Palabras clave (key words): Conde Verde,
Amadeo VIII, Jeanne de Belleville.
Quedan cabos por atar. El arranque de estas entradas
sobre cocineros medievales partió de una novela de Henry Bordeaux, Les Roquevillard, donde se menciona a Jean
de Belleville como oficiante del banquete ofrecido por Amadeo VIII de Savoya al
emperador Segismundo, el 14 de febrero de 1416. Vimos que la autoría no era
cierta, pero sí lo es que Jean de Belleville fue cocinero de Amadeo VI, el
Conde Verde, de 1348 a 1367, e inventor del famoso pastel de Saboya. Esto está
documentado en el citado libro de Gabriel de Mortillet (1821-1898), eminente
arqueólogo y antropólogo, dedicado a la investigación de la prehistoria y el
Paleolítico y erudito de toda garantía. Al Conde Verde lo llamaban así porque
en los torneos iba vestido de verde, con banderolas y miembros de su escolta
vestidos de ese color. Era valiente y tenía el dudoso defecto de ser bastante
mujeriego. De eso quizá le vino ser astuto, taimado y hábil mediador en conflictos,
como el surgido entre Pisa y Florencia en 1364. Para compensar su afición por
el mujerío, fundó la Orden de la Santísima Anunciación.
Amadeo VIII, primer duque de Saboya, fue el verdadero
artífice de la dinastía. En el año 1434, al morir su esposa, abdica, funda la
Orden de San Mauricio y vive como un ermitaño con otros cinco caballeros en Ripaille,
junto al lago Léman. Cinco años más tarde fue investido antipapa, cuando al
entonces Papa Eugenio IV le arrebataron su dignidad y fue declarado hereje.
¡Cómo de mudable es la Fortuna, de Papa a hereje! Sin embargo, la realidad
puede ser engañosa: Eugenio IV continuó siendo Papa y la vida de Amadeo VIII,
antipapa Félix V, tampoco cambió. Recibió sus títulos en la catedral de Lausana,
ante los pocos que reconocieron su autoridad, y ocupó este cargo en buena manera
ficticio hasta que se sometió al Papa Nicolás V y fue hecho cardenal de Santa
Sabina, en 1449. Murió dos años más tarde en Génova y fue enterrado en Ripaille,
hasta que trasladaron su cadáver a la capilla de la Sindone, en Turín.
También dejé pendiente contar algo de Jeanne de
Belleville (1300-1359), la ‘tigresa bretona’. Es más o menos coetánea de Jean
de Belleville, nuestro cocinero, y también se la conoce como Jeanne de Clisson,
porque contrajo segundas nupcias con Olivier IV de Clisson, en 1330. Este noble
fue decapitado por orden del rey Felipe VI de Francia, en 1343, y la viuda juró
que vengaría su muerte. Jeanne levantó un ejército contra el rey y mandó armar
dos navíos para hostigar a los barcos franceses, a los que causó importantes
daños, transformándose en una auténtica corsaria. Tras diversos encuentros, sus
barcos fueron sometidos, pero Jeanne logró escapar con sus hijos en un bote.
Refugiada más tarde en Inglaterra, casó de nuevo con un noble inglés, Walter de
Bentley, que luchó en Francia con las tropas de Juan de Monfort. Ella se retiró en Hennebont, en Bretaña, en donde
murió en el año 1359.
También quedé en decir algo sobre el pastel de Savoya,
creado por el chef Jean de
Belleville. No puedo hablar aquí de sus ingredientes y elaboración, pero si
alguien está interesado, le ruego que me lo haga saber. Lector, ya ves que en
todas las épocas hay personas singulares y situaciones extrañas o paradójicas.
En pleno siglo XIV, tienes a Jeanne de Belleville, hecha una tigresa y corsaria,
guerreando contra el rey de Francia y a Jean de Belleville, tan feliz en su
cocina, creando pasteles e inmortalizándose.
El cocinero Chiquart utiliza ya el baño María en el siglo
XV. Ferrian Adrià, en nuestra época, utiliza el Rotavapor, un sencillo aparato de los años cincuenta, corrientísimo
en cualquier laboratorio y que, en esencia, sirve para lograr la ebullición de
los líquidos a menor temperatura, operando con presión reducida. Todo es diferente,
todo es igual. Nihil novum sub sole.
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