Tengo que hablar,
sin falta, de Zaida, que tuvo amores con el rey Alfonso VI. Por ella empezó
lo de traer aquí este asunto, porque su historia se parece algo a la del joven
Carlomagno y la Galiana. Me cuesta trabajo abandonar la corte del emir de
Sevilla al-Mútamid, aquel paraíso terrestre en donde “los poetas se balanceaban
entre los reyes como los céfiros en los jardines”. Todo tan distinto de ahora,
excepto quizá en los políticos. Abú Saíd, alfaquí cordobés de la época, los
maldecía: “¡Raza de víboras! ¿Hasta cuándo van a chupar vuestra sangre, hijos
de Al-Ándalus? Todo el que gobierna es peor que un salteador de caminos. Alá
les ha dado el poder para vuestro bien y os sorben el tuétano. No se les ve en
las mezquitas, pero podéis siempre verlos borrachos”.
Lector, no sé
quién era este Abú Saíd; hay muchos con ese nombre en la historia. Hay uno en
Granada, el sabio predicador Abu Said
Faray b. Qasim, pero es del siglo XIV, según cuenta el viajero tangerino Ibn
Battuta. A lo mejor se lo inventó todo don Claudio, en su novela. En ella se
recoge también una de las citas más conocidas, la del califa Abd al-Rahman
al-Nasir, que al morir dejó un billete que decía: “He vivido setenta años, he reinado
cincuenta… he sido feliz catorce días”. Si alguien no conoce esta sentencia, me
encantará que lo haga ahora por mí. O lo que le dijo Rumaykiya a su marido al-Mútamid, ya
de mayores: “Te amo aún más que en nuestra juventud”. ¡Qué cosas, Dios mío, qué ternezas! ¿Se
lo oiría esto don Claudio o se lo inventó también?
Ya dije que Zaida no era hija de al-Mútamid,
sino su nuera; se había casado con el hijo de este, Abu Nasr Al Fath Al’Ma’mun, emir de Córdoba.
La habían prometido, cuando tenía doce años, al rey Alfonso VI, pero a quien
fuera se le olvidó este detalle. Zaida era inteligente, había gozado de una
educación exquisita y pertenecía al grupo de los poderosos en la sociedad
andalusí. Y era de una belleza extrema, que a lo mejor es lo más importante en el fondo; esto no lo afirmo. Yo sé, lector, que tú la has visto ya, pero te muestro una
imagen suya, para ver si la reconoces. Una monada, ¿no?
En una de las invasiones de los
almorávides, estos atacaron a sus hermanos de religión y tomaron Córdoba.
Cortaron la cabeza al marido de Zaida, la pusieron en una pica y la pasearon
por las calles de la ciudad. El pobre rey había dispuesto antes la huida de
Zaida con otros cortesanos al muy fortificado castillo de Almodóvar del Río y
pedido ayuda a Alfonso VI. Este envió tropas, al mando de Álvar Fáñez, que
fueron vencidas. Zaida siguió al ejército cristiano en la
retirada y fue llevada a la corte de Toledo. No tenía ya doce años; tenía
veintiocho, que tampoco es mala edad.
Zaida estaba viuda —era hacia el
año 1091— y el rey castellano estaba casado con Constanza de Borgoña, tratando
de tener un hijo varón que le sucediera. La reina murió en 1093 y el rey se
casó entonces con Berta, que no le dio descendencia y murió en 1099. ¿Se veía
secretamente el rey con la bella mora en el castillo de La Adrada? Si no se
veían allí, se veían en otra parte, porque tuvieron tres hijos y para eso hay
que verse o, al menos, estar juntos. El primero fue el ansiado varón, Sancho
Alfónsez, que murió en la batalla de Uclés, sin cumplir los quince años. Zaida
había muerto en 1101, en su tercer parto —los dos últimos después de haber
muerto la reina Berta—. ¿Se casó con el rey Alfonso? No está claro, pero
seguramente sí. Se convirtió al cristianismo y tomó el nombre de Isabel. Está
enterrada en el monasterio de benedictinas de Sahagún, junto con el rey y sus otras
esposas.
La historia de Zaida y Alfonso
no se parece demasiado a la del joven Carlomagno y Galiana. Sin embargo, como
ya apunté, algunos críticos pensaron que pudiera haber influido en el autor del
poema del siglo XII, Mainet. Sobre nuestra
Zaida también hubo un poema en la época, que cantó sus amores con Alfonso VI.
Está hoy perdido, aunque quizá queden vestigios. Voy a buscar y si hay algo lo
cuento.
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