Lectores de Sobretarde, perdonen la irrupción de un
desconocido, aprovechando uno de esos días en que el responsable del blog no
escribe ninguna entrada, dándose un descanso y, lo que es más de agradecer, dándoselo
a ustedes. Escribo en nombre de un grupo de entre seis y ocho miembros (el
número puede variar un poco), que vivimos en la ciudad de Madrid y somos
relativamente felices. Todo lo que se puede ser en este mundo imperfecto y en
esta vida tan breve. Hemos nacido aquí, encontramos nuestro sustento aquí y
casi con toda seguridad aquí moriremos.
En donde
habitamos existe una especie de jaula bastante grande, una de cuyas paredes es
de cristal y da a nuestro lugar, lo que nos permite ver todo el interior. En
ella hay un par de animales de gran tamaño, que se mueven de manera un tanto
torpe. Vivimos frente a esa jaula y vemos a sus ocupantes todos los días. A
veces no aparecen por algún tiempo —debe de haber una puerta que no divisamos
por la que pueden salir y entrar— y esto nos obliga a cambiar nuestros hábitos.
El mundo de
Dios, tal como está, es manifiestamente mejorable, por decirlo suavemente.
Siendo minúsculas nuestras necesidades, nos cuesta trabajo encontrar el
alimento de cada día, cuando los habitantes de la jaula se ausentan. Es
distinto cuando están; entonces, se abre la pared de cristal, la ventana, y
poco después aparece todo lo necesario. Esto nos resulta muy agradable, ya que
nos permite dedicar más tiempo a lo que nos gusta de verdad, que es ir de aquí
para allá, viendo todo lo que el mundo, imperfecto como es, tiene de deleitoso
y espléndido.
Nuestra
inteligencia es limitada, pero estamos seguros de que el alimento viene de los
animales de la jaula, que son ellos los que lo proveen, por la razón que sea.
Quizá les divierte vernos, como a nosotros nos distrae verles a ellos. Lo
cierto es que, en la medida que comprendemos la situación, les estamos todos
muy agradecidos.
El autor del
blog se lía escribiendo y me ha contagiado a mí esa mala condición. Acabo en un
momento, con algún detalle más para que nos sitúen. Aunque somos libres,
nuestra residencia habitual, por las ventajas que cuento, es una de las dos
terrazas de la casa del autor; la abierta, porque en la cerrada no podemos
entrar. Somos un grupo de gorriones, agradecidos a los que nos ponen la comida
cada día y un plato de agua bien lleno, para beber y para que alguno de
nosotros chapotee, aletee, si le apetece.
Por todo ello,
recomendamos este blog. Y yo, el que tiene mejor pluma del grupo —me hace
gracia esta expresión—, me he permitido escribir esta entrada en el mismo.
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