Quiero terminar ya
con este triste tema de la violencia, señalando alguna de sus innegables relaciones
con las más variadas religiones, las mismas que se empeñaron otras veces en la defensa
sincera y comprometida de sus víctimas.
Desde la caída de Constantinopla, a
mediados del XV, el papado monopolizó la obtención y comercio del alumbre,
utilizado como mordiente en la industria de los tintes y en otros muchos usos: lacas,
preservación de pieles, fabricación de velas, medicina, etc. El Papa Pío II, peculiar en más de un sentido,
declaró que cualquier interferencia en este comercio era pecado castigable con
la excomunión. Esta industria empleaba a ocho mil hombres y producía al papado
ingresos anuales de cien mil florines de oro.
Sin embargo, más tarde, hacia 1600, empezó a producirse en Inglaterra,
gracias al empeño de Sir Thomas Chaloner, quien, para aprender los secretos de
la industria, tuvo que sobornar a varios empleados papales, a los que sacó de
Italia en un barco, escondidos en barriles. Fue excomulgado solemnemente por el
Papa Clemente VIII, “in the name of God the Father, the Son, and the
Holy Spirit, in the name of the Virgin Mary, in the name of angels and
archangels, of cherubim and seraphim, of patriarchs, prophets, apostles,
evangelists and saints”.
La maldición señala
muy pormenorizadamente dónde y cuándo era aplicable: “in the house, in the church, in the field, in
the highway, in the path, in the wood, in the water; in living, in dying; in
eating, in drinking, in hunger, in thirst, in fasting, in sleep, in walking, in
standing, in sitting, in lying, in working, in resting; in the hair of his
head, in his brains, in his temples, in his ears, in his eyebrows, in his eyes,
in his cheeks, in his jaws, in his teeth, in his lips, in his throat, in his
breast, in his heart, in his fingers, in his hips, in his knees, in his legs,
in his feet and in his toe-nails. Aquí la violencia es verbal, aunque implacable. Pero no olvidemos que se
trata del mismo Papa, Clemente VIII —no el antipapa homónimo, nuestro aragonés,
el de Peñíscola, casi dos siglos anterior— que excomulgó a Giordano Bruno, condenado
finalmente a ser quemado vivo en la hoguera.
Como contrapunto,
citaré aquí el bellísimo y valentísimo sermón de un dominico español, Fray
Antón de Montesinos, conocido como Sermón
de Adviento, porque fue pronunciado el cuarto domingo de Adviento del año
1511, en la isla La Española, en presencia de los propios conquistadores
responsables de las tropelías denunciadas, encarándose a ellos, en una defensa encendida de
los derechos de los indígenas. Lo tomo tal como aparece en mis Apuntes de Literatura:
“Para os los dar a cognoscer me he sobido aquí, yo que soy voz de Cristo
en el desierto desta isla; y, por tanto, conviene que con atención, no
cualquiera sino con todo vuestro corazón y con todos vuestros sentidos, la
oigáis; la cual será la más nueva que nunca oísteis, la más áspera y dura y más
espantable y peligrosa que jamás no pensasteis oír. Esta voz [os dice] que
todos estáis en pecado mortal y en él vivís y morís, por la crueldad y tiranía
que usáis con estas inocentes gentes. Decid ¿con qué derecho y con qué justicia
tenéis en tan cruel y horrible servidumbre aquestos indios? ¿Con qué auctoridad
habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras
mansas y pacíficas, donde tan infinitas dellas, con muerte y estragos nunca
oídos, habéis consumido? ¿Cómo los tenéis tan opresos y fatigados, sin dalles
de comer ni curallos en sus enfermedades [en] que, de los excesivos trabajos
que les dais, incurren y se os mueren o, por mejor decir, los matáis por sacar
y adquirir oro cada día? ¿Y qué cuidado tenéis de quien los doctrine y
cognozcan a su Dios y criador, sean baptizados, oigan misa, guarden las fiestas
y domingos? Estos, ¿no son hombres? ¿No tienen ánimas racionales? ¿No sois
obligados a amallos como a vosotros mismos? ¿Esto no entendéis? ¿Esto no
sentís? ¿Cómo estáis en tanta profundidad de sueño tan letárgico dormidos?
Tened por cierto, que en el estado [en] que estáis no os podéis más salvar que
los moros o turcos que carecen y no quieren la fe de Jesucristo”.
El complejo mundo de las relaciones entre violencia y creencias es
absolutamente inabarcable aquí. Querría señalar las acerbas reflexiones que
puede provocar en algunas almas. Escojo un personaje de ficción, nombrado Mendel,
de la obra Job, de Joseph Roth: “Yo
lo sé, Dios es cruel. Y cuanto más le obedece uno, tanto más severamente lo
trata. Es más poderoso que los poderosos. Con la uña de su dedo meñique puede
darles el golpe de gracia, pero no lo hace. Sólo le gusta aniquilar a los
débiles. La debilidad de un hombre excita su fuerza y la obediencia despierta
su ira. […] Más indulgente es el demonio. Como no es tan poderoso, no puede ser
tan cruel”. Terrible alegato, ¿no?
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