Hay personas que piensan que las
gentes son iguales en todas partes. Quizá esta es una de esas 'grandes
verdades', que tienen la peculiaridad de ser ciertas ellas mismas y sus
opuestas, a las que ya me referí en este blog. El inteligente y misántropo humorista
italiano Dino Segre (Pitigrilli) dejó escrito, por poner un ejemplo, que no hay
nada en la vida que merezca llegar media hora antes. Y eso es verdad, con tal
de que se reconozca inmediatamente que hay miles de circunstancias en las que
es muy importante y decisivo llegar a tiempo, no perder un minuto. En fin, todo
esto revela el titánico y tantas veces fallido intento de la razón, en su lucha
por entender y ordenar el mundo. Pitigrilli también dijo algo en lo que me
amparo: La ironía nunca es inmoral.
Mi blog aparece citado en otro
—excelente, sobre fotografía— de Miguel Ángel Lechuga, en el que también puede
seguirse uno de Muñoz Molina. Por puro azar, a veces están los dos juntos allí,
lo que me produce el incómodo sentimiento de quien tuviera un puesto de
'perritos calientes' justamente al lado de un restaurante de Adrià Ferran. Pero
esto ha hecho que lea alguna de sus entradas, como la del veintitrés de mayo
del 2014, en la que habla de la gentileza de unos norteamericanos sureños, de
Memphis concretamente, que incluso le ofrecieron compartir algo de comida, sin
conocerlo. Esto nos parece a los lectores españoles absolutamente normal y
reforzaría la tesis de los que abogan por la radical igualdad en los usos y
costumbres de los seres humanos.
Porque, en efecto, algo hay de
eso. Yo tenía la idea de que los ingleses eran educados, discretos, intachables
en su trato social, etc. Sin embargo, en una visita a Inglaterra, un profesor
universitario me dijo, hablándome de otro: “Sí, se hace notar mucho. Los vasos
vacíos son los que más suenan al golpearlos”. Me quedé estupefacto por la
imprevista maledicencia. Como en España, me dije, ¿cómo es posible?
En Toronto, visitando un
hospital, sin haber preparado ninguna cita previa, pregunté por cierto médico
canadiense, al llegar a su Servicio, y una enfermera del mismo trató de
buscarlo, sin conseguirlo al principio. Está perdido, me dijo, “He's very good at that” (es muy bueno en eso). No me
creía lo que estaba oyendo. Era la primera vez que iba a ese hospital y la
primera vez en mi vida que veía a esa enfermera.
El gesto que refiere Muñoz sobre
la pareja de Memphis no me parece demasiado sorprendente. Los americanos
suelen ser francos, amistosos y comunicativos, incluso en Nueva York, y uno se
contagia de esa camaradería espontánea. Hace infinitos años, conducía yo mi
coche por Park Avenue, una de las más céntricas de la ciudad, cuando tres
jóvenes, alrededor de los treinta años, un hombre y dos mujeres, me hicieron
una leve, tímida, como en broma, seña de autostop. Paré, los monté y enseguida
empezaron todos a recomendarme insistentemente que no volviera a hacer eso
jamás en Nueva York. Era el día de San Patricio, eran americanos de ascendencia
irlandesa, estaban algo alegres, yo iba
solo, tenía tiempo... Iban a una fiesta y me invitaron. Estuve con ellos y al
final llevé a su casa a una de las chicas, que agradeció mi acción como ella
juzgó que me resultaría más agradable. Acertó. ¡Ay, aquella tierna
americano-irlandesa! Desde entonces siento yo un especial afecto por San
Patricio, patrón de Irlanda.
Mais où sont les neiges d'antan? (¿dónde están las nieves de
antaño?), se preguntaba François Villon, ese granuja impenitente, en el
estribillo de su célebre Ballade des dames du temps jadis (Balada de las damas del tiempo pasado); un estribillo que me ha
acompañado en mis momentos de desánimo desde que era un adolescente. Porque
muchas veces, ya de jóvenes, pensamos que hubo un tiempo mejor que se fue. El
infortunio, las ausencias, empiezan a golpearnos muy pronto. Tendría yo unos
ocho años, cuando mi mejor amiguillo, Manuel Ángel, que era hijo del director
del Banco Hispano Americano y vivía enfrente de mi casa, se marchó nada menos
que a Cataluña, a donde habían destinado a su padre. Aquella Cataluña no era la
de ahora y cuando los visitaba el Caudillo lo vitoreaban como posesos. ¿Por la
policía? No, hubiera hecho falta un agente junto a cada catalán para explicar
tal frenesí. Lo he visto, lo veo todavía, en documentales del No-Do. Es un simple
dato, no tiene más trascendencia.
(continuará)
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