Palabras clave (key words): William J. Fulbright, política, arrogancia
del poder.
Ya he visto que
un gorrión atrevido escribió una entrada en este blog. No me importa; yo también
soy atrevido al exponer aquí mis ideas, sentimientos o recuerdos, sin
especiales méritos o razones para hacerlo. El gorrión dijo una cosa muy
verdadera: que me lío escribiendo. Fíjate, lector, pensaba contarte algo de la
muerte de Lorenzo de Medici, el Magnífico,
en 1492, y, meditando sobre la fútil naturaleza del poder, recordé el
interesante libro de 1966, The arrogance
of power, del senador americano William J. Fulbright. Y dejo al Medici para
otra entrada y te hablo del senador.
Estaba yo en Estados
Unidos cuando la publicación del libro y conocía al autor de verlo en
televisión. Era uno de esos políticos que piensan y, sinceramente, no sé si,
aquí en España, son muchos o pocos así. Creo que los habrá en la misma proporción
que en el resto de la población. Como sucederá con la corrupción; los políticos
son una muestra del conjunto poblacional. Con más oportunidades para corromperse que la
mayoría, eso sí. Es que hay mucha gente que no es corrupta porque no puede, no
sabe, no ha aprendido.
El análisis de
Fulbright es brillante. Escribe de los Estados Unidos, pero también de la
historia: “La cuestión que me intriga es si una nación tan extraordinariamente
dotada como los Estados Unidos podrá vencer esa arrogancia del poder que ha
afligido, debilitado y, en algunos casos, destruido grandes naciones del
pasado”. Y expone, a mi
juicio muy sagazmente, el mecanismo psicológico que explica el origen de dicha
arrogancia: “El poder tiende a confundirse con la virtud y un gran país es
sensible a la idea de que su poder es un signo del favor de Dios”. Cuando se llega
a esta convicción, las consecuencias son inmediatas e imparables. Un país
tocado así por la gracia de Dios, recibe al mismo tiempo una responsabilidad
especial hacia las otras naciones: “Hacerlas más prósperas, más felices y más
sabias; rehacerlas a su propia brillante imagen”.
Fulbright luchó contra la
campaña del senador McCarthy y se opuso después a la intervención en Vietnam,
cuando el apoyo popular a la guerra no había disminuido todavía. Era un senador
respetado, impulsor de un programa de becas para estudiar en USA, con un lado
mucho más oscuro en cuanto a la integración racial. Me concedieron una de esas becas, pero renuncié, porque obtuve otra del Gobierno español.
Me quedó el agradecimiento; en mi vida he tratado de ser agradecido.
Ya hablé en este blog de otro
senador americano, exquisito de lenguaje y maneras: Everett M. Dirksen. Y
hablaré pronto de Lorenzo el Magnífico. De su muerte, cuando comprendió por fin
la fatuidad del poder, su banalidad, su evanescencia.
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