Escribí hace
poco en este blog que, para mí, nada hay más aterrador que la idea de ser
inmortal. Era un apotegma abstracto, sin referencia a ninguna realidad
concreta. Un poco más tarde circunstancié algo más mi pensamiento y, dirigiéndome
a un lector imaginario, le decía: Imagínate viviendo cien, doscientos
años…, eternamente; con esta vida de aquí, con la que conocemos.
En su sencillo
y bello discurso, Elena Poniatowska, en la entrega del Premio Cervantes, cita a
su compatriota la pintora Frida Kahlo, que dijo alguna vez: “Espero alegre la
salida y espero no volver jamás”, refiriéndose a este mundo nuestro. Frida fue
una hermosa y elegante mujer que tuvo una existencia difícil, asediada sin
tregua por problemas de salud y que murió joven. Quizá no le dio tiempo a amar
apasionadamente la vida, sentimiento que demanda una clase de conformidad que
se adquiere sólo en la vejez, cuando uno empieza a pensar, de verdad, que se
acaba.
En cambio,
porque los seres humanos somos así de diversos, nuestra escritora dijo: “Yo espero
volver, volver, volver y ese es el sentido que he querido darle a mis ochenta y
dos años. Pretendo subir al cielo y regresar con Cervantes de la mano para
ayudarlo a repartir, como un escudero femenino”.
Pues por allí
nos veremos, Doña Elena, porque yo escogí el mismo destino y lo hice constar en
mis Apuntes de Literatura,
refiriéndome a don Quijote: “Cuanto
hubiera dado por servirle, por ponerme a sus órdenes, por cuidarlo, por
intentar protegerle. Con el buen Sancho, hermanado humildemente al sencillo
escudero, los tres juntos. Ese podría ser mi paraíso o uno de mis paraísos. Aunque
también pienso que, en cuanto a confortarle, poco podría añadir a lo tan sabiamente
expresado por Sancho, animando a vivir a su amo, en el último capítulo del
libro inmortal: No se muera vuesa merced, señor mío, sino tome mi consejo y
viva muchos años, porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida
es dejarse morir, sin más ni más, sin que nadie le mate, ni otras manos le
acaben que las de la melancolía”.
Es triste
escuchar una confesión tan desgarrada como la de Frida Kahlo. Pero yo te hago
una pregunta, lector. Si algún enviado del Alto Cielo, con los debidos poderes
y autorizaciones, te propusiera vivir otra vez en este mundo,
¿aceptarías, sin preguntar en dónde y cómo y algún pertinente detalle más? Y si
no te diera esa utilísima información, ¿dirías que sí o que no? Yo es que lo
tengo muy claro.
Confieso que he
pensado algo sobre todo esto. Y hasta se me ha ocurrido un neologismo que lo
traigo aquí: eoniofobia o eonofobia, horror a lo eterno —de αιώνιος,
eterno en griego, y φοβία, fobia, temor, horror—. Podría ser hasta eonotetafobia, más largo, horror o temor
a la eternidad, αιωνιότητα. Mis conocimientos de griego son muy reducidos y
estoy dispuesto a modificar el nombre, en cuanto me lo aconseje algún experto.
Escojo de manera provisional eonofobia, más corto,
más pronunciable. Eón también era un dios de la mitología fenicia, Señor de la
eternidad. Se asociaba dicha divinidad a la imagen de una serpiente que esconde
su cola con su cuerpo, formando un círculo. No idéntica a la del ouroboros, en la que la serpiente no
esconde su cola, sino que se la muerde.
Hablando de
cosas más mundanas y agradables —llenas de esa felicidad esquiva y rara, que
elude implacable a tantos—, fue una delicia oír y ver a Elena Poniatowsca, todavía
no en su punto de belleza y gracia, que le vendrá con los años, pero ya próxima
a él. Con su dicción dulce, graciosa y acariciante, su sencillez altiva, su
vistoso vestido, típico de alguna región de Méjico, tejido por admiradoras.
Citó también la
autora a Octavio Paz, un cortísimo diálogo de su obra El laberinto de la soledad, y esto me recordó otro escrito mío, que
contaré en una próxima entrada. Hasta entonces.
No hay comentarios:
Publicar un comentario