7 de junio de 2015

Cuidado con las cenas, señor Sánchez


Palabras clave /key words): Domiciano, Frate Alberigo, Abul Abbas, Simón el Mago.

¡Vuelta otra vez con la actualidad! A veces la realidad es tan acuciante que no hay más remedio que referirse a ella. Escribo esto por la cena que ha reunido hace poco a dos jóvenes líderes políticos españoles, Pedro Sánchez y Pablo Iglesias el Mozo (para distinguirlo del otro). Con las cenas, con los banquetes en general, hay que ser cuidadoso, como demuestra la evidencia acumulada en la historia. Me explico.

El emperador Domiciano invitó a varios senadores principales y otras personas nobles de Roma a una cena. La sala estaba completamente revestida de negro, suelo, paredes y techo, y llena de columnas funerarias en las que se habían grabado los nombres de los comensales. Aparecieron jóvenes, pintados también de negro, con espadas desnudas en sus manos, que se colocaron en torno a los triclinios de los invitados. La comida no estuvo mal, aunque se comprende que esto no tranquilizó mucho a ninguno de los presentes. Para hacer aún más tétrico el ambiente, el propio Domiciano contaba matanzas que había organizado otras veces sólo para distraerse. Se acabó la cena, el emperador despidió a aquellos infelices que estaban más muertos que vivos y en eso quedó todo, una broma quizá algo pesada. Lo cuenta Lucio Casio Dion, según refiere Jean Baptiste Crevier en su Historia de los emperadores romanos.

Peor fue la cena de Alberigo dei Manfredi, señor de Faenza, el dos de mayo de 1285. A este fraile ya se lo encontró Dante en el infierno, en la tercera zona del círculo noveno, a pesar de que aún no había muerto, porque imaginó que, en algunos casos, los pecadores iban al infierno recién cometido el pecado y un demonio se encarnaba en su cuerpo hasta el final asignado a su vida. Este pobre fraile invitó, para reconciliarse, a algunos compañeros a un banquete suntuosísimo y al final dijo aquello de “fuera la fruta”, que era la señal convenida. Los sicarios entraron entonces en el refectorio y asesinaron a los que previamente les había indicado el anfitrión. Bueno, pues resulta que este fraile no podía llorar en el infierno, porque se le había formado hielo en los ojos y no se lo podía quitar y le pide a Dante que lo haga. El poeta no accede, porque piensa que la justicia divina debe proseguir su curso e intervenir sería ir contra Dios. Bien.

Tampoco estuvo mal el banquete que organizó el califa Abul Abbas, para celebrar la amnistía que había proclamado. Setenta omeyas estaban allí, cuando un poeta empezó a recitar versos exaltando a los abasíes y pidiendo matar a los omeyas. Educadamente, el califa dejó al poeta terminar su poema, que lo había escrito con mucho cariño. Acabó el rapsoda y entraron de pronto hombres armados con palos de lanza, que mataron a los comensales. Se tapó con alfombras a los muertos y moribundos y se continuó la fiesta, que no era cosa de pararla, una vez empezada y con los músicos pagados.

Nada de eso tiene que ver, por supuesto, con la cena entre nuestros dos políticos. Pero sí pudo ocurrir allí, o podrá ocurrir en el futuro, lo que le pasó a Simón el Mago con San Pedro. Este Simón había querido comprar a Pedro los dones del mismísimo Espíritu Santo —de ahí viene la palabra simonía—, para hacer milagros, que le parecía muy divertido. Como no hubo trato, quiso hacerlos por vía de magia. Pedro, para darle una lección, se remontó en el aire grácilmente. Simón lo imitó con sus artes y ascendió un buen trecho. Estaba, ya se puede comprender, contentísimo y sus correligionarios no paraban de jalearlo, talmente como en los mítines de ahora. Cuando Pedro vio que estaba ya bastante alto hizo que Simón cayese y se rompió varias costillas.

Es que los hay muy aviesos, señor Sánchez. Tenga usted cuidado a la hora de juntarse a cenar. Y encima, pagando, que fue usted quien pagó y por eso se pidió algo barato, una tortilla francesa. Al final, y esta es la razón y urgencia de mi escrito, estoy convencido de que los que pagaremos el asunto seremos los españoles, con el PSOE en cabeza. Y si no, al tiempo.

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