Palabras clave (key words): Robert Hughes,
cultura de la queja, recursos necesarios.
En la cabecera de este blog se explicita que no me
preocuparé demasiado por la actualidad. Y ha sido así en la mayor parte de los
casos, pero hay ocasiones en que a uno no le queda más remedio que hilvanar
algún comentario. Sin recurrir a innecesarias referencias intelectuales, tomaré
prestado el término ‘cultura de la queja’, de la obra de Robert Hughes, Culture of Complaint, de 1993, que trata
de temas de multiculturalismo, separatismo, provincialismo intelectual, etc. Copio
también: Echar
la culpa a otro es uno de los trucos más viejos del arsenal demagógico. Para añadir que hay quienes
echan la culpa a la propia sociedad, en su conjunto. Tiendo a ir en esa
dirección.
En los primeros años setenta, mucho antes de la aparición
de ese libro, en un estudio sobre la sanidad sueca, leí una predicción irónica
sobre su futuro. Analizando estadísticas y gráficos, en los que se constataba
el colosal aumento de trabajadores y gastos en el sector, el autor concluía: De seguir esta
tendencia, en unos treinta años la mitad de la población de Suecia estará
cuidando a la otra mitad.
Por el lugar central que ocupa la salud en las preocupaciones
de los ciudadanos, en ese campo empezaron algunas exigencias a las autoridades y
las correspondientes quejas. Obviamente, con ser el tema de la salud de
fundamental importancia, otros no le van a la zaga. Comenzó así una
interminable acumulación de problemas a los que se demandaba solución. ¿No
hemos llegado ya a la sociedad de la abundancia y del bienestar? Pues a
acometer los cambios necesarios para lograrlos inmediatamente.
Se inició la petición insistente del paraíso, que
continuó y se multiplicó después. Había que luchar contra el hambre, la contaminación,
la corrupción, la falta de viviendas, el cambio climático, la inseguridad
ciudadana, el racismo, el maltrato animal, la falta de hospitales, el sistema
de recogida de basuras, el acoso escolar, el acoso laboral, el acoso sexual, la
centralización excesiva, la falta de libertades, la lentitud de la justicia, el
hacinamiento en las cárceles, el servicio de correos, el estado defectuoso de
las carreteras, el malfuncionamiento de los trenes, los accidentes de tráfico,
la pobreza, la violencia de género, la desigualdad de hombres y mujeres, la
energía nuclear, las técnicas de fracking…
Lector, es una lista extensa, pero tú sabes bien que es incompleta, insuficiente.
Añade las demandas que se te vayan ocurriendo; sobre cada una se podría
escribir un largo ensayo.
Sucede que muchas de las medidas que se pueden arbitrar
para arreglar estos males son de naturaleza puramente moral. Pero otras muchas
reclaman ineludiblemente ingentes recursos, lo que no parece calmar las
reclamaciones. Según la percepción de la masa, son peticiones justas, a las que
se tiene derecho, y por tanto es misión del gobierno el encontrar los medios para
su satisfacción. Si requieren aportes económicos enormes, que se busquen. Eso
sí, sin lesionar los legítimos intereses de los ciudadanos con impuestos
excesivamente gravosos.
Lo anterior es tan obvio, que lo recojo aquí sólo para
insinuar lo que desarrollaré después. Frente a la percepción universal de estas
necesidades, pocos piensan que buena parte de estas disfunciones son
consecuencia de que vivimos en una sociedad enferma y mediocre, en la que
valores esenciales se han olvidado y en la que las obligaciones, los deberes,
que también han de tener sus miembros, apenas se mencionan o consideran. Nos
hemos instalado en una especie de país de Jauja, pays de la Cocagne, Land of plenty,
Schlaraffenland (el término existe en
todas las culturas), donde todo es posible y exigible, con ningún o muy poco
esfuerzo por parte de los demandantes. Frente a dos recientes casos de acoso
escolar, se han pedido más psicólogos, más policías… Quizá se olvida que lo
importante y urgente es formar jóvenes que sean incapaces de atentar frente a otros, de
gozar con el sufrimiento ocasionado a otros. Algo que es factible, nada imposible.
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