Palabras clave (key words): Miguel Ángel,
Francisco de los Cobos, Newsweek, Cupido.
Desde el 31 de marzo hasta el 28 de junio se exhibe en
Madrid, en el Museo del Prado, la estatua reconstituida —no simplemente
restaurada, como explica María Cristina Improta, directora del Opificio delle Pietre Dure de Florencia—
de un San Juan Bautista niño, atribuido a Miguel Ángel, que ha estado durante
siglos en la Sacra Capilla del Salvador de Úbeda. Esta es la escueta noticia,
de innegable trascendencia. Un hecho fortuito —el azar, sobre el que tantas veces aviso en mis prédicas— me lleva
a contar un episodio autobiográfico discretamente relacionado con esto.
Al llegar a mi edad es muy corriente refugiarse en la
nostalgia y en los recuerdos, emprender la vuelta a la Ítaca natal. En mi caso,
la vinculación a Úbeda ha sido más o menos permanente, si bien no adoptó la
forma de frecuentes viajes o adhesión a grupos o asociaciones locales. Mi vida
se desparramó más bien por otras tierras, sin que ello impidiera el reencuentro
eventual con mis raíces y la preocupación por las cosas de la ciudad en que
nací, como luego ilustraré. Al presentar mis libros, contaba a veces que era de
Úbeda. En Valladolid, bromeaba: Hace
ya algún tiempo, un antiguo paisano mío, de Úbeda —porque yo soy de Úbeda y
perdonen la inmodestia—, tuvo puesta casa aquí, en Valladolid. Úbeda ha sido
declarada patrimonio de la Humanidad, junto con la vecina y hermana Baeza, y
las dos, alzadas en cerros vecinos, de los que van delimitando el valle alto
del Guadalquivir, parecen en la lejanía como dos custodias de muy apretada
filigrana, elevadas en un paisaje que tiene, especialmente al atardecer, algo
de mágico y del que he hablado en algunos de mis relatos.
Mi paisano, el ubetense que puso casa aquí, fue Francisco
de los Cobos, secretario del emperador Carlos V, último propietario —de los de
la familia de Rui Díaz de Mendoza— del soberbio edificio que se convirtió en
Palacio Real y más tarde en Capitanía General. La actual construcción es del
siglo XVI, renacentista, y fue atribuida a Alonso de Berruguete, precisamente
por la gran amistad de este y De los Cobos, aunque la atribución no es correcta
y la obra es del arquitecto Luis de Vega. Consta que mi paisano se trajo, de
sus viajes a Italia, acompañando al César Carlos, muchos y valiosos objetos de
arte, para decorar este palacio de Valladolid, vendido en 1600 al duque de
Lerma y cedido a Felipe III.
El hecho fortuito al que aludí antes es que, hace casi
veinte años, leí en el semanario americano Newsweek (5/2/1996) la también extraordinaria noticia de que en
Nueva York había sido descubierta una posible estatua de Miguel Ángel, un
Cupido, situado durante más de noventa años en la rotonda de acceso a un elegante
edificio de la Quinta Avenida, perteneciente al gobierno francés.
Lo de tratar con estatuas de Miguel Ángel, para mí y para
cualquier ubetense, es cosa de casi todos los días. Bromeo, exagero un poco,
pero no tanto. Desde pequeños nos hablaron a los nacidos allí de un San Juan
Bautista niño, un San Juanito, obra de juventud de Miguel Ángel, destruido
durante la guerra civil. Inmediatamente relacioné las dos estatuas y se me
ocurrió escribirle al entonces Director del Metropolitan Museum de Nueva York, Philippe
de Montebello, nacido en París, de familia aristocrática, y que vive todavía.
Lo que sigue, tendré que contarlo en otra entrada, con alguna digresión no
excesivamente impertinente.
(continuará)
(continuará)
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