Palabras clave (key words): De Goupil à
Margot, luchas animales, relato Juicio final.
He hablado algo del escritor francés Louis Pergaud y tomé
una historia de su libro De Goupil à
Margot. Me siento obligado a escribir un poco más sobre todo esto.
Hacia el siglo XII, la antigua palabra francesa ‘goupil’
—derivada de la latina vulpécula,
diminutivo de vulpes— era la que designaba
al animal que hoy se llama en francés moderno renard, zorro en español. El libro de Pergaud, cazador e hijo de
cazadores, nacido y criado en un ambiente rural y conocedor profundo de la
naturaleza, del bosque y de los animales que lo pueblan, narra la vida y los
avatares de estos, a los que dota de rasgos antropomórficos, muy capaces de
suscitar empatía en el lector.
También hay lugar para la fantasía y hasta para el
capricho en las historias que lo componen: desde un zorro al que un cazador
bromista le ata, después de cazarlo en una trampa, un cascabel al cuello, con
lo que le resulta casi imposible cazar y casi enloquece, hasta una urraca,
encerrada en una jaula en una taberna, a la que los clientes hacen beber
alcohol y emborracharse. En un episodio de ebriedad hace caer una lámpara y
muere abrasada viva. Es el más triste y cruel de todos los relatos.
Los animales expresan sentimientos semejantes a los humanos,
de manera que se llega fácilmente a compartir sus temores y sus angustias. Son
víctimas de otros animales y, por supuesto, de uno singularmente sanguinario: el
hombre. Hay un topo, sujeto a un apareamiento necesario y brutal; una comadreja
cogida en una trampa que logra liberarse, dejándose parte de sus patas
anteriores en el cepo, y que al final muere al ser atrapada por un aguilucho,
al que también es capaz de matar mientras se la lleva volando: los dos animales
caen a tierra heridos de muerte. Está también la liebre Russard, que es atacada
por una legión de conejos; la ardilla Guerriot, víctima de un cazador; la rana
tragada por una culebra y que se libra cuando esta es atacada por un cernícalo…
En fin, un libro de amor a la naturaleza y bella prosa, lleno de horrores y
zozobras, que el autor sabe trasladar muy eficazmente desde los animales al
hombre. Ya dije que fue premio Goncourt.
Tengo bastantes cosas escritas y he hurgado con mi
pluma muchos aspectos de la realidad y los sueños. En un antiguo relato mío, de
título El gran juicio, me refiero a
esta lucha incesante por la supervivencia entre muchas especies animales, en el
marco de un imaginado juicio final: “De
repente, un grito de dolor agudísimo, de terror y espanto inauditos, sobrecogió
a todos los presentes. El grito era como la condensación en un instante de
todos los gritos que millones de animales habían proferido cuando habían sido
abatidos por sus depredadores naturales a lo largo de los siglos. Tenía el
sabor amargo de la muerte inesquivable, sentida ya, sin escapatoria posible,
por seres inocentes, víctimas de otros seres inocentes, que los inmolaban sólo para
poder vivir —porque éste había sido el torpe mecanismo dictado e impuesto para
su supervivencia— y se derramó por el valle entero, haciendo temblar a los
reunidos”.
En mi relato, en el enorme valle en que se hallan
reunidos todos los seres de la creación para ser juzgados, también hay algunas
preguntas difíciles al Dios, allí presente:
“¿Por qué, clamó una voz más lejana, la ferocidad estaba inscrita en la vida
misma de tantos animales que carecían de razón y mataban, porque estaban hechos
y dotados exquisitamente para matar? ¿No podrían haber subsistido de alguna
manera diferente, menos brutal y cruenta, sin destrozarse unos a otros?”.
Al final, un acontecimiento fortuito también me decidió a
comentar el libro de Pergaud y mencionar mi viejo relato. He recibido, de uno
de mis lectores más fieles, un vídeo, extraordinario en su realización
—probablemente una composición—, pero también horrible. Lector, te doy aquí el
vínculo, para que lo puedas ver:
No hay comentarios:
Publicar un comentario