevidos, que creen que
el mundo es sencillo y bastan cuatro ideas para entenderlo, se paren un poco y
mediten. Con tantas lenguas y dialectos distintos, ¿se puede esgrimir alguna como
argumento para justificar una disgregación o separación? Se podría no acabar
nunca y atomizar cualquier comunidad, por antigua que sea su trabazón, su
nacimiento, su historia.
No puedo hablar con autoridad sobre los gustos musicales
de los alemanes. Pero sí he podido apreciar que tienen éxito en ese país las
canciones suaves, a veces melancólicas o tristes. Yo creo que el pueblo alemán,
con las salvedades inherentes a toda generalización, es serio, honesto y
romántico. Como una de mis metas es divulgar realidades que he tenido la
fortuna de conocer, me referiré a algunas canciones típicas o populares
alemanas, que mis lectores hasta podrán escuchar con los vínculos que muestro;
quizá para algunos sean nuevas. De la Alemania del Norte, para ser más
precisos, de la Alemania marinera, volcada al mar desde siglos.
Una de ellas es la ya mencionada Wo die Nordseewellen. Doy el vínculo para Youtube y traduzco, abreviadas, palabras del inicio: https://youtu.be/oBM_2GsWsKU. Donde las olas del mar del Norte bañan la playa, / donde
las flores amarillas florecen en la verde tierra, /donde las gaviotas chillan
en la tormenta. / Ese es mi hogar (Heimat es la palabra utilizada), allí me siento en mi casa.
El hogar se tiene en muy distintos sitios y puede estar
por tanto en el mar. Heimat, la
palabra alemana en esta canción, designa el terruño, la tierra chica, la
patria, en un sentido entrañable y profundo. El mundo está lleno de patrias
así, íntimas, acogedoras, espacios pequeños y concretos, anclados en un tiempo
pretérito que es muchas veces el de la infancia. Hay tanta belleza en nuestro mundo
que a todos nos tocó algo y siempre he pensado que los cantos excesivos y
exclusivos a las patrias son injustificados y vacuos. Los nacionalismos
exacerbados son perversos. Cuando me topo con uno de estos nacionalistas a
ultranza, me dan ganas de echarme a reír. Luego me dan ganas de echarme a
llorar. Al final, me dan ganas de echar a correr. No porque sean peligrosos,
aunque puedan llegar a serlo —lo han sido, infinitamente, a lo largo de la
historia—, sino porque les temo. Les temo porque me aburren, aburren a las
ovejas.
Otra canción es la de Seemann,
deine Heimat ist das Meer (Marinero, tu hogar es el mar) y fue compuesta
por Werner Scharfenberger. El vínculo es http://youtu.be/B-SVP6i9tbk. Traduzco el principio: Marinero, deja tus sueños, / no pienses en
tu casa. / Marinero, el viento y las olas / te llaman para sí. / Tu hogar es el
mar, / tus amigas son las estrellas. / Tu amor es tu barco, / tu nostalgia es
la distancia. / Sólo a ellos has de ser fiel / tu vida entera.
Otra canción, muy triste y que no procede del ámbito
regional al que me estoy ciñendo, es Abba
Heidschi Bumbaidschi (el título lo he visto escrito de diversas maneras).
Se trata de una muy vieja canción de origen austro-alemán, que quizá se remonta
hasta el siglo XV, con un texto que habla de una madre que muere y deja solo a
su hijo. Fue al principio una canción de cuna, pero se ha ido convirtiendo en
una tema navideño, sin que las palabras hayan cambiado. El título es
intraducible y el vínculo, para la versión de Plácido Domingo es https://youtu.be/80n6JTscWBU. Ofrezco en español las palabras iniciales, muy
sencillas: Abba Heidschi Bumbaidschi, duerme tranquilo, / tu madre se ha ido / y
estará fuera / por mucho tiempo.
Estos alemanes de Schleswig-Holstein, de los que
estoy hablando ahora, son gente seria y sin embargo cálida, transparentan
honradez, mesura, consideración por la ley, las instituciones y las fuerzas del
orden. No es miedo, lo sé muy bien, es respeto, como si comprendieran sin
esfuerzo que su labor es necesaria e importante para cualquier sociedad. Como
muestra contaré brevemente un suceso, que ocurrió estando yo allí. Una señora
bastante mayor cayó en su casa y se rompió el hueso del codo, el olécranon, una
parte del cúbito. Sólo explorando ligeramente la lesión se podía oír el
crepitar de la fractura. Casi enfrente de la casa había una clínica
traumatológica y quise llevarla allí, aunque no había ninguna urgencia. Fue
imposible, porque la señora argumentó que debía ir antes a su médico de
cabecera, que vivía también muy cerca, para que expidiera la pertinente petición
al especialista.
Quizá estos alemanes son incluso algo distintos a los del
Sur del País. Ellos mismos bromean sobre estos últimos y los consideran gentes
menos formales, de más errático comportamiento. En el norte, por ejemplo, no es
habitual que en los restaurantes y cervecerías se comparta mesa con
desconocidos, lo que, en cambio, es muy corriente y casi obligado en Baviera.
Es un detalle sin importancia. En Schleswig-Holstein, conocí gentes de muy diversa
condición, desde profesores universitarios hasta menestrales de variados
oficios. Jamás tuve ningún problema con estas personas de gustos sencillos y
poco sofisticados, que se divierten de manera tranquila y plácida.
(continuará)
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