29 de noviembre de 2014

Segunda carta al señor Artur Mas (fin)


El grandullón un poco llorica, que apareció un día en la tele, podría hasta conmovernos. ¡Cuánto ama a su país!, ¿no es enternecedor? Ocurre, sin embargo, que estos amores excesivos al terruño son vanos y peligrosos. Detrás de todo eso, están los que lloran por haber llegado a esta situación; los que abandonaron Cataluña, porque atisbaron pronto los vientos (conozco casos); los que no entienden que haya que escoger entre ser catalán y español; los que se cuidan con familiares y amigos de ser demasiado explícitos en sus opiniones sobre el proceso soberanista; proceso que, afirman de nuevo, sigue adelante.

Señor Mas, cada noche, cuando se encuentre usted solo frente a sí mismo, tal vez se pregunte si este embrollo era necesario, imprescindible; quizá se le desvele alguna duda o remordimiento. Aunque no parece usted el tipo que se cuestione mucho sus convicciones, más bien anda como muy seguro de todo. No escribo el adjetivo más apropiado a su carácter, no porque pudiera ser injusto, sino por pura ‘urbanidad’. Se refiere a la cualidad menos deseable en un hombre público y puede conducir a terribles desastres. Hay ciertos héroes que, para sus pueblos, sería mejor no haberlos tenido.

Lo que ustedes quieren, lo único que de verdad quieren, no están dispuestos a conseguirlo según los cauces legales establecidos, sino que quieren arrebatarlo con ardides, aunque se puedan generar gravísimos problemas. Ojalá no haya que lamentar desgracias mayores. Nunca les he oído hablar de soluciones federales o algo parecido. Estas sólo las airea constantemente Pedro Sánchez, que da consejos muy alquitarados. En un viaje del presidente Mitterrand a Madrid, alguien le preguntó qué consejo había dado a Felipe González respecto a las elecciones y aquel respondió: “Le he aconsejado que las gane”. Un entrenador de fútbol también presumía de conocer la mejor táctica para ganar los partidos: meter más goles que el contrario. Las ideas y propuestas del nuevo dirigente socialista son muy parecidas.

¡Tanta energía derrochada para alumbrar y afianzar el nacionalismo! Tantos esfuerzos para instaurar el pensamiento único. Francis Fukuyama, autor de The end of history and the last man, escribe que “en el pensamiento político, la endogamia lleva a la pérdida de sentido”. Dice también que “el control de los medios de comunicación ha exacerbado el aislamiento de las visiones políticas. La audiencia puede hoy escuchar solamente a medios de derechas o medios de izquierdas que están sirviendo sus propios intereses, sin prestar atención a quien piensa distinto. Eso impide la sana formación de una opinión pública crítica”.

Todo esto, cuando las condiciones sociales y económicas son sumamente difíciles y críticas. Y cuando hay tantas nobles tareas que esperan ser resultas, de una vez y con urgencia, por la humanidad entera. En la historia, el espectáculo de masas realmente felices y enardecidas corresponde muchas veces a momentos en los que se festeja el cese de una separación (caída del muro de Berlín, etc.). En las celebraciones que promueven cualquier tipo de ruptura o discriminación, se vislumbra, detrás de las fanfarrias, la sinrazón, la mediocridad y algo inconcreto y tenebroso.

Puede haber una psicopatología de los pueblos. Un escritor español, hoy casi olvidado, habló del complejo de inferioridad de los españoles. Quizá se podría hablar de un complejo de superioridad de los catalanes. Los medios de comunicación son capaces de modular poderosamente la idea que ciertos grupos humanos tienen de sí mismos.

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