Palabras clave (key words):
Ortega, Gómez de la Serna, Romain Rolland, Clérambault.
Después de no pocos rodeos, me adentro ya en las ideas,
las creencias, las frases que influyeron en mi vida y que, naturalmente, son muy
variadas y numerosas. Me referiré sólo a dos. Si al hablar de las ideas fuerza
o de Maledetti Toscani, alguien puede
disentir de mis opiniones y pensar, hasta con razón, que estoy equivocado, no
podrá hacerlo ahora, en esta entrada, porque hablo sólo de mis vivencias y soy absolutamente
sincero. Mostraré dos frases que marcaron mi vida, o ciertos momentos de mi
vida. Hablo, pues, de mi propia vida y de mi verdad.
Una de ellas anidó tan tempranamente en mi alma que ni
recuerdo exactamente de quien es, aunque estoy casi seguro de que procedía de
Ortega: Lo más hermoso de la vida es huir,
descomprometerse y sentirse libre. Recuerdo,
ya no tan literalmente, algo más, quizá del mismo entorno textual: En la vida hay muchas cosas que son difíciles de
conciliar, antítesis que son imposibles de solucionar, pero cada hombre debe
pensar que es él el llamado a resolverlas. Es
un canto muy orteguiano al optimismo vital, a la capacidad creativa, fáustica
del hombre.
Traté de comprobar si los dos párrafos son de Ortega y escribí
parte de ellos en Google, como hago a veces. El segundo sí lo encuentro en un
texto del filósofo, pero el primero aparece en un capítulo dedicado a Picasso,
de título Picassismo, extraído de la
obra Ismos, de Ramón Gómez de la
Serna, de 1931. Aun así, creo que el original es orteguiano y que Ramón copió en esto al
maestro. Ahora mismo no lo sé, es una conjetura.
Esas ideas, las pensara quien las pensara, dejaron su
impronta indeleble en un muchacho de diecisiete años. Creí en su verdad, las
encontré ajustadas a mi manera de ser, a lo que quería hacer con mi vida. En
algún momento, descubrí también su encanto engañoso. En una carta a un buen
amigo de entonces, decía: El Paco Luis (mi nombre de niño y de muy joven), el que
pensaba que “lo más hermoso de la vida es huir, descomprometerse y sentirse
libre” ha muerto, cuando tenía veinte años de edad. Murió, porque, de repente,
comprendió que hay cosas que no se logran con la huida sino con la estancia.
Murió, porque se dio cuenta de que, frente a la felicidad del descompromiso
estaba la de sentirse ligado a la Tarea por el agridulce yugo de la obligación.
Porque entendió que la libertad sólo tiene sentido como un descanso merecido.
No se ha ido a la tumba ni triste ni arrepentido, seguía
mi carta, sino alegre. Porque fue feliz huyendo y descomprometiéndose, pues creía
que lo espléndido y cegador de la vida era eso. Y huyó y se descomprometió sin
herir a nadie, ni hacer daño a ninguno, salvo quizá a él mismo y esto no puede
importar a los veinte años. Y porque murió pensando ya en una gloriosa
resurrección. Y eso es verdad, en eso ando ahora, más despreocupado que nunca y muy ligero de equipaje.
Podría eternizarme con ejemplos como el anterior y
escribir miles de entradas. No lo voy a hacer. Sólo mencionaré otra cita,
porque sigo comprometido con ella, aquí sin ningún titubeo y me hace
comportarme de manera quijotesca y me crea problemas, sin poder evitarlo: Todo hombre que es un verdadero hombre debe aprender a
quedarse solo en medio de todos, a pensar solo por todos y, si fuera necesario,
contra todos. Es de Romain Rolland, un escritor
francés, pacifista convencido, apasionado por la justicia, premio Nobel en 1915
por su obra llena de idealismo y amor a la verdad. De su libro Clérambault, que trata de Gaëtan de Clérambault, psiquiatra,
condecorado por su valor en la primera Guerra Mundial con la Cruz de la Legión
de Honor, que se suicidó en 1934. Dio su nombre al síndrome de Clérambault, un trastorno mental del que quizá hable un
día.
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