Palabras clave (key words): Kathleen W.
Brandt, Cupido, Metropolitan Opera House.
Se contaba en Newsweek
que un Cupido había sido descubierto, hacía ya unos meses, por Kathleen
Weil-Garris Brandt, profesora en el Institute of Fine Arts, de la Universidad de Nueva York, y especialista en el Renacimiento.
Era de noche y se daba una fiesta en la sede de los Servicios Culturales de la
Embajada Francesa, un edificio de 1902, del arquitecto Sanford White, en el 972
de la Quinta Avenida, entre las calles 78 y 79. La casa resplandecía de luz y,
seguramente, Kathleen se fijó en ella un poco más que de ordinario, para ver
cómo iban vestidas las señoras, si había algún hombre de esos que merecen la
pena, etc. Pero lo que captó su atención fue una estatua, en la que no había
reparado antes, pese a andar a menudo por allí, ya que el Institute of Fine Arts está justamente en la casa contigua a la de
la fiesta. El Metropolitan Museum of Art
es el número 1000 de la famosa avenida, desde la calle 80 a la 84. Todo muy cerca.
Brandt la atribuyó enseguida a Miguel Ángel. Tal adscripción
tiene antecedentes más antiguos: Stefano Bardini tuvo ya la misma idea, en
1902, al confeccionar el catálogo para una subasta de Christie, aunque allí este Cupido apareció finalmente como un
Hércules niño “de la escuela de Miguel Ángel”. No se vendió en la puja y fue luego
adquirido por Stanford White, para colocarla en la rotonda de acceso al lujoso
edificio que había construido para la familia Payne Whitney, el ya citado de la
Quinta Avenida, comprado medio siglo más tarde, en 1952, por el Gobierno
francés. Allí estuvo el Cupido sin moverse ni molestar a nadie más de noventa
años.
Hasta que ‘se le apareció’ a Brandt en octubre de 1995. Para
atribuirla a Miguel Ángel se apoyó en que Ascanio Condivi y Giorgio Vasari —italianos
que escriben en el siglo XVI, de los que hablaré más tarde— mencionan un Cupido
de este escultor, hecho en Florencia para Lorenzo di Pierfrancesco de’ Medici,
hacia 1495 (de hecho, Vasari nombra otro más, encargado en Roma por Messer
Jacobo Galli). La adjudicación de Brandt está lejos de ser reconocida por todos.
Paul Joannides, profesor de Cambridge está a favor, pero otros expertos no lo
están, como Leo Steinberg, Creighton Gilbert and James Beck. No me demoraré en
esto y sólo repararé en James David Draper, Curator
(conservador) del Departamento de Escultura y Artes Decorativas Europeas, del Metropolitian Museum of Art, de Nueva
York, ardiente defensor —al principio, parece que luego moderó su entusiasmo—
de la tesis de Brandt y Jean-René Laborit, Curator de Escultura del Museo del Louvre, que estuvo en contra.
Me fijo en estos dos nombres por darse la circunstancia
de que los dos han sido conservadores de museos importantes y, sobre todo, porque
fue James D. Draper quien contestó a mi carta al Director del Met. Empleo esta abreviatura, consciente
de que también puede designar la Metropolitan
Opera House, lo que trae a mi memoria —y perdón por la, para mí obligada,
digresión— aquella Old Met de
Broadway y la calle 39, que se inauguró en 1883 y fue derribada en enero de
1967. Vivía yo entonces —en 1967, no en 1883— en Nueva York y había asistido a
alguna representación allí.
Guardo devotamente una colección de tres vinilos, Opening Nights at the Met, con
grabaciones de primeras noches de ópera; la más antigua una Gioconda, de Ponchieli, de 1905. Y
también una auténtica reliquia: a unique segment of
the great gold curtain from the Met (un
trozo del gran telón dorado del Met), del tamaño de una cajetilla de tabaco.
Lector, lo tengo todo delante de mí ahora y me asalta la malencolía (está en el
DRAE) y una leve tristeza muy dulce. Porque doy gracias a los dioses,
incluyendo a aquellos paganos que vi desde niño en el intradós de la puerta de
entrada a la Capilla del Salvador, en donde estuvo durante siglos el San
Juanito intacto, que me fueron tan propicios, más de lo que pude merecer nunca.
Cuento más en mi próxima entrada.
(continuará)
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