¡Qué tranquilidad, qué paz, qué sosiego! Abandonar la
actualidad, tantas veces ingrata e irracional, y refugiarse en la literatura,
en la ficción, en la fantasía… ¡en la libertad! Lector, querría presentarte
ahora a uno de mis más queridos personajes, de mi novela Las increíbles vidas de Roberto Milfuegos, a don Fernando. Es el
tío de Roberto, el protagonista, y es honrado, generoso e inteligente. Se
complace en realizar ciertos experimentos de ingeniería social para demostrar la validez de sus
pesimistas ideas sobre el turbio funcionamiento de las sociedades. Copio del
libro:
“D. Fernando tocaba algún instrumento; concretamente, la
guitarra. Si se puede llamar tocar la guitarra a conocer en qué trastes hay que
poner los dedos para conseguir algunos acordes y acompañarse con ellos al
cantar unas pocas canciones. En su tiempo de Londres, soltero y libre, trataba
de embaucar a las blancas y tiernas compañeras de trabajo inglesas —semejantes
a aquella Melisenda de los romances, hija del emperador, de labios de coral y
carnes de leche, como atestiguan todos los que la vieron— y con esa laudable
finalidad solía transmutarse repentinamente en gaucho, entonando tangos con
desgarro y gestos muy capaces de conmover y deslumbrar a cualquiera que no
conociera mucho del asunto.
Todo ello, con cierto e incluso bastante éxito, en cuanto a
las intimidades ganadas con las prójimas, más debidas a la innegable simpatía y
riqueza de recursos del trovador y a la permisividad general del ambiente, muy
diferente al de la España de los tiempos, que a los méritos musicales
intrínsecos del cantante. Desde entonces, don Fernando, relacionando
erróneamente los efectos y las causas, como ocurre tantas veces en la vida, era
un amante entusiasta y fidelísimo de ese tipo de música, testigo y cómplice de
sus hazañas y de sus victorias sentimentales. Pensaba que pocas canciones eran
tan bellas como aquella de Adiós, pampa
mía, una de las que llegó a interpretar de más lograda manera. Era difícil
sustraerse al inmediato encanto de aquellas sentidas estrofas, que remitían a
un territorio inmenso, de horizontes lejanos e inciertos, a una naturaleza
grandiosa, solemne y callada, que parecía haber sido especialmente creada, como
los océanos, para colmarnos con el abrumador sentimiento de lo infinito:
Al dejarte, pampa mía,
ojos y alma se me llenan
con el verde de tus pastos
y el temblor de las estrellas;
con el canto de los vientos
y el sollozar de ‘vigüelas’,
que me alegraron a veces;
y otras me hicieron llorar.
ojos y alma se me llenan
con el verde de tus pastos
y el temblor de las estrellas;
con el canto de los vientos
y el sollozar de ‘vigüelas’,
que me alegraron a veces;
y otras me hicieron llorar.
D. Fernando se veía a sí mismo entonces como un auténtico
gaucho, como un payador o coplero nombrado, vestido con un poncho de lana y
unas bombachas embutidas en la caña de sus botas de cuero, con el facón en la
cintura y la guitarra siempre a mano. Con el corazón libre y nómada, llevando
las tropillas de ganado por el inmenso territorio y frecuentando regularmente
las escondidas y peligrosas pulperías, hablando y hasta porfiando con toda
clase de gentes: con soldados, con desertores, con negros, con indios,
rastreadores y baqueanos, con gentes de frontera, difíciles de sujetar o
mandar”.
Lector, termino de mostrártelo en una próxima entrada.
Mientras, te dejo con el vínculo a la canción mencionada, cantada por Francisco
Canaro, su compositor junto a Mariano Mores; la letra es de Ivo Pelay: http://youtu.be/m_8L6MWgbc8.
(continuará)
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