Amigo lector,
hoy no es un día cualquiera: escribo la entrada número cien de este blog, que
empecé hace unos meses. Ya decía entonces: Comprendo que nada de esto tendría sentido sin dirigirme a unos
pocos a quienes sienta próximos y hasta algo atentos. Otros quizá escriban urbi et orbi, pensando en grandes masas
de lectores; no es mi caso. Y al que no comprenderé jamás es al que dice
escribir sólo para sí mismo. Si se escribe es para que otros lean lo que uno va
pergeñando.
Decía, en fin, que no habría
creado el blog sin la ilusión de compartir mis opiniones y mis sentires con
amigos que ya tengo y otros que podría hacer. Gentes sin prisa, que traten de
desmenuzar el sentido último de lo que leen. Eso es lo que busco y no es nada
fácil. Lectores así son verdaderos copartícipes en la escritura. El que escribe
es entonces un catalizador, un inductor. Y terminaba afirmando que todo tenía que ser como un juego, suave y alígero, usando
de vez en cuando alguna palabrilla un poco menos corriente, para recordársela
al lector. Se trata también, claro, de enseñar… lo poco que uno pueda enseñar.
Hoy
puedo decir que se han cumplido casi todas mis expectativas. Son ya miles los
que se asomaron a estas páginas y, según la estadística del propio blog, de muy
diversas partes del mundo. Tengo, por ejemplo, unos cincuenta lectores en
China. Es verdad que quedan todavía algunos chinos que no me leen, pero, aun
así, no deja de maravillarme este portentoso invento de Internet, que ha
derribado verdaderamente las fronteras. Todavía se pueden levantar algunas, pero los que lo hacen saben muy bien que tienen la batalla perdida. También
hay socaliñeros que opinan que crear nuevas fronteras físicas no debería importar
mucho, dado que están condenadas a ser permeables e inexistentes; sería como un
reconocimiento inocente de singularidades. Pero surge entonces la pregunta:
¿para qué alzarlas? ¿Para qué alterar estructuras de siglos, que son perfectamente
soportables?
Muy
pocas decepciones con esto del blog. Si acaso, el hecho de que tengo amigos que
me leen y me llaman o envían mensajes comentando alguno de los temas, pero no
logro que lo hagan utilizando los medios propios del blog. Se niegan con
resistencia numantina; les asusta la complicación del procedimiento, que es
nula.
La reducida
extensión de las entradas es otro problema. Se ha de ser breve aun a costa de
la precisión; no se pueden alargar o complicar los argumentos. Quedan siempre
cosas por decir o matizar y a veces hay que tirar por el camino de en medio,
dejando para el lector inteligente la tarea de moderar lo escrito. En el mismo
sentido, me parecen injustas las críticas a Wikipedia, a su presunta
inexactitud. No seguiría yo un tratamiento médico basado sólo en lo
encontrado allí. Pero para la gran mayoría de las necesidades de sus usuarios,
la información ofrecida es suficientemente rigurosa y abre vías para buscar
datos más precisos o fiables.
Amable
lector, por si eres nuevo, déjame escribir los títulos de algunas de mis últimas
entradas, por si te sugieren algo o estimulan en algún sentido: 1) Belleza,
arte, Schoenberg y triskaidekafobia. 2) Gabriel García Márquez, la muerte, la
inmortalidad. 3) Merrill M. Flood y el problema catalán. 4) De las diversas
tristezas. 5) De los amores ardientes. 6)
De los breves amores que fueron. 7) Juan II el Bueno y la bella condesa
de Salisbury. 8) Cantar de la mora Zaida. / De guerras y héroes…
Y eso es todo.
Mi agradecimiento a todos los lectores, especialmente a los desconocidos, a los
que me han encontrado en la red por puro azar.
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