Cuando hablé de los vientos en
mis entradas anteriores, tomé algunos datos de la Historia de Herodoto. En ella, muy al principio, el autor narra lo
sucedido a Candaules, rey de Sardis (Lidia, en Anatolia occidental), que es un
hecho relativamente conocido. Este rey debió de ser bastante fatuo y también
medianamente ‘falto’. Enseguida se verá por qué lo digo.
Candaules estaba enamoradísimo
de su esposa, lo que es relativamente normal en algunos casos y durante un tiempo
que puede ser muy variable. Y pensaba —todo viene de lo mismo— que era la más
bella y perfecta de las mujeres. Y lo andaba diciendo por ahí, por lo menos a un tal
Gyges, que era el lancero en quien confiaba más y al que hacía partícipe de sus
planes y secretos. Hasta aquí todo relativamente normal.
Un día el rey le dijo a este
Gyges que temía que no le creyera, porque “los oídos de los hombres son menos
dignos de crédito que sus ojos”. En esto llevaba razón, hay que reconocerlo. Y
le pidió que tratara de ver desnuda a la reina, a lo que Gyges se opuso con
vigor y dijo que no era necesario, porque él creía en la palabra de su rey.
Bueno, pues el rey se empeñó en esa contemplación inocente.
Ten valor, Gyges, y no temas ni
de mí ni de ella, porque no se dará cuenta, le dijo. Tú te colocas detrás de la
puerta de mi dormitorio y verás cómo se va quitando sus ropas y colocándolas en
una silla. Y cuando se venga ya a la cama, tú estarás a sus espaldas y podrás
huir sin que te vea.
Por fin Gyges cedió e hizo lo
que se le pedía, pero la reina pudo verlo en un momento. No dijo nada, aunque
estaba llena de vergüenza —esto lo afirma Herodoto; a lo mejor no fue para
tanto— y al día siguiente mandó venir a
Gyges y le dijo: “Hay dos caminos para ti y habrás de escoger. O matas a
Candaules y así me poseerás, y al reino de Lidia, o te matas aquí mismo,
ahora”. Ya se ve que la reina, en cuanto se le pasó la vergüenza, se puso la
pobre a maquinar el asunto y dio con una solución que no le pareció mala, para
ella. ¿Que cómo era Gyges? Lector, qué preguntas me haces. No lo sé. Pero los
lanceros suelen ser fuertes y aguerridos y entre los reyes hay de todo.
Gyges al final tuvo que aceptar
y preguntó a la reina cómo lo harían. Ella contestó que con la astucia
que empleó para verla desnuda. Así que, cuando llegó la noche, le dio una daga
y lo escondió detrás de la misma puerta de entonces. Y cuando Candaules estaba
dormido, Gyges lo mató y se apoderó así de su esposa y de su reino.
Esto es lo que cuenta Herodoto,
pero hay otras versiones. Platón en su República,
dice que Gyges (murió hacia el 652 a. C.) era un pastor que encontró un
anillo que le hacía invisible y con esa ventaja logró seducir a la reina y
asesinar al rey. Una tercera versión es la de Nicolás de Damasco, del siglo I
a. C., quien afirma, tomando como fuente a Xanthus, historiador lidio del siglo
V a. C., que Gyges fue un oficial del ejército que mató al rey cuando la reina
le acusó de haber intentado seducirla.
Abandono a Herodoto, que ya he
hablado bastante de él. Antes de su época, diversos navegantes habían explorado
el mundo (periplos de Hanón, de Necao, de Sataspes, de Scillex, etc.) y
descubierto sus maravillas. No puedo hablar de ellos aquí. Sólo querría
mencionar lo que leí en una descripción anónima del siglo VII a. C., sobre un
pueblo, el de los cornios. Se dice de ellos que “tienen las mismas costumbres
que sus vecinos, pues la vida les es indiferente”. De todos los variopintos pueblos
que he visto descritos en diversas fuentes, este es el que más me sorprende y
me disgusta. Porque se puede ser lo que sea y andar buscando por el mundo las
cosas más peregrinas. Pero ser indiferente a la vida, ese don precioso, fugaz e
irrepetible, es algo que jamás podré entender. La expresión más idiota que
conozco es esa de “estar matando el tiempo”. Y una de las más tristes, en
cualquier idioma, la de “ya es demasiado tarde”.
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