Ya dije que iba
a dejar este blog, con su actual diseño, y que me reservaba las dos últimas
entradas para explicar mi decisión. En esas estamos. Llamo la atención sobre lo
de ‘con su actual diseño’, porque continuaré escribiendo entradas. Pero trataré
de que sean más cortas y mucho más espaciadas en el tiempo.
Estoy
convencido de que una característica nuclear, definitoria, del ser humano es su
incurable propensión a hartarse de todo, a aburrirse con todo. De ahí nace su necesidad
de cambiar, de anhelar y buscar cosas nuevas. No es una cualidad puramente
negativa, sin más. No pretendo valorarla ahora, la reseño simplemente.
Empecé el blog
con ilusión, que fue aumentando con el tiempo. En parte porque los resultados
han sido aceptables. Cierta organización cuenta las visitas a su blog en
relación con el aforo de la Ópera de
Sydney (2.700 personas). La llenan once veces al año, dicen. Yo soy una persona
sola, no estoy en ninguna de las redes sociales, llevo sólo un año y la habría
llenado algo más de tres veces. La tercera parte de mis lectores son de USA y
los hay de Alemania, Argentina, Méjico, Rusia, Canadá, hasta de China. Para mí,
más que suficiente. Aun así, he empezado a hartarme, a aburrirme.
Seré muy sincero: empecé a ‘hablarle’ al
blog más de lo debido. En cuanto tenía algún tiempo libre, al despertarme en la
noche, etc., se me ocurrían cosas y las trataba de guardar y acomodar para el
blog. Esto no me gustó; no me parece natural o deseable. Y el blog ha crecido
tanto (casi ciento sesenta mil palabras, un libro de cierto tamaño) que ya debo
indagar, con la ayuda para búsquedas de Word, si algo que pretendo añadir no lo
he mencionado antes. Se estaban complicando demasiado las cosas. Seguiré, pero
con mucha más calma.
Mis lectores no envían muchos comentarios al
blog. Me hubiera gustado recibir más, para conocer sus gustos, sus
preferencias. Ahora bien, por cierto azar, he visitado el blog de alguien
conocido, famoso, que acoge infinidad de ellos… Salvo alguna rara excepción,
mejor no tener ninguno. No son verdaderos comentarios, son sólo deseos de dejar
unas palabras escritas en algún soporte que las soporte, valga el juego de
palabras. Es que el deseo de escribir se ha hecho irreprimible, como antes el
de hablar, al que ya me referí otras veces (quizá en este blog, ya ni lo sé).
Siempre pensé que lo que más le interesa al ser humano no es el sexo, ni la
buena mesa, ni el dinero, ni los viajes… es hablar. Podría aportar pruebas.
Me hubiera gustado tratar otros muchos temas
en mi blog. Después de haber vivido bastantes años y leído un buen número de
libros —no querría caer en lo que critica sabiamente un proverbio latino: laus in ore proprio vilescit (la alabanza propia envilece)—, uno piensa que podría tener algo que decir. Pero todo puede ser un engaño, una quimera. Con la
edad también se acumulan muchos errores y desvaríos.
Sí quiero hacer alguna clase de balance. Lo
hice antes sobre la razonable difusión del blog. Me gustaría decir que mis
escritos —me refiero siempre a los no médicos— tienen ya cierta extensión. Toda
mi vida me ha gustado escribir, pero empecé a publicar ficción con cierta
constancia sólo cuando me jubilé (hace diez años, con sesenta y cinco). Hasta entonces lo que
publiqué fueron libros y artículos relacionados con mi profesión.
El procesador Word me permite conocer el número de palabras que he
escrito en todas mis obras de ficción: son 1,3 millones, un dato no fácil de
valorar o comparar en sí. El Mahabharata,
la famosa epopeya india en sánscrito, la más larga jamás escrita, tiene cien
mil shloka (estrofas), unos
doscientos mil versos, y pasajes en prosa. Consta de 1,8 millones de palabras,
diez veces más que la Ilíada y la Odisea, que suman juntas unas doscientas
mil palabras. O sea, que he escrito unas seis veces más que Homero. Lector,
créeme, no reclamo ser seis veces más popular que él; de verdad que no. Pero
podría ser algo más conocido de lo que lo soy, eso sí. Te aseguro que me da igual.
Trataré de explicarte el porqué, en mi próxima entrada, la última con
este formato. El blog, sin proponérmelo, va a tener estructura circular, como
una obra ensamblada por un maestro impecable. En efecto, mi primera aportación
fue un relato de humor sobre los problemas de publicar en España, Mis primeros pasos en el mundo de la edición.
Las palabras de ahora se engarzarán perfectamente con lo que contaba allí.
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