6 de diciembre de 2014

La arrogancia del poder


Palabras clave (key words): William J. Fulbright, política, arrogancia del poder.

Ya he visto que un gorrión atrevido escribió una entrada en este blog. No me importa; yo también soy atrevido al exponer aquí mis ideas, sentimientos o recuerdos, sin especiales méritos o razones para hacerlo. El gorrión dijo una cosa muy verdadera: que me lío escribiendo. Fíjate, lector, pensaba contarte algo de la muerte de Lorenzo de Medici, el Magnífico, en 1492, y, meditando sobre la fútil naturaleza del poder, recordé el interesante libro de 1966, The arrogance of power, del senador americano William J. Fulbright. Y dejo al Medici para otra entrada y te hablo del senador.

Estaba yo en Estados Unidos cuando la publicación del libro y conocía al autor de verlo en televisión. Era uno de esos políticos que piensan y, sinceramente, no sé si, aquí en España, son muchos o pocos así. Creo que los habrá en la misma proporción que en el resto de la población. Como sucederá con la corrupción; los políticos son una muestra del conjunto poblacional. Con más oportunidades para corromperse que la mayoría, eso sí. Es que hay mucha gente que no es corrupta porque no puede, no sabe, no ha aprendido.

El análisis de Fulbright es brillante. Escribe de los Estados Unidos, pero también de la historia: “La cuestión que me intriga es si una nación tan extraordinariamente dotada como los Estados Unidos podrá vencer esa arrogancia del poder que ha afligido, debilitado y, en algunos casos, destruido grandes naciones del pasado”. Y expone, a mi juicio muy sagazmente, el mecanismo psicológico que explica el origen de dicha arrogancia: “El poder tiende a confundirse con la virtud y un gran país es sensible a la idea de que su poder es un signo del favor de Dios”. Cuando se llega a esta convicción, las consecuencias son inmediatas e imparables. Un país tocado así por la gracia de Dios, recibe al mismo tiempo una responsabilidad especial hacia las otras naciones: “Hacerlas más prósperas, más felices y más sabias; rehacerlas a su propia brillante imagen”.

Fulbright luchó contra la campaña del senador McCarthy y se opuso después a la intervención en Vietnam, cuando el apoyo popular a la guerra no había disminuido todavía. Era un senador respetado, impulsor de un programa de becas para estudiar en USA, con un lado mucho más oscuro en cuanto a la integración racial. Me concedieron una de esas becas, pero renuncié, porque obtuve otra del Gobierno español. Me quedó el agradecimiento; en mi vida he tratado de ser agradecido.

Ya hablé en este blog de otro senador americano, exquisito de lenguaje y maneras: Everett M. Dirksen. Y hablaré pronto de Lorenzo el Magnífico. De su muerte, cuando comprendió por fin la fatuidad del poder, su banalidad, su evanescencia.

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