Lector amigo, ya
he expresado otras veces mi propósito primordial en este blog: exponer mis
preferencias literarias e incitar ingenuamente a seguirlas o rebatirlas. Todo
lo razonadamente que sea posible, que ya se sabe que en materia de gustos no
siempre se está en el terreno de lo lógico e indiscutible. Yo no tengo la
Verdad, ni en esto ni en nada, y lo que sí hago es urgirte a que vengas conmigo
a buscarla, como pedía Antonio Machado en su cantar famoso: ¿Tu verdad? No, la Verdad, / y ven conmigo a
buscarla. / La tuya, guárdatela. Y a mí sí me la puedes contar que, cuando
el poeta escribió aquello de “la tuya, guárdatela”, estoy seguro de que se
refería a sujetos que tienen su verdad como intocable y pretenden imponerla de
alguna manera innoble.
Muchas de mis
ideas sobre este tema están en mis Apuntes
sobre Literatura, ya mencionados en alguna ocasión y que me llevaron algún
tiempo. En su Introducción digo: “Estas notas son para mi uso personal,
pero están escritas con la idea de que pudieran ser leídas, algún día, por un
lector poco avisado o imprudente. Esto último no debe confundir o desvirtuar su
principal objetivo o hacer injustificables las licencias que me tomo. Estas
licencias se resumen, en la práctica, en una: no tengo ninguna intención —y por
lo tanto ninguna obligación— de ser absolutamente completo, meticuloso o
académico”.
En mis Apuntes no quise dar nombres de obras o autores de los que no tengo
una buena opinión y así lo manifesté desde el principio: “Es difícil, y para mí creo que
imposible, estar completamente seguro de la verdad, de la exactitud, de lo que
uno piensa u opina; y esto es aplicable, naturalmente, a todos los juicios o
valoraciones que seguirán en estas páginas. Por otra parte, no me gusta
expresar críticas negativas, que puedan molestar a alguien y, si lo tengo que
hacer, querría que fuera con la máxima discreción y contención. Estos dos
factores, juntos, me llevan a no citar por sus nombres a los autores de los que
tengo una impresión no buena, aunque esta se refiera sólo a una parte de su
obra, la expuesta o mencionada aquí, dejando indemne el resto”.
He tratado de indagar cómo
actuaron otros autores en trances parecidos. Cervantes escribió su Viaje del Parnaso en el año 1614. No es una
obra que te recomiende para pasar un buen rato. Yo me obligué a leerla por las razones
que cuento y no la aconsejaría sin más. Es un largo poema en tercetos
encadenados (la rima, consonante, es aba
/ bcb / cdc / ded…) en el que poetas conocidos por el autor, con sus
nombres, son calificados como buenos, y se narra su lucha contra los malos poetas.
Vencen los buenos —se trata de una obra de ficción— y de los malos no se dan
nombres, con alguna excepción.
En un caso, se da sólo el nombre
de la obra, La pícara Justina, pero
no el del autor. En realidad, no se sabe si fue Francisco López de Úbeda, un
médico toledano, o Andrés Pérez, un dominico leonés, o Baltasar Navarrete, un
dominico vallisoletano. También se nombra a Antonio de Lofraso (1540-1600),
poeta sardo, autor de la novela pastoril Los
diez libros de Fortuna de Amor, que es uno de los veinte que, en el fragor
de la batalla, se pasaron al ejército de los malos poetas, según cuenta
Cervantes. En el famoso escrutinio (Don
Quijote, I, 6) el cura dice del libro del sardo que “es el mejor y más
único de cuantos deste género han salido a la luz del mundo”. El elogio es tan
desmesurado que los críticos piensan que es irónico. Conté el número de los
buenos poetas en el poema y resultaron unos ciento veinte. También está entre
los malos poetas Jerónimo de Arbolanche, autor del poema épico Las Abidas, al que otros califican como
hábil versificador y humanista de gran cultura. También entre los malos vates
se cita a un tal Pedrosa, del que no he averiguado nada más.
Cervantes ya había escrito y publicado en
1585, como parte de La Galatea, un Canto a Calíope, en el que mencionaba a
cien poetas españoles, de manera laudatoria. En La casa de la memoria, Vicente Espinel (1550-1624) cita a poetas
españoles, entre músicos y otros personajes notables. El Laurel de Apolo es de 1630 y
en él Lope de Vega elogia a los poetas de su tiempo. En diez silvas, aparecen
unos trescientos españoles y portugueses y otros de diversas nacionalidades.
Muchos de estos datos se
encuentran recogidos en una obra posterior, Parnaso
español, antología en nueve tomos de poesía castellana, de Juan José López
de Sedano (1729-1801). En el tomo VIII de la misma (1774), encuentro una lista de
unos seiscientos poetas, de la que dice el
autor: “No deja de ser asombrosa en el número y no faltan en ella los poetas
más clásicos de la Nación; sin embargo podemos asegurar que no comprende ni aun
la tercera parte de los que hasta hoy conocemos y conocerá el Público en su
lugar”. Se refiere, entiendo, a los muchos poetas de ámbito local, no conocidos
en el conjunto del país. La lista puede ser consultada allí.
Lector, ya ves
que hay muchos libros similares y no te los recomendaré para tu solaz. Los
menciono porque, aun tratándose de un sencillo blog sin pretensiones, a veces
uno tiene la obligación de informarse un poco y trabajar en lo no gratísimo.
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