Ni sé muy bien cómo se coló en este blog el tema de la crueldad: no la
hay en ninguno de mis escritos. No obstante, lo continuaré, para exponer
algunos casos de extrema inhumanidad en el castigo. Seguro que habrá lectores que
ni sospechen hasta dónde puede llegar la ferocidad y brutalidad del ser
humano.
El caso del francés Robert
François Damiens, antiguo soldado, es aterrador. En un cierto momento pudo
acercarse al rey Luis XV, cuando iba a tomar su carroza, y le atacó con un
cuchillo. El arma tenía una hoja de unos ocho centímetros y apenas le hirió en
el pecho. El rey, al acercarse los cortesanos, le señaló y dijo educadamente:
Este ‘señor’ es quien me ha herido. También declaró después que le perdonaba.
La justicia siguió, sin embargo, su curso inexorable, por tratarse de un
regicidio, y se ejecutó al reo el 28 de marzo de 1757, en la plaza Grève de
París. La sentencia ordenaba verter sobre su cuerpo una mezcla de plomo derretido,
aceite hirviendo y resina de pez y luego desmembrarlo y arrojarlo al fuego. En
la realidad, todo fue incluso más macabro, porque los cuatro caballos que, atados
a sus brazos y piernas, habrían de desmembrarlo, no fueron capaz de hacerlo y
hubo que añadir otros dos, sin conseguirlo tampoco. Los guardias tuvieron que
romperle los músculos y tendones con cuchillos hasta llegar al hueso, para
facilitar la labor de los caballos. Uno de los oficiales contó que cuando
cogieron el tronco del desgraciado para arrojarlo a la hoguera, estaba aún vivo.
Después, sus restos fueron prendidos con paja y madera hasta que sólo quedaron
cenizas. El suplicio duró unas cuatro horas. Giacomo Casanova fue testigo de la
ejecución y escribió en sus memorias: En
varias ocasiones me vi obligado a apartar la vista y taparme los oídos al oír
sus desgarradores alaridos, tras amputarle la mitad de su cuerpo.
Otra ejecución terrible fue decretada
para los regicidas de Carlos I de Inglaterra. A pesar del Acta de Indemnidad
y Olvido de 1660, que buscaba la reconciliación, los que intervinieron
directamente en la muerte del rey fueron juzgados y condenados a ser
ajusticiados en Londres. La sentencia decía: “You shall go from hence to the place from
whence you came, and from that place shall be drawn upon a hurdle to the place
of execution, and there shall hang by the neck till you are half dead, and
shall be cut down alive, and your privy members cut off before your face and
thrown into the fire, your belly ripped up and your bowels burnt, your head to
be severed from your body, your body shall be divided into four quarters, and
disposed as His Majesty shall think fit.” (Abrevio: Irá desde aquí hasta el sitio de
donde vino y de allí será conducido al lugar de ejecución y colgado por el
cuello hasta que esté medio muerto, y se le descolgará vivo, y se arrojarán al
fuego sus partes íntimas, y se le destripará y se quemarán los intestinos, se
le cortará la cabeza y su cuerpo se dividirá en cuatro partes, para hacer con
ellas lo que su majestad disponga). El rey era
Carlos II.
A principios del siglo XIV, cerca del lugar en que nací, dos hermanos, de
apellido Carvajal, fueron despeñados en la Peña de Martos (un pueblo de Jaén),
“en sendas jaulas de hierro guarnecidas interiormente de clavos y cuchillas”,
por orden del rey Fernando IV de Castilla. En este caso, la leyenda puede haber
suplantado a la realidad. Como lo del peculiar y único color rojo escarlata de ciertos
tapices gobelinos, atribuido a que el colorante se mezclaba con la orina
de prisioneros, a
los que se obligaba a ingerir dosis mortales de sal. También leo en alguna
parte que Marco Atilio Régulo
fue obligado a mirar al sol con los párpados arrancados hasta que se le secaron
los ojos.
No sigo más. Violencia
por todas partes, en todas las épocas. Dejo un tipo de violencia algo especial
para una última entrada sobre el tema.
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