22 de abril de 2014

Mi entrada número cien


Amigo lector, hoy no es un día cualquiera: escribo la entrada número cien de este blog, que empecé hace unos meses. Ya decía entonces: Comprendo que nada de esto tendría sentido sin dirigirme a unos pocos a quienes sienta próximos y hasta algo atentos. Otros quizá escriban urbi et orbi, pensando en grandes masas de lectores; no es mi caso. Y al que no comprenderé jamás es al que dice escribir sólo para sí mismo. Si se escribe es para que otros lean lo que uno va pergeñando.

Decía, en fin, que no habría creado el blog sin la ilusión de compartir mis opiniones y mis sentires con amigos que ya tengo y otros que podría hacer. Gentes sin prisa, que traten de desmenuzar el sentido último de lo que leen. Eso es lo que busco y no es nada fácil. Lectores así son verdaderos copartícipes en la escritura. El que escribe es entonces un catalizador, un inductor. Y terminaba afirmando que todo tenía que ser como un juego, suave y alígero, usando de vez en cuando alguna palabrilla un poco menos corriente, para recordársela al lector. Se trata también, claro, de enseñar… lo poco que uno pueda enseñar.

Hoy puedo decir que se han cumplido casi todas mis expectativas. Son ya miles los que se asomaron a estas páginas y, según la estadística del propio blog, de muy diversas partes del mundo. Tengo, por ejemplo, unos cincuenta lectores en China. Es verdad que quedan todavía algunos chinos que no me leen, pero, aun así, no deja de maravillarme este portentoso invento de Internet, que ha derribado verdaderamente las fronteras. Todavía se pueden levantar algunas, pero los que lo hacen saben muy bien que tienen la batalla perdida. También hay socaliñeros que opinan que crear nuevas fronteras físicas no debería importar mucho, dado que están condenadas a ser permeables e inexistentes; sería como un reconocimiento inocente de singularidades. Pero surge entonces la pregunta: ¿para qué alzarlas? ¿Para qué alterar estructuras de siglos, que son perfectamente soportables?

Muy pocas decepciones con esto del blog. Si acaso, el hecho de que tengo amigos que me leen y me llaman o envían mensajes comentando alguno de los temas, pero no logro que lo hagan utilizando los medios propios del blog. Se niegan con resistencia numantina; les asusta la complicación del procedimiento, que es nula.

La reducida extensión de las entradas es otro problema. Se ha de ser breve aun a costa de la precisión; no se pueden alargar o complicar los argumentos. Quedan siempre cosas por decir o matizar y a veces hay que tirar por el camino de en medio, dejando para el lector inteligente la tarea de moderar lo escrito. En el mismo sentido, me parecen injustas las críticas a Wikipedia, a su presunta inexactitud. No seguiría yo un tratamiento médico basado sólo en lo encontrado allí. Pero para la gran mayoría de las necesidades de sus usuarios, la información ofrecida es suficientemente rigurosa y abre vías para buscar datos más precisos o fiables.    

Amable lector, por si eres nuevo, déjame escribir los títulos de algunas de mis últimas entradas, por si te sugieren algo o estimulan en algún sentido: 1) Belleza, arte, Schoenberg y triskaidekafobia. 2) Gabriel García Márquez, la muerte, la inmortalidad. 3) Merrill M. Flood y el problema catalán. 4) De las diversas tristezas. 5) De los amores ardientes. 6)  De los breves amores que fueron. 7) Juan II el Bueno y la bella condesa de Salisbury. 8) Cantar de la mora Zaida. / De guerras y héroes…

Y eso es todo. Mi agradecimiento a todos los lectores, especialmente a los desconocidos, a los que me han encontrado en la red por puro azar.

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