Palabras
clave (key words): Nikola Tesla, Ferran Adrià, I+D+I, ADN, Maese Pedro
Vivir en Madrid, vivir en cualquier ciudad grande, tiene
también sus ventajas; una de ellas la gran oferta cultural que tienen sus ciudadanos,
aunque aquí cabrían muchas matizaciones, porque no es oro todo lo que reluce.
En el momento actual, en el ‘Espacio Fundación Telefónica’ se están celebrando
dos exposiciones temporales: una sobre el científico Nikola Tesla y otra del
cocinero Ferran Adrià, esta de título Auditando
el proceso creativo. No, no me he equivocado, el alquitarado título
corresponde a la del chef y no a la del ilustre y visionario inventor e
ingeniero.
De Tesla hay poco que decir. Quiero decir, que hay tanto
que decir, que es mejor que el lector indague por su cuenta la vida y obra de
este curioso y genial personaje. Nació en Smiljan, pueblo de Croacia, entonces
en el Imperio austrohúngaro, en 1856, y murió en al año 1943, en Nueva York. En
el folleto de la exposición ya se dice que tecleando el nombre de Nikola Testa en
Google aparecen cinco millones de páginas que hablan de él; lo hago en mi
ordenador, con el nombre entre comillas para evitar ganga informativa, y son
10.400.000. Haciendo lo mismo con el famoso chef catalán surgen 472.000. Pero
podrían haber aparecido más, eso no quiere decir nada.
Fui a la exposición de Tesla y no a la de Adrià, entre
otras razones, porque me asustó el título. Era fin de semana y no estaba uno
para auditorías de ningún tipo. Pero sí cogí, con fundado temor, el folleto de
Adrià y ya vi el comienzo, Decodificando
la creatividad, que tampoco está mal para empezar. Y allí se cuenta que en
1993 se tomó la decisión de formar una “partida de creatividad”, signifique
esto lo que signifique. Que sí, que significa algo, aunque no resulte evidente
desde el primer momento. Se trataba de un equipo “dedicado únicamente a la
experimentación y a la consecución de la excelencia creativa”. ¡Ah! Luego,
después, en 2011, “hubo un nuevo giro para priorizar la creación de vanguardia
y evitar la repetición”. ¡Ah!
Y sigue el folleto: Para potenciar la creatividad es
crucial identificar los “genes” —así, entre comillas, aunque no hace puñetera
falta, ya que la palabra lleva siglos en el DRAE— que componen su ADN. Entonces
—sigue el román paladino— “el equipo
de ‘elBullifoundation’ (sic) se sumerge en una profunda reflexión que ha dado
como resultado el Mapa del Proceso
Creativo”. ¡Ah! ¿Quedan claras las cosas o no? Luego se menciona el
“diálogo de la gastronomía con otras disciplinas —olvidaron escribir menores, auxiliares,
ancilares— como el arte y la ciencia”, la supresión de la carta y la implantación
del menú degustación, “concebido como experiencia única y coherente”. El
folleto sigue afirmando que “comer puede ser una experiencia sensorial tanto
como intelectual”. ¿Ves, lector, por dónde van los tiros? Todo va dirigido al
intelecto.
Puedo soportar que ahora los niños no quieran ser bomberos,
ni jueguen a los médicos; que estén inmersos en las delicias de la cocina y sueñen
ser ‘master-chefs’, con su candidez infantil. Pero, sinceramente, que un grupo
de adultos se confabule para perpetrar un folleto como el que comento, con
regusto a filosofía de la ciencia y fraseología de I+D+I, me preocupa. Porque
la sola posibilidad de que sus papilas gustativas —que al fin y al cabo deciden
en esto— pudieran estar infectadas con virus tan patógeno como el que afectó a
la redacción del escrito, es para echarse a temblar. Nadie recordó al señor
Adrià el sabio consejo de Maese Pedro al criado que prestaba voz al retablo: Llaneza, muchacho; no te encumbres, que toda afectación
es mala.
Hace ya años que se veía venir todo esto. Un pasaje de mi
novela, Las increíbles vidas de Roberto
Milfuegos, muestra mis vaticinios y lo ofreceré pronto en este blog.
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