En mi entrada anterior hablé de cómo nació el término inglés serendipity, en una carta de Horace
Walpole a Horace Mann, y de un cuento que el propio Walpole calificó como
disparatado, Los tres príncipes de
Serendip. Estos Horacios, primos lejanos, se vieron sólo una vez en sus
vidas, en Florencia, en 1741, y se estuvieron carteando después durante 46
años.
Más adelante, cuando pueda, resumiré brevemente dicho cuento, recomendando
al lector que lo lea en su integridad, porque tiene muchos de los encantos de
esa literatura oriental que, de alguna manera, casi todos conocemos o intuimos.
Digo cuando pueda, porque antes querría escribir unas pocas palabras, para situar
al lector en el ambiente de principios del siglo XVIII en Europa, respecto a la
literatura oriental. Entre 1704 y 1717 el orientalista Antoine Galland tradujo
por primera vez a una lengua europea, al francés, la colección de relatos
árabes, egipcios, persas e indios, mesopotámicos, etc., conocida como Las mil noches y una noche. Fue
publicada luego en inglés en el 1706, a partir de la traducción francesa, con
el título de Arabian Nights’
Entertainments. Mucho más tarde, en 1811, Jonathan Scott hizo una versión
directa del árabe al inglés.
Aunque el origen exacto de estas historias es desconocido, el núcleo
inicial pudo ser un antiguo libro persa, Hazâr afsân, vertido al árabe hacia el año 850
por Abu abd-Allah Muhammed el-Gahshigar. Se conservan fragmentos de estos
relatos en Siria, Bagdad, Egipto, ya a lo largo de los siglos X al XII. Tras la
publicación de la traducción de Galland, el entusiasmo por esa literatura y el
ambiente mágico y exótico de sus historias fue inmediato, aunque pronto también
empezaron a alzarse algunas críticas por su carácter fantástico, caprichoso e
imprevisible.
El cuento Los tres
príncipes de Serendip, el que leyó Walpole y le sugirió lo de serendipity,
fue impreso en Londres en 1722, traducido del francés. Era una colección, originariamente
aparecida en Venecia, en 1557, de relatos traducidos del persa al italiano, Peregrinaggio di tre giovani figlioli del
Re di Serendippo, por Christoforo Armeno. Para unos este Christoforo fue
realmente un armenio que vivió tres años en Venecia y escribió estos cuentos, inspirándose
en el Hasht Bihisht (Los ocho
paraísos), del poeta Amir Khusrow (1253-1325). Para otros, Christoforo nunca
existió y la supuesta traducción es una ficción, siendo el propio Michele
Tramezzino, el editor veneciano de la obra, quien reunió relatos de origen
oriental, algunos ya conocidos en Europa. De hecho, la historia del camello,
tan central en el Peregrinaggio, se recoge ya en una de las novelle, De sapientia, de un seguidor de Bocaccio, llamado Giovanni Sercambi
(1348-1424).
El Peregrinaggio
tuvo un gran éxito y en menos de un siglo aparecieron otras cuatro ediciones en
italiano. En francés hay una edición de 1610, otra de 1712 (en la que Voltaire
se inspiró para su Zadig), y otra más
definitiva de 1719, la de Mailly, de la que vino la
traducción inglesa de 1722, la que leyó Walpole.
Quiero contar con algún detenimiento el argumento del relato de los
príncipes de Serendip y creo que será mejor dejarlo para otra entrada. Ya dije que
un cuento que figura en el Zadig volteriano
tiene una estructura muy parecida. Aquí no se trata de un camello perdido, sino
del caballo del rey y de la perrita de la reina. Walpole habló en su carta,
equivocadamente, de una mula en vez de un camello. El esquema de los relatos es
el mismo, no cambia por eso. Son de los que en alemán se designan como Scharfsinnsproben
(pruebas de agudeza mental,
literalmente), muy frecuentes en todas las literaturas orientales, desde
el Oriente próximo al lejano, y en las de todo el mundo. Lector, te digo lo que
ya te dije otra vez: deja este blog, vete a una librería de guardia en la
ciudad en que vivas, si la hay, y lee el relato de Voltaire, para empezar. Con
otros suyos como Cándido, El ingenuo… Me lo agradecerás siempre.
En la próxima entrada resumiré el relato de Voltaire y el de los
príncipes de Serendip. No quiero hacer excesivamente largas estas entradas. Copio
ahora un párrafo del autor francés, precisamente la dedicatoria de Zadig a la sultana Sheraa, para que se
vea por qué recomiendo su lectura y la urgencia del asunto:
Je vous prie de le lire et
d’en juger: car, quoique vous soyez dans le printemps de votre vie, quoique
tous les plaisirs vous cherchent, quoique vous soyez belle, et que vos talents
ajoutent à votre beauté; quoiqu’on vous loue du soir au matin, et que par
toutes ces raisons vous soyez en droit de n’avoir pas le sens commun, cependant
vous avez l’esprit très sage et le goût très fin… […] Je prie les vertus célestes que vos plaisirs soient sans mélange, votre
beauté durable, et votre bonheur sans fin.
(Os ruego que la leáis y la juzguéis: porque, aunque estéis en la
primavera de vuestra vida, aunque todos los placeres os persigan, aunque seáis
bella, y vuestros talentos se añadan a vuestra belleza; aunque se os alabe de
la noche a la mañana, y por todas estas razones tengáis derecho a carecer de
sentido común, sin embargo tenéis el espíritu muy sabio y el gusto muy fino… […]
Pido a las virtudes celestes que vuestros placeres sean sin mezcla, vuestra
belleza durable y vuestra felicidad sin fin).
Amigo lector, sería bueno que pudieras leer la obra en el francés
original. Y trata de entenderme: cuando se ha leído mucho tiempo cosas así, uno
ya no puede leer cualquier cosa, no se contenta con literatura que ‘te coge’,
sin más. Es así de simple.
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