Los
números primos de Mersenne se obtienen mediante la fórmula: Mn = 2n - 1 y al principio se pensaba que todos eran primos si n era primo; esto se vio luego que era falso y Hudalricus Regius
ya mostró, en 1536, que 211 - 1 = 2047 no era primo
(es igual a 23*89). Se comprobó más tarde que estos números eran primos para n=17,
19, 31, pero no para n=23, 29, 37… Fue por fin Mersenne quien compiló una lista
de estos primos (exponentes hasta 257) y conjeturó que los de su
lista eran los únicos posibles. Cometió algunos errores, porque incluyó a M67
y M257, que no son primos, y en cambio omitió M61, M89
y M107, que sí lo son. También se equivocó al pensar que no existían
primos de este tipo con exponentes mayores de 257; hoy sabemos que hay primos
de Mersenne mucho más grandes. La lista definitiva, hasta el exponente 257, reconocida
en 1947, es con los exponentes 2, 3, 5, 7, 13, 17, 19, 31, 61, 89, 107 y 127.
Actualmente,
hasta el 7 de enero del 2016, se conocen 49 primos de Mersenne, siendo el mayor
de ellos por ahora el M74 207 281 = 274 207 281−1, un
número de más de veintidós millones de dígitos, exactamente 22338618. Los más
recientes primos mayores, que se han ido conociendo gracias a potentes
ordenadores, son casi siempre primos
de Mersenne, pero no constantemente. Ha sido un matemático de la Central
Missouri University, Curtis Cooper, el que calculó este último número; ya había
logrado cuatro veces este récord, la primera el 15 de diciembre del 2005.
Ocurre
también, lector amigo —supongo que puedo llamarte así a pesar de esta dura entrada—
que 2n - 1 es la suma de la siguiente progresión geométrica: 20 + 21
+22 + 23 +… + 2 (n-1) = 2n -1. No
todas estas sumas, para diferentes n, son números primos, como ya se hizo
notar; de hecho muy pocas son números primos. Tan pocas que, hasta ahora mismo
—hasta el 7 de enero del 2016— sólo 49 cumplen la condición, como ya escribí.
Entre los cien primeros números naturales hay sólo tres primos de Mersenne, el
3, el 7 y el 31, mientras que el número total de primos es veinticinco. Y entre
los mil primeros números, en los que hay 168 primos, sólo hay 4 de Mersenne,
los tres mencionados antes y el 127; estos cuatro eran ya conocidos por los
matemáticos de la antigua Grecia. El quinto, el 8191, fue hallado en el siglo
XV por un autor anónimo y los dos siguientes, el 131071 y el 524287, son del
siglo XVI y se deben a Pietro Antonio Cataldi (1548-1626), un brillante
matemático italiano que nació y murió en la ciudad de Bolonia, mi querida
Bolonia, en donde hice mi doctorado hace ya muchos años, aunque no tantos como para coincidir con este Pietro Antonio.
Los
primos de Mersenne, que resultan del cómputo 2n -1 (la suma de una
progresión, como ya sabemos), multiplicados por el último término de la misma,
2(n-1), son números perfectos. Esta es la proposición final, para
los cuatro primeros, del libro IX de los Elementos
de Euclides de Alejandría, escritos hace unos 2300 años. Para que esto se entienda, tengo que decir lo que son los
números perfectos, atribuidos por algunos a Pitágoras, unos doscientos años
antes, y lo haré muy brevemente. Cualquier número, si no es primo, tiene
divisores, aparte de él mismo y el uno. Al sumar todos los divisores de un
número, la suma puede tener el mismo valor que el propio número, o ser mayor o
menor. En el primer caso se dice que el número es perfecto. En los otros dos
casos, se habla de números abundantes o defectivos, respectivamente. Dos
ejemplos de números perfectos son el 28 = 1 + 2 + 4 + 7 + 14, y el 496 = 1 + 2
+ 4 + 8 + 16 + 31 + 62 + 124 + 248. Por todo lo explicado, resulta evidente que
Pietro Antonio Cataldi, al hallar dos primos de Mersenne en el siglo XVI, también
encontró, como es obligado, dos números perfectos, el sexto y el séptimo de
orden: el (217 – 1)* 216 =
8.589.869.056 y el (219 – 1)*218= 137.438.691.328,
respectivamente.
Escribiré algo más y terminaré esta serie con
la próxima entrada, la quinta. Estoy arrepentido de cómo la planteé; mi objetivo
era mostrar la potencialidad del paradigma científico para entender el mundo,
frente al de las Letras para el mismo empeño. Venía todo del escrito de un
periodista que, dado el sentido peyorativo del término “letrasado”, abundaba en
las ventajas para esta tarea de la formación en Letras. Quería yo hacer valer
el perfectamente compatible mérito de las Ciencias. Quise también, y ahí mi
error, contar algo de los apasionantes problemas de la Matemática, esa “bella
desconocida”. Pretender eso en unas pocas entradas es imposible.
Desde
que se separaron claramente las Letras y las Ciencias —los sabios antiguos era
teólogos, filósofos, matemáticos, médicos, etc., todo a la vez— se hizo
evidente que la falta de comunicación entre aquellas era una desgracia. El
físico y novelista inglés Charles Percy Snow, en su Conferencia Rede, en Cambridge, titulada Las dos culturas, de 1959, y en su libro sobre el mismo tema, de
1963, señaló que en gente dedicada a las Humanidades existe frecuentemente un
desconocimiento profundo de principios y postulados científicos esenciales. Los
de Ciencias, en cambio, por lo menos han oído hablar de Shakespeare. Esto puede
tener alguna explicación, pero esa asimetría, que era negativa entonces y
siempre, ahora puede ser catastrófica, suicida.
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