19 de abril de 2014

Gabriel García Márquez, otro gigante que nos deja


Siento la muerte de Gabriel García Márquez como si se tratara de alguien muy cercano, con un desgarro que me cuesta soportar. Eso no me ocurre tantas veces y me lleva ineludiblemente a preguntarme por qué. Le admiraba infinitamente y ya escribí en este mismo blog que la admiración es más innegociable que el amor, porque es más tenaz, menos sujeta a nuestro capricho. Si piensas que alguien es admirable porque hace algo como no lo hace nadie, es muy complicado arrancarle ese mérito, desposeerle de esa cualidad. El muy aborrecible te puede tener admirándole sin tregua toda la vida.

Pero tiene que haber algo más. Yo creo que se trata de la discreción con que ha vivido sus últimos años, la valentía y sinceridad de sus opiniones, su vocación irrenunciable por la literatura, su modestia, su llaneza, su desasimiento de muchas de las banalidades mundanas —parece que en un cierto momento, tras la concesión del Nobel, dijo que ya no quería más premios—. En fin, como tantas veces, el encanto, la atracción proviene no sólo de sus excelencias artísticas e intelectuales, sino de su actitud moral y vital, de su bonhomía.

En relación con este tristísimo suceso, veo algo que me ha sorprendido. En la página web de Antonio Muñoz Molina, en la sección Escrito en un instante, leo la entrada titulada Un recuerdo, escrita el mismo día de la muerte de García Márquez. Son unas pocas líneas, pero en ellas no hay ninguna referencia a su grandiosa obra, ni se explicita cualquier sentimiento de tristeza o condolencia. Estoy seguro de que el sensible escritor ubetense comparte la orfandad que sentimos todos los que amamos la literatura, pero ha dejado de consignarlo por escrito en esta singular ocasión.

Habla en cambio, de ahí el título de la entrada, de su recuerdo de un Congreso de la Lengua, en Cartagena de Indias, hace siete años, y dice que “ya entonces García Márquez era una presencia muy lejana, quizás porque la enfermedad ya estaba afectándole”. Otra vez creo que falta algo; yo habría escrito “una venerable (o amable o querida, etc.) presencia muy lejana…”. En cambio, hace notar escrupulosamente que quizá la enfermedad ya estaba afectándole, aunque no concreta en qué o cómo.

En estas horas se han repetido bastante unas palabras del escritor fallecido sobre la muerte, extraídas de una entrevista en TV, del año 1995:  La muerte es una trampa, es una traición, que le sueltan a uno sin ponerle condición. Me gustaría comentar algo sobre esto, pero conviene dejarlo para una próxima entrada.

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