Estoy empezando este blog y no
sé todavía muy bien cómo funciona este invento. Haré algunas reflexiones
sencillas, que me parecen oportunas y tienen una proyección práctica. Avisé de
que diría algo sobre cómo, en mi entender, debería leerse y con esto comienzo:
Leer tendría que ser un acto más
trascendente, más ritual. Muchos de nosotros leemos tanto, tan continuadamente,
que hemos trivializado esa actividad y, en consecuencia, casi siempre leemos
sin ninguna clase de método o exigencia. Este es un mal proceder, porque
perdemos gran parte de su posible productividad, de su ‘ubertad’ (la palabra no
está en el diccionario de la RAE, pero tiene un origen latino inmediatamente
reconocible y en inglés existe uberty).
Y no me refiero sólo a la lectura académica, científica o reglada; me refiero a
cualquier tipo de lectura.
No concibo leer sin un lápiz en
la mano o al lado. Para señalar, de la forma que sea —yo prefiero un simple
trazo en el margen, nunca el engorroso subrayado— los párrafos o pasajes que
nos interesen especialmente. No estoy hablando de escribir comentarios eruditos
al margen, que también se puede hacer (mal sitio para escribir el margen de un
libro); me refiero simplemente al hecho de señalar lo que nos llama la atención
por algún motivo. Obviamente, señalaremos tanto los aciertos, los hallazgos
brillantes, como los desaciertos, los posibles errores, las faltas de
ortografía o sintaxis, que, naturalmente, también las puede haber.
Cuando se termina un libro, se
puede ir —se debe ir— en un corto tiempo, sobre esas páginas marcadas. En
algunos casos, bastará con releer los párrafos escogidos, si lo que se persigue
es, simplemente, tratar de grabarlos mejor en la memoria. En otros casos, quizá
queramos incorporarlos a una colección personal, casi la única recomendable, de
pensamientos, opiniones o sentencias. Por fin, en otros casos lo que buscaremos
es completar lo encontrado, en algún diccionario o enciclopedia.
Todas estas tareas se hacen al
terminar el libro y no interrumpen la lectura continuada del mismo. Quizá es
mejor, para evitar que se acumule el trabajo, realizarlas
unas pocas veces a lo largo de la lectura y
no dejarlo todo para el final. Al tratar de conservar esos detalles
interesantes, cosechamos lo mejor de la obra que hayamos leído y, especialmente
cuando buscamos ampliaciones en las enciclopedias, encontramos temas
relacionados que multiplican el valor formativo de lo encontrado. El símil
tantas veces propuesto de las cerezas de una cesta es enteramente apropiado: al
tirar de una de ellas van enzarzándose otras y al final sacamos muchas más de
una, de aquella inicial que habíamos agarrado al principio.
Para mí, el número de marcas que
hacemos en un libro da una idea incluso de su valor global. Por supuesto que
hay que matizar y pulir este aserto, que ya dijo Ortega que pensar era
exagerar. Hay libros bellísimos y muy sencillos —la sencillez no está reñida
con la belleza, más bien al contrario— en los que quizá no haremos muchas
marcas. Me atrevería a decir que no es un caso frecuente, porque siempre, si la
obra es realmente valiosa, habrá alguna expresión o metáfora, alguna idea, que
nos guste señalar y releer más tarde, con la finalidad de intentar fijarla en
la memoria. Y hay también libros más complejos, más ricos en datos, erudiciones
o conocimientos —tampoco estos están reñidos con la belleza— que ofrecerán más
ocasiones de que los marquemos. Para comprobar los hallazgos, ampliarlos o
cotejarlos después.
Doy estos detalles, porque no
oculto que, a pesar de mi condición de amateur
y no experto, escribo estas páginas con una clara, aunque modesta, intención
pedagógica, pensando que pudieran ser útiles para alguien. Casi todo lo que
escribo lo hago con esas optimistas miras.
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