Palabras clave (key words): Camilo José
Cela, el hijo del vagamundo, John Osborne.
Dije en mi anterior entrada que no me eternizaría con
citas que influenciaron mi vida. Y no lo haré…, sólo divagaré un poco más.
Escribí que alguien, la persona que era yo de joven, “huyó y se descomprometió
sin herir a nadie, ni hacer daño a ninguno, salvo quizá a él mismo y esto no
puede importar a los veinte años”. Y esta serena seguridad de no haber hecho
daño a nadie entonces, me trae a la memoria un fragmento de Cela, un autor que
también tiene su lado tierno, aunque no sea el más ostensible en su obra.
Escribe nuestro Premio Nobel, en Los
viejos amigos:
El vagabundo
habló al pastorcito del atajo de Brihuega con la persuasiva voz de las
confidencias: Mi hijo dice que, cuando sea mayor, quiere ser mendigo de los
caminos, para ver mundo y para no hacer daño a nadie nunca: ni a los hombres ni
a los animales, ni a las yerbas del campo, ni al agua de los ríos, ni a las
piedras del monte, ni a la cal que cae de las paredes… Es hermoso lo que quiere
ser mi hijo, cuando crezca, ¿verdad?
Es muy hermoso lo que quiere ser su hijo, contesto yo al
vagamundo —me gusta mucho esta palabra. El DRAE dice que se utiliza más en
ambientes populares; yo la encuentro más en textos literarios—. Esa meta suya
es una de las más nobles en la vida de cualquiera. No la que más, eso no.
Porque, y siempre pienso lo mismo cuando se resumen ciertas normas morales, muy
por encima del no hacer daño, de no hacer a otros lo que no queremos que nos
hagan, está esa meta suprema, alcanzable por pocos, de vivir sólo orientado al
bien de los demás. Aunque esto no sea exactamente una cita, es claro que es un
pensamiento que ha actuado también en mi vida y tiene su lugar aquí. Otra cosa
es que sea fácil de seguir. Y termino, que estamos en estación sacra y podría
acabar sermoneando. Yo, que no amo los sermones de ninguna especie.
Relacionada también con el mundo moral, otra cita, para
completar la normal extensión de mis entradas. Escribió el dramaturgo inglés
John Osborne, en su obra de teatro Look
back in anger (Mirando hacia atrás con ira), de 1956, la que le abrió las
puertas del Olimpo literario y se dice que revolucionó el teatro inglés de la
época: El
mundo es una injusticia casi perfecta. Y
es verdad que, a veces, lo parece. No está uno para hacer juicios de crítica
literaria, y mucho menos morales, aunque sí querría decir que Osborne no fue
ningún adalid justiciero. Se casó cinco veces, lo que no es índice de maldad,
sino más bien de insensatez, y su cuarta esposa, Jill Bennet, se suicidó.
Osborne recibió la noticia con supremo desdén. Dijo de ella que era “la mujer
más malvada que he encontrado en mi vida”. Todo bastante triste, nada
edificante. Muy lejos de aquel horizonte vital de paz y sosiego que soñaba el
hijo del vagamundo de Cela.
Prefiero terminar con algo más divertido. Yo no sé si el
mundo es perfectamente injusto. Quizá ocurre aquí como con aquel señor que,
enfrentándose a otro con el que discutía, en un cierto momento le espetó: Usted
debe de pensar que yo soy un perfecto imbécil. A lo que este respondió, quizá
con mala intención: Oh, no, amigo, sé bien que la perfección no es de este
mundo. Termino esta entrada así, más relajadamente. He mostrado algunas citas
que ayudaron a conformar mi carácter y mi vida. Estoy hecho, como todos, de
cuerpo, alma y palabras. Estas, de muy diversa envergadura: un verso, una
sentencia, un teorema, un párrafo, una página, un libro entero.
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