6 de febrero de 2014

Mas, Gallbraith y el abad


Vivir es cambiar constantemente, sobre todo en nuestras opiniones y certezas, en nuestros presupuestos mentales. Sentía yo angustia empática cuando pensaba en la tarea ineludible e inaplazable de ciertos columnistas de periódico, que han de escribir un artículo diario, y ahora veo con esto del blog que no hay tal y que ocurre lo contrario, que sobran temas y uno no sabe qué escoger.

Querría seguir con mis literaturas, pero se amontonan los cabos por atar. En su debate con González, Artur Mas dejó claro que la consulta no tiene carácter vinculante y sólo serviría para tenerla en cuenta al discutir después con el Estado. Esto introduce un sesgo invalidante, ya que puede inducir, a gentes no secesionistas, a votar en el sentido de reforzar la posición de Cataluña al negociar después su inserción en el conjunto de España.

Aunque este asunto nos preocupa a todos, persiste un optimismo, que podría revelarse engañoso. En Estados Unidos se suele decir que, en su historia, los optimistas han demostrado siempre llevar razón. No ha sido igual en la historia de España o de Europa. Lo que se construye afanosamente con inteligencia y esfuerzo durante años, se puede reducir a la nada en segundos; es la ley de la entropía que rige el Universo, la precipitación inevitable en el desorden. John Kenneth Gallbraith prevenía sobre las catástrofes que pueden provocar los tontos que ocupan altos puestos en la política o la economía. En nuestro país tal vez no tenemos los políticos más sagaces del mundo. En la apreciación colectiva todos suspenden y la mejor valorada —una mujer, nada independentista por cierto— no llega al aprobado. La mezcla de una situación complicada y unos líderes discutibles, causantes en parte de la misma, puede resultar letal.
 
Leo que el abad de Montserrat afirma tajantemente que el derecho a decidir es uno de los derechos humanos. En los tiempos que corren, con tanta batahola proabortista, el señor abad debería ser más cuidadoso, porque algunas mujeres podrían, al reclamar su derecho a decidir su maternidad, aprovechar su pronunciamiento y corear:
Ho diu l’abat,
ho diu l’abat
de Montserrat.
 
También asegura este abad que la lengua es un elemento de soberanía. Aplicando este axioma con la debida contundencia, podría haber siete mil naciones en el mundo, con siete mil parlamentos, siete mil nuncios, etc. Las Naciones Unidas tendrían siete mil miembros.
 
Señor abad, que el buen Dios nos dé, o nos devuelva, el sentido común.

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